Ya hemos visto cómo ha sido la negociación, imaginen un Gobierno entre estos dos. La izquierda bizantina y maximalista, y la burguesa y pragmática, ambas recelosas, vengativas, utilizando contra el otro el sabotaje, la propaganda, los rehenes, la amenaza, el potro, haciendo política de guerra antes siquiera de empezar a hacer política ni guerra. A lo mejor es que toda la idea era imposible. El Gobierno Frankenstein era una cosa que nos inventábamos sumando trozos del Congreso como escaleritas de Escher, la geometría teórica del vértigo, ese algo de rodante, de mecánico y de desplazable, como las trampas de una pirámide, que tiene el Congreso. Así se puede hacer una moción de censura y un Exin Castillos. Pero no un Gobierno, no un Consejo de Ministros, donde creo que ya explicó una vez Alfonso Guerra que el que mandaba era el señor presidente y ahí se acababa todo.

Un Gobierno no es una junta de vecinos. En un Gobierno no se vota todo en cuclillas como en el comunismo de acampada, ni tiene uno un ministerio como una plantación o una encomienda propia. O sea que quizá el Gobierno Frankenstein ha estado siempre muerto. Era sólo charcutería en una bañera de ácido. Imposible que esas manos por un lado y esos ojos por otro, ese dinero por un lado y esa voluntad por otro, dieran un paso juntos sin derrumbarse como carne picada. Hasta Sánchez reconoció eso de los dos Gobiernos, que Podemos quería dos Gobiernos, una cosa inmanejable, que era la tesis de mi columna de ayer. Sí, quizá Frankenstein había estado muerto siempre, pero eso no significa que el cuento no haya sido provechoso.

Antes del comienzo de la sesión, había en el Congreso un regusto a cena de traiciones y un rastro como de marfil limado, el de la sorpresa de los cuernos. Vi a alguien del equipo de Podemos encogerse de hombros y menear la cabeza, incrédulo, como si su mujer se acabara de ir con el lechero. En el PSOE, sin embargo, se diría que iban a un entierro alegre. Parece que ese entierro de Sánchez, que inflamaba el espíritu como el de Sigfrido, era lo mejor que les podía pasar. Sánchez puede vender ahora que no se ha rendido ante el radicalismo (de hecho, le dio para hacer un discurso flameante, de honor de boina verde, de entrenador marine, sobre preferir los principios al poder), y además, tiene septiembre, tiene otras elecciones, tiene a Tezanos con su costurero de madre, y tiene a Iglesias como el traidor que ha vuelto a evitar un gobierno de izquierdas por la ambición de tener más colchones que Sánchez.

Sánchez puede vender ahora que no se ha rendido ante el radicalismo"

Ya puede decir Iglesias que no era cuestión de sillones sino de competencias, porque de lo que se trataba era de poder, un poder bien cuantificado y estratificado, que su equipo pasaba en papeles como el plano de una refinería o la partitura de una fuga. No, Sánchez no entró en el Hemiciclo como Séneca en la bañera, sino como una Juana de Arco beatificable y resucitable. Hasta sus fracasos son tácticos. Es como si usara el aikido, ese arte marcial que aprovecha la fuerza del contrincante. Cuando Iglesias se cortó la coleta como si se la cortara Don Giovanni, dijimos que le había destrozado el farol a Sánchez. Cuando Iglesias le descubrió, el lunes, que sus ganas de pactar parecían fingidas, profesionales y volubles, de teléfono erótico, y lo dejó sin réplica, también se lo apuntamos como un triunfo. Toda esa ventaja que tenía Iglesias libre y calvo, de repente la desperdició ninguneando una oferta que incluía una vicepresidencia y tres ministerios.

