En Japón sacan falos en procesión, falos gordos y rosas como budas, falos grandes, esponjosos e ingrávidos, o pesados falos de madera, como un rey de ajedrez gigante. Falos como botijas o como pináculos, falos como unicornios cabalgados por mujeres, falos sostenidos como copos por las muchachas. Los japoneses son raros. Sacan falos como en festivales del pimiento, cuando aquí nos asustaríamos, nos ruborizaríamos, nos enfadaríamos.

El falo es mucho más sagrado que un ebanista, un decir, y aquí sacamos en procesión a ebanistas, pero no a las pollas. El falo es el símbolo del principio generador, activador, la semilla cósmica, pero un ebanista es sólo un ebanista, si acaso con un milagro pobre de ebanista, o incluso sin milagro, sólo la contemplación del ebanista, con su silla como una catedral de viruta. Pero qué raros son los japoneses.

Al otro lado de la simbología está el coño, o la matriz. Lo femenino, principio receptor, la tierra, el fruto, el huevo cósmico. Sagrado también, que significa “separado”, fuera del ámbito de lo profano. El falo o el coño son profanos como falo o coño, pero sagrados como expresión de la dualidad creadora. Qué raros estos japoneses, paseando pollas. Pero con el falo y el coño se puede explicar todo el universo. El yin y el yang son una manera de dibujar con forma de gato o de luna lo que no son sino un falo y un coño. O sea, la unidad, la dualidad y la síntesis, con lo que jugando con pichas y chochos hemos llegado casi a la Santísima Trinidad. Pero todo esto, insisto, es muy raro. Lo normal es sacar un San Martín de Porres, con su escoba de matar ratones, como sabe