Isabel Díaz Ayuso, con la sombra de cirio de Rocío Monasterio detrás como Morticia Addams, dejó un discurso de investidura lleno de pegatinas y reojos. Con formato de pegatina, de Diez Mandamientos en pósit, lo puso ciertamente el PP de Madrid en Twitter. Aquello era como una nube de ideas para un discurso de miss o para una tienda de muffins o para un fondo de Windows 8. Diez retos, diez losetas en las que algo se repetía o algo se desdoblaba, porque diez suelen ser muchas cosas para obligarse a hacer, vengan de la Puerta del Sol o del Monte Sinaí. Diez retos con un lenguaje entre el coaching, el LinkedIn y Miss Manzanares. Sólo le faltó la paz en el mundo.

Como decíamos ayer, ha vuelto la política, que no es poca cosa. Quiero decir que hemos visto a una candidata desenrollar serpentinas, ahuecar eufemismos como el cojincito de un gato y hasta esquivar charcos con los ojos y los zapatitos (Ayuso tiene algo de niña con botas de agua en medio de la política). Y todo eso, sabiendo que va a ser presidenta, que no es ese paripé que hace Sánchez en el Congreso, perdiendo con un guion aparatoso de argonauta atacado por el kraken, para hacerse el mito o la próxima película. Ayuso decía sus cosas, divididas en tarjetitas o en cajoncitos con chinchetas, mientras intentábamos imaginar qué habrá detrás de todo ello, es decir de verdad, de hipoteca, de tabú, de dueños, de ataduras. Parece una liberación atender ya a la realidad o a sus intenciones en vez de a los destinos personales, a las tragedias de dormitorio de los guapos de culebrón de nuestra política. Aunque estoy reconsiderando, después del discurso de Ayuso, todo lo relacionado con la libertad, sus derivados o sus achicorias.

Diez retos con pegatinas, con reojos, con vientos de pasadizos tras las cortinas. Y con jeroglíficos.

Diez retos con pegatinas, con reojos, con vientos de pasadizos tras las cortinas. Y con jeroglíficos. Como lo de la libertad. Hay un montón de cosas que Ayuso no puede mencionar o aclarar, y entonces dice o escribe lo de libertad, que nunca ha sonado tanto a contraseña, a mensaje cifrado, como cuando te tienen secuestrado y quieres mandarle un S.O.S. a la policía a través del pedido al pizzero. Esa libertad. Esa “Libertad”, disculpen. Con mayúscula capitular, con mayúscula de alegoría, con mayúscula de velero llamado Libertad. “La mejor educación y en Libertad”. “La seguridad para ser libres”. “La Libertad como base de nuestra acción política”. Estoy poniendo alguno de esos retos, tal cual están en el parchís de colores de Ayuso, y que así parecen más aún un enigma de Indiana Jones. Sí, como si uno supiera que si pisa en la loseta o en la Libertad equivocada va a caer en un foso de serpientes o en un abismo de estalagmitas. ¿En Madrid no se educaba en libertad antes? ¿No había libertad hasta ahora? ¿Era Madrid Corea del Norte?

Ayuso decía Libertad, con mayúscula sospechosa, como la que tiene la Verdad cuando se pone con mayúscula, y uno imaginaba una sola ceja de Rocío Monasterio elevándose satisfecha. La política usa mucho eufemismo para lo que les viene grande y mucha grandilocuencia para lo que les sale pequeño. O sea, que tanta Libertad con letra gorda del Quijote suena irónico, o peor, cínico. Esa libertad sospechosa es sin duda una contraseña impuesta por Vox, claro. Por eso a todos les ha pitado el polígrafo. ¿A qué se referirá con libertad Monasterio, obsesionada por ejemplo por un sexo enjaulado como loros de vieja? ¿Qué libertad será, aún no descubierta en un Estado de Derecho como el nuestro?

La verdad, no sé si contemplan otro botón para evitar que los curas se acerquen a los hijos de los ateos.

En realidad, es una forma rebuscada para referirse a que ellos puedan tener sus colegios de curas como siempre, pero como con más satisfacción o desagravio. Y, ya puestos, que el padre tenga un botón a mano para ejercer su libertad de evitar que un mariquita depilado o una feminista peluda intenten acercarse a sus hijos en la escuela. La verdad, no sé si contemplan otro botón para evitar que los curas se acerquen a los hijos de los ateos. O que un científico se acerque a los hijos de terraplanistas o antivacunas. Hace poco, Espinosa de los Monteros reclamaba que en la escuela se impartieran sólo materias científicas y no se adoctrinara a los niños. Pero insiste en que los hijos deben ser educados (en las escuelas) según las convicciones morales (entiéndase religiosas) de los padres. ¿En qué quedamos?

Ayuso nos ha dejado un decálogo que no es decorativo, sino que esconde códigos secretos. Vuelve la política y, otra vez, ponemos en marcha el experimento mental de intentar incluir a Vox en una democracia civilizada. De momento, son sólo palabras. Hasta palabras bonitas, como eso de libertad, que suena al flequillo de Perales o de Nino Bravo al viento. O al título de Miss Colombia que parecía haber ganado Ayuso. Aunque yo no dejo de ver a la próxima presidenta madrileña como una niña empujada en la silla de ruedas por la oscura y levitante madrastra, con un candelabro nudoso de velas como cipreses.