Inexplicablemente, Sánchez, en aquella entrevista con Ferreras, le dio a Iglesias la baza para vencerlo. Inexplicablemente también, Iglesias la tiró por el retrete junto con sus rizos recién cortados y aún vivos, como zarcillos de vid. Quizá sabe que no tiene mucho tiempo para asaltar los cielos, que van a cerrar como un último videoclub, y quiso tenerlo todo demasiado pronto, su Kremlin en La Moncloa, su paisito de Risk. Sí, antes de que se le caiga el cielo de escayola de la revolución o se le acabe a él el tiempo de llevar todo Podemos en su llavero de ama de llaves jorobada.

Tanto “socio preferente”, tanta izquierda hermanada “en armonía con la naturaleza”, como grimosos aficionados al dogging… Pero Sánchez ha demostrado que no quería pactar con Podemos, y no era por Iglesias, por supuesto (incapaz de decir una verdad, las termina diciendo por mentiras o contradicciones sucesivas). Sánchez ha quedado como un trilero y como un buscavidas. No ha intentado el acuerdo sino construir relato, la excusa para romper, como los novios cobardes. Esas filtraciones de documentos como de fotos de cama, esa patochada de casi irse a Telecinco el miércoles a explicar la ruptura como un divorcio de toreros… Todo eso, más lo que ya le hemos visto hacer, lo describen como político y como killer. Pero de alguna manera adivinó que Iglesias iría al todo o nada, aguantó el último farol, y ahí está Sánchez, aún vivo, aún vendiendo dignidad como calzoncillos blancos. Sí, después de un espectáculo tan bochornoso, aún está Sánchez con la dignidad del incorruptible e Iglesias con la testarudez de pureza del profeta.

Sí, después de un espectáculo tan bochornoso, aún está Sánchez con la dignidad del incorruptible e Iglesias con la testarudez de pureza del profeta"

Fue tierno, emotivo y risible ver a un Rufián clamando por la oportunidad perdida por la izquierda como si cantara un bolero, mientras Iglesias apenas levantaba los ojos, de nuevo en sus notas, en su testamento, en su diagrama de alguna guillotina quizá (no levantó los ojos tampoco cuando Sánchez subía a la tribuna, y tardó en buscar su mirada, a la que contestaba con pesados campanazos de cabeza, fúnebres y somnolientos). Su última oferta, en el mismo atril, como los tomboleros de feria, fue aceptar las políticas activas de empleo (a pesar de que están transferidas a las autonomías), usando además una voz bajita, cansada o vencida. Sólo era un intento de no quedar como un extraño traidor sin ganancia, como el más estúpido de los traidores en fin, según las leyes de Cipolla.

Sánchez no es presidente (aún), pero el único escenario en el que hubiera quedado peor que en éste habría sido, precisamente, el de un Gobierno de coalición con Podemos, con todos en el Consejo de Ministros vestidos de sioux. Por eso el suyo era un entierro alegre. Más después de haber muerto por España, como el guardiamarina que parece. Todavía le aguardan milagros, estoy seguro. Sánchez los atrae, junto con los martirios. Es todo el santoral barroco español.

Me queda una duda, eso sí. Ahora que sabemos que nunca podrá pactar con Podemos, salvo que Iglesias se rinda y acepte sus ministerios sin paredes, ¿habrá que considerar a Sánchez miembro ya del trifachito / cuatrifachito? ¿Cuál será su socio preferente para pactar ahora? ¿Cs? ¿Se va a contaminar con la foto de Colón como con una foto en Lourdes? Pero su horizonte no son los pactos. Su objetivo es gobernar solo. Más que nada, porque ya no le queda nadie con quien hacerlo. Gobernar solo, con abstenciones por imperativo categórico, exigidas con insultos, o consiguiendo modificar el artículo 99 de la Constitución. O con mayoría absoluta, como antiguamente, por la magia de Tezanos como si fuera la de Merlín. A lo mejor, alguien que quiere estar solo no tiene otra opción que terminar solo. Ése es su horizonte, ni acuerdos ni coaliciones. Que Frankenstein sea, como parece, como ya vemos, simplemente él. Él, si acaso con una chaqueta prestada de Ferreras.