Apenas sacada Carmena, con su plumero de aire puro y sus magdalenas fucsias, el nuevo gobierno municipal madrileño ha retomado eso que suelen llamar el sueño olímpico, que es una fantasía ya más germánica que griega, llena de abanderados de mármol, coreografías patrióticas y zafarranchos fabriles. Los ideales ingenuos y piragüistas de Coubertin hace mucho que se pervirtieron en propaganda nacional y en un negocio que también es ruina, dependiendo de dónde te toque. Al ciudadano le suele tocar el lado de la ruina, mayormente, mientras los deportistas nadan en el cielo y los políticos nadan en los palcos.

Martínez-Almeida ha querido pasar del infernillo pobre de Carmena a levantar en Madrid un zigurat, su pirámide de faraón novato y pequeñito. A lo mejor ésa es la repostería municipal de la derecha, el equivalente a la magdalena izquierdosa, hacerte unos Juegos Olímpicos como montando la mesa de lujo de la ciudad. No es lo mismo hacer de la Gran Vía una alfombra que querer volver a llenar Madrid de teteras de carreras, boleras de gigante, estadios colgados y zepelines de cemento. Todo un poco a medias, claro, porque la mayoría del olimpismo consiste en quedarse a medias, en una semifinal, en un foso o en un coliseo con una pared de menos, fallido como la barbacoa de ladrillo de tu cuñado.

No es lo mismo hacer de la Gran Vía una alfombra que querer volver a llenar Madrid de teteras de carreras, boleras de gigante, estadios colgados y zepelines de cemento

Ahí tenemos, por ejemplo, el espectro del Centro Acuático, como una cárcel abandonada o un pequeño Chernóbil al lado del Wanda Metropolitano, proyecto de estadio olímpico que al menos pudo aprovecharse castizamente llamándolo La Peineta y haciendo jugar en él al Atleti, huérfano de río y de Carabancheles.

El sueño olímpico es recurrente, fastidioso y frustrante en Madrid. A Madrid parece que le faltan sus olimpiadas como le falta su mar. El primer intento fue en los sesenta, con más pereza que preparación, como si mandáramos a Alfredo Landa a hacer de gimnasta o de miss (en realidad mandamos a Pemán con un textito un poco taurino y un documental en el que nos la dábamos de modernos).

Mucho más tarde, llegó la envidia por Barcelona, que hizo unos Juegos históricos, cubistas, metamorfoseantes y hasta bien aprovechados, que no es para nada lo normal. Aquella fiebre alcanzó hasta a Sevilla, donde también dejó un huevo en forma de estadio olímpico para el viento. Teníamos ya mas edificios olímpicos y más pebeteros pop que olimpiadas, pero a ver cuándo ha importado aquí que las cosas sean de verdad.

En competición con Sevilla, fue Madrid la que ganó la candidatura, el mareo y la verbena del renovado sueño olimpista. Gallardón, el niño prodigio de la derecha que se quedó en eso mismo, como un Joselito del PP, pedía los Juegos con la excusa de “transformar Madrid”, aunque él ya lo transformaba y removía de todas formas, con o sin olimpiadas. El sueño se fastidió dos veces seguidas, primero con Alberto de Mónaco preguntando por la seguridad y luego con lo de la alternancia de continentes. Pero de aquello quedaron camisetas, aquel logo de una mano de colores como un guantazo de tebeo, mazacotes y deudas.

Después lo intentó, sin suerte tampoco, Ana Botella, que veía en el espíritu olímpico todo el motor sentimental, plástico y económico de Madrid, aun tras rendirse en el empeño. Como también llegó a decir Gallardón, Madrid era olímpica incluso sin los Juegos. Es decir, que Madrid se había ganado ser algo así como una ciudad olímpica in péctore.

A Madrid se le deben unos Juegos Olímpicos, o eso nos vienen a decir. Se le deben después de pintar tantas veces esos aros, de entrenar a tantos chavales y a tantas palomas; después de llevar dos décadas, atravesadas de pelotazos y de crisis, llenando y vaciando las piscinas de agua, hormigón o billetes. Se lo debe el mundo y la burocracia sospechosa de estos asuntos. Así que nos lo van a vender otra vez. El nuevo gobierno municipal, con ganas como de quitar el olor a pobre del Madrid podemita, saca otra vez el discóbolo, los dioses con jabalina, los héroes con antorcha y los equipos de hockey hierba.

El nuevo gobierno municipal, con ganas como de quitar el olor a pobre del Madrid podemita, saca otra vez el discóbolo y los héroes con antorcha

Detrás de toda la fanfarria griega o germanoide, claro, también están los planos de grandes estructuras toroidales en el cielo y de grandes agujeros en la tierra y en las arcas. Y la distracción o el descanso de tener en el horizonte algo más hermoso, y hasta más ruidoso, que otras elecciones a muerte.

Ya no es como en Olimpia, cuando Heródoto emocionaba a Tucídides en las traseras de los templos mientras los atletas se preparaban como novias. Ni siquiera es como cuando unos bigotudos en calzón largo retomaron la llama olímpica buscando aquel espíritu de esfuerzo, caballerosidad y concordia. Ahora las llamas son de cemento y los laureles, políticos y mercantiles. Y aun así, no hay espectáculo comparable a unos Juegos Olímpicos. Sí, aun con la cursilería y con la ruina. Me doy cuenta de que me he dedicado un poco aquí a cargarme el espíritu olímpico, como si hubiera escopeteado a la mismísima paloma picassiana en chándal. Pero a mi señora, a la que le he comentado sobre qué estaba escribiendo, la estoy escuchando ahora mismo silbar la música de Carros de fuego, por encima del rumor de Madrid como por encima del rumor de olas y sol de la película.

O sea, que a lo mejor es posible. A lo mejor nos convencen. A lo mejor nos volvemos a entregar todos a la cursilería y al hockey hierba. A lo mejor tenemos Juegos Olímpicos en Madrid.