Puigdemont, con ese aspecto de hobbit, de Bilbo Bolsón, que va tomando poco a poco, no podía hacer otra cosa que montar una escena de pitufos. Fue en el Atomium de Bruselas, muy adecuado para que los Pitufos tengan una aventura de ésas suyas como de minigolf, con pasto para esconderse y molinos, esfinges o cohetes para trepar. Allí estaba él, desarregladillo, como el hobbit de pajar que empieza a ser, subido a un palé o a una caja de tomates, como el podio que se haría con una caja de zapatos un héroe de Toy story. A sus pies, enganchada en el cajón, la estelada parecía un felpudo de Ikea, entre la simbología y el serrín. Dar un discurso de esta manera yo creo que sólo lo pueden hacer Puigdemont, un profeta loco de Central Park y el rey Louie de El libro de la selva.

Puigdemont dominaba la escena, con el Atomium a su espalda como el ataque inminente de una araña gigante o un robot steampunk. Pero no era eso todo. También había unas señoras vestidas como de Pitufina, con una edad ya en la que nadie debería intentar vestirse de Pitufina. Era eso, o que iban o venían de una película porno mature tirolesa. Y luego aquella banda, con traje oscuro y corbata amarilla y hasta gafas de sol, como la banda del club de un mafioso de Atlantic City, que tiene que tocar en ese humo de revólver y de señorita que fuma con boquilla por las pestañas. Después, hubo sardana, con esa cosa un poco bruja que parece la sardana cuando el círculo es grande, y estás entre verdes y árboles, y además al fondo está la estatua de un gran ídolo, el Atomium, como si fuera el arma nuclear que adoran en El planeta de los simios. Unos pitufos tirando a adoradores de Baal, así se podría definir. No era una tontería lo de Puigdemont: el independentismo se retrata muy bien así, entre el infantilismo, la hechicería y los altares sacrificiales con grueso y vivo moho histórico y humano.

Puigdemont dominaba la escena, con el Atomium a su espalda como el ataque inminente de una araña gigante o un robot steampunk

Eso hacía Puigdemont por Bruselas, pero yo creo que es cuestión de estilos. Hay una república catalana en plan Oktoberfest, un Oktoberfest quizá siniestro, y hay otra en plan Noche oscura del alma, que es la de Junqueras por ejemplo. Ahí está Junqueras, imaginando su celda como una celda de Dumas o de monje, escribiendo sus cosas de Dumas o de monje, con el Espíritu Santo entrando por las rejas con su luz enrejada de arpa. Puigdemont y Junqueras no están de acuerdo en muchas cosas, pero la primera es esta manera de festejar los cumpleaños o las venganzas, la república o la ausencia de república, su liderazgo o su mortificación. Puigdemont se piró mientras decía que iba a por tabaco, como un quinqui; Junqueras sacó su mejor saco de arpillera y se puso a rezar en el latín de las catacumbas. Puigdemont se buscó un palacete con la bodega como Batcueva y Junqueras se fue al trullo a fregar con aljofifas de mil mojones. Puigdemont hace una rueda de prensa en Berlín, como si hubiera ganado el León de Oro, o se monta excursiones de ruló hacia la frontera de Francia; mientras, Junqueras muestra esas manos suyas, llagadas de clavos, lágrimas y aljofifas en el Tribunal Supremo. Ahora, Puigdemont monta una fiesta de la salchicha y un festival de la trompa de los Alpes, y Junqueras sigue zurciendo su república de tela de saco en la cárcel.

La Diada va a ser un problema, porque no sabemos si saldrán carrozas cerveceras, zancudos con chirimía, majorettes de cincuenta tacos que tienen aquelarre los sábados; o será todo una lenta y pedregosa procesión de capuchinos. El independentismo está dividido, pero yo creo que es Puigdemont el que tiene razón. Todo esto del procés no ha sido una guerra santa, ni una historia mosaica con cautiverios y plagas y liberaciones. Todo esto ha sido una aventura de los Pitufos, y Puigdemont ya hace viñetas con ello. Y puede que termine en otra persecución, como las de Mortadelo, porque aquello del Atomium no está para adorarlo como una gran cabra mecánica, sino que es un espacio protegido y lo mismo le cae una multa a Puigdemont y a su circo de señoras con sardana, perrito o liguero.

Una aventura de los Pitufos, sí. Esas cosas que sólo se creen los niños. Que se puede vivir en las setas o de las setas, que el líder supremo es un sabio aunque tenga pinta de gurú sospechosito, que sólo hay un color con siete u ocho personalidades disponibles, que el malo es un calvo antiguo con gato y sotana, y que se puede salir al minigolf del mundo, de España, de Europa, a trepar y a huir y a dar pequeños e ingeniosos mamporros hasta que Pitufilandia vuelva a ser libre. Las cosas de los niños, las cosas de Puigdemont. Sólo aquellas señoras tirolesas daban ideas para algo adulto.