Ya ha llegado el calor para pegar y despegar a los amantes de sus sábanas y de su amor, como un sueño africano e inquieto de humedad y lujuria. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han vuelto a reunir con la pereza, la costumbre, el morbo y el recelo de los amantes resabiados, fieles, tercos y perjuros. La negociación está de tal manera que la investidura se complicó y se acercó en el transcurso de la noche, con esas horas y esos giros de la pasión. De la amenaza de Iglesias a votar no, se pasaba, por la mañana, a que el líder de Unidas Podemos viera un Gobierno con el PSOE “más cerca que nunca”. Así son los amaneceres del amor, con espantada o con desayuno. Desengaño y arrepentimiento o, al contrario, degustar la mermelada que ha dejado la noche en los dedos del otro.

No sé si la investidura, que uno la verdad da por hecha aunque sea en septiembre con los repetidores, merece que perdamos el tiempo mirando estas óperas de balcones y amantes descolgándose, más cerca de Don Mendo que de Romeo y Julieta. La urgencia del deseo y la puesta en escena para el complicado idilio o ballet de amantes o asesinos veroneses hicieron que Sánchez volviera en Falcon de su viaje a Granada, en ese nuevo AVE que a ratos va a cuarenta por hora. Sí, lo adelantan los coches y las furgonetas cargadas de patatas y no va a mucho más de 200, aunque el PSOE ha presumido de haber resuelto en un año el largo proyecto, como si Ábalos, con su pinta de arrocero de Blasco Ibáñez, hubiera plantado él mismo las vías frescas, en la temporada.

En el Falcon le hizo ya Pedro Sánchez un Pretty woman a su mujer, a su sultana, y ahora se lo ha hecho un poco a Iglesias, su pasión turca, al que seduce con poder, con toda la marina de La Moncloa. España es un AVE con gallinas y un presidente que salta de los aviones a los helicópteros como James Bond. Así funciona el farol de poder, que es lo que hace constantemente Sánchez. Sánchez tiene en la lista de su investidura igual a Ciudadanos que a Bildu, su fragilidad le hace besar a Frankenstein y otros sapos y a la vez ponerle velitas a lo que en otro momento llamaba trifachito, arrugando la nariz de alergia o asquito ante ese concepto que le da ganas de estornudar. Sánchez es débil pero baja del cielo con ceremonia y plumaje de dios azteca a exigir que lo invistan. Ha insistido también en eso Ábalos, con esa otra pinta que tiene a veces de confesor de un rey ciclán: el “pueblo” ya ha dicho que quiere a Sánchez, el “pueblo” ha avalado la moción de censura contra Rajoy, no se puede “bloquear” eso que dice o quiere el pueblo y hay que investir a Sánchez. Por eso Sánchez no se molesta en proponer nada, en ofrecerse a nada. Sólo pone un sofá de aeropuerto a sus visitas y, si acaso, se gasta (nos gastamos) un pastón en gasoil, fresones y feromonas. Y así, pide que se le corone como un Napoleón de Aviaco.

 Iglesias hará esperar todo el verano a Sánchez, como los amores adolescentes que tardan todas las vacaciones en besarse con sabor a cocacola

Iglesias hará esperar todo el verano a Sánchez, como los amores adolescentes que tardan todas las vacaciones en besarse con sabor a cocacola y a enredarse los dedos con la arena y las rayaduras de la luna. Pero Iglesias no puede ir a otras elecciones. Ni tiene otro abrigo que el Gobierno de Sánchez, así lo vea de lejos, así quede como la bendición de un desmayado patriarca con coleta y cayado. Veremos el Gobierno Frankenstein levantarse de nuevo, entre lunas de lobo, porque Rivera no va a pactar con Sánchez, se lo pida su columnata de fundadores y sabios o se lo pida el palco del Bernabéu. Podría ser una buena solución un acuerdo de atadura, un contrato con libras de carne de por medio, un pacto duro que incluya importantes acciones en Cataluña, por ejemplo. Rivera está atrapado en dilemas, no hay solución óptima en esta atmósfera que han hecho tóxica Sánchez y Vox, pero todo parece indicar que no está en sus planes blanquear a un pícaro de playa de la política. Puede que Rivera piense que España no va a sufrir tanto viendo a Sánchez entre cuervos y calaveras como lo que va a sufrir tomando a Sánchez, al final, por moderado y por estadista.

Veremos el Gobierno Frankenstein porque no hay otra y sobre todo porque Sánchez lo prefiere. Pero aún nos quedará culebrón este verano, con gatillazo en la suite abarquillada de la Carrera de San Jerónimo, con novias de embarcadero, con amantes con el tanga de cocodrilo en la boca y con chulos verbeneros de media esquina. Sánchez seduce bajando de sus helicópteros levemente californianos a un Iglesias al que no tiene que seducir, claro. Pero qué sería el amor, y la política, sin jugar al pegajoso y al despegado.