Pablo Iglesias se fue a la fiesta del PCE, de la que nadie se acuerda ya, ni los punkis, y Errejón se fue al aniversario de UGT, a sentarse detrás de Carmen Calvo como detrás de la tata. Resulta que después de tanta nueva política, del podemismo, del carmenismo, de la revolución transversal o boscajosa del pueblo redescubierto, en la izquierda sigue habiendo lo mismo: el comunista y el socialista. El comunista con el viejo contrachapado de sus varios comunismos (siempre fueron muchos, y cada uno con un maestro de obra para el mismo libro y el mismo martillo) y el socialista con su pana esponjada como un cobertizo y su capitalismo para pasantes y para pobres, al que llamaban socialdemocracia o progresismo. O sea, el que se va a la fiesta del PCE, a hacer la revolución con el mechero de abridor y algún grupo macarra o enjaezado de calaveras, y el que se va a la barbacoa de liberados y maestritos a aliñar la hamburguesa y el mercantilismo con marihuana.

Se han cruzado dos veces estos días Iglesias y Errejón, y las dos veces como haciéndose el retrato siempre artístico de los tranvías al cruzarse. La primera vez en esa presentación de libro que ya glosamos aquí, en la que Iglesias, como un niño con espada de madera, se enfrentó a Cebrián en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Resulta que allí mismo y ese día se iba a celebrar la asamblea o la proclamación de Errejón, pero ni siquiera en esos salones vacíos para el arte, con todo el frío de las estatuas separadas, cabían los dos. Así que Iglesias se quedó peleando con la historia y con la socialdemocracia hecha ya imperio chino, o sea con el PSOE, allí en un ático del arte o del frío o de la progresía, y Errejón se fue a la sede de UGT, el sindicato hermano, o sea hermano del PSOE, a comer quizá ya gambas de sindicalista, de sindicalista en el poder, de sindicalista en el aciago capitalismo. Ahora, ya ven, se vuelven a cruzar en las vías, que siempre son las mismas vías. Iglesias hacia los conciertos llovidos del comunismo histórico y metalizado, fracasado como un grupo heavy ochentero, y Errejón hacia el abrigo del poder como hacia una bella maestrita con trenca y termo, que era lo mejor que uno podía encontrarse en un pícnic del PSOE, antes y ahora.

Vemos a Errejón de alfil de Carmen Calvo, ensayando ya para algún ministerio muy socialista, un ministerio alegórico pero muy ceñudo

A Errejón lo tratan ya como de la familia, va a las cosas del sindicato hermano como hermano, le sujeta por detrás la bata de cola progresista a Carmen Calvo, y habla justo de esa mayoría progresista igual que la vicepresidenta, o sea como un concepto prêt-à-porter, o como el presidente, o sea como algo evidente, natural e inevitable, extensión de la natural y evidente inevitabilidad de su persona. Vemos a Errejón de alfil de Carmen Calvo, ensayando ya para algún ministerio muy socialista, un ministerio alegórico pero muy ceñudo, y nos damos cuenta de que ya está dentro del imperio chino del PSOE. Digo imperio porque lo sigue siendo, por tamaño y por historia, a pesar del advenedizo Sánchez. Puede parecer que Sánchez no tiene nada que ver con Felipe, pero Felipe fue un rojo que inventó el pelotazo y nos lo hizo pasar por izquierda, y Sánchez es capaz de hacer pasar por izquierda cosas más rebuscadas y contradictorias aún.

Errejón ya es de la familia, y lo veo hasta lógico. Creo que Errejón admira este espíritu pragmático del PSOE, eso de primero el poder y después la gobernanza, y también su uso de significantes vacíos que decía yo el otro día, como lo de “progresista”. Admira sus esencias populistas, que están en Sánchez pero también estaban en Felipe y Guerra, y que forman parte de la episteme del PSOE (y si no, recuerden al PSOE andaluz). Errejón puede ser un caballo de Troya de una izquierda verdaderamente radical y peligrosa, porque él es radical y peligroso. Pero aún es posible que sucumba al poder y a sus lorzas, en plan sindicalista con gambas. Y se quede ahí.

Errejón ya es de la familia, ya está en la segunda fila del poder, detrás de la doña Carmen Calvo como detrás de una señorona de balcón de saeta. Y mientras, ahí sigue Iglesias, con su fiesta del PCE, arruinada como una boda mojada, como cuando esperaban a la Pasionaria, diluviando, y llegó Carrillo en helicóptero, la primera vez, en Torrelodones. Ahí sigue Iglesias, con el puñito en alto no de la revolución, sino del parado agarrado en el autobús, o del heavy igual de parado saltando en el concierto satánico. Ahí sigue Iglesias, inventando otra vez a Anguita. Aunque Errejón tampoco inventa nada. Vuelven el comunista y el socialista, casi cervantinos, tan españoles como un ventorrillo. Al final van a terminar inventando el bipartidismo o la bota de vino, los milénials éstos.