Hace no mucho, a la presidenta del Pacma, Silvia Barquero, una señora hecha toda como de lana de llama andina o de ganchillo para cachorros, le preguntaron qué le parecía que los medicamentos se probaran en animales antes que en los humanos. “El eterno dilema: tu madre o tu perro”, contestó ella metiendo a su pobre madre en la cesta de los gatos o enterrándola en el jardín en un ataúd de loro. El dilema, eterno, hamletiano, entre la vida humana y la de tu caniche… Pero no es una broma, no es un dilema que sólo exista en algunas de estas cabezas de ahora rellenas de bolas de pelo, en ese animalismo pinturero y ridículo, capaz de poner a un chucho pantuflo por delante de su madre, o de hacerse una morcilla con la propia sangre de uno en una especie de canibalismo de matanza de pueblo (no es exageración, es cierto).

El dilema es viejo y aciago, ha cuajado en muchas mentes desnaturalizadas por prejuicios o doctrinas, y no se da entre tu madre y tu hámster sino entre tu madre y tu ideología. Es decir, entre la vida humana (su valor, su bienestar, su felicidad, su ética) y la ideología (su ortodoxia, su cumplimiento, su sumisión, su destino, su bien último). No hay dilema en la historia que haya causado más muerte, desgracia, dolor y miseria, sobre todo porque el verdadero creyente suele tomar partido por la ideología antes que por su madre, incluso si su madre lo mira con ojos de gatete.

Isa Serra, candidata de Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, nos ha colocado ya en esa inquietante cola de madres de animalistas, en esa lista funesta de víctimas de las ideologías morrocotudas, declarando que “la sanidad pública no puede aceptar donaciones de Amancio Ortega. Ya sabrán que el millonario de la ropa de pobres anunció una donación de 320 millones para equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer. Y quizá piensen que entre combatir el cáncer y combatir a un millonario cualquier persona de bien elegiría combatir el cáncer.

La vida, la felicidad, el bien, suelen toparse demasiado a menudo con los principios de los fanáticos

Pero ahí está el eterno dilema, que es un dilema de santo, un dilema llagoso pero ya íntimamente resuelto por la fe. La prueba divina, digna de Abraham, Isa Serra la pasa sin problemas. La sanidad pública no está hecha de dinero y de enfermos reales, que eso es una simplificación y una blasfemia. La sanidad pública es otro templo ideológico lleno de símbolos, ejemplaridad, bienaventuranzas, ofrendas y también sacrificios. Y en los templos no entran los mercaderes, aunque te salven la vida. Hay cosas más importantes que la vida, por ejemplo los principios. Sobre todo, los principios de los fanáticos. La vida, la felicidad, el bien, suelen toparse demasiado a menudo con los principios de los fanáticos. Son principios que Isa Serra te puede explicar largamente sobre sepulcros blanqueados. Sí, demasiado a menudo los principios se explican sobre sepulcros.

Isa Serra, la verdad, está justo en ese partido y en esa edad (menos de treinta) en que la ideología es un maximalismo poético superior a todo lo demás. Es superior porque sus fines son superiores y porque nada supera en ganas a un joven que quiere hacerse una personalidad poética. Cuando era aún más joven, la pillaron pintando bancos y cajeros, y por ahí empezó su ansia simbólica. Al dinero hay que exorcizarlo con espray del pelo y envenenarlo con pintura de guardería. Al dinero le escupen y le hacen cruces los que, en realidad, después de más de un siglo, aún no han encontrado un sustituto para el capital que no acabe en miseria. Poética miseria, en todo caso, casta y purificadora miseria del santo.

La pureza de la revolución de la izquierda siempre ha requerido la miseria y el sufrimiento, pero nunca les ha parecido algo importante

Isa Serra, con la poesía mala de los veinte años, ha visto a un millonario y ha compuesto su himno de campamento. Dirá que ya están otra vez los ricos humillándonos con su caridad para vernos gachas las orejas, pero poner a un enfermo de cáncer a ejemplarizar a los poderosos es bastante despreciable. Explicará que la sanidad pública tiene que financiarse con impuestos, obviedad que ella no recalca porque crea que Amancio Ortega se va a comprar la sanidad como un papado ni a sobornar al Estado, que no es así, claro, sino porque prima, de nuevo, la ejemplaridad del modelo, la necesidad de ejemplaridad del modelo (si falla ese modelo falla la ideología y falla todo su mundo). Queda el detalle sin importancia de que esa ejemplaridad la paguen incluso con su vida los débiles. Es como si Isa Serra se hiciera su morcilla vegana y concienciadora con la sangre de los demás. Es lo que siempre hace la izquierda, en realidad. Con la sangre o con el dinero de los demás.

Tu madre o tu ideología. La vida o la ideología. La prosperidad o la ideología. La libertad o la ideología. El bienestar o la ideología. El viejo dilema parece permanecer vívido sólo en la izquierda, que decidió hace mucho además quedarse con la ideología. La pureza de la revolución de la izquierda siempre ha requerido la miseria y el sufrimiento, pero nunca les ha parecido algo importante. Ni siquiera al comprobar que no había nada más allá de la miseria y el sufrimiento, que nunca lograron ir más allá de la miseria y el sufrimiento. Pero es un precio barato por mantener la soberbia (y el elitista negocio, ay) de la ortodoxia. Incluso si la madre se te muere como de moquillo. Piensen, ahora que caigo, en el nimio obstáculo ético que les supondrá a estos sacerdotes sacrificiales el escrache o el huevazo, la purga o el gulag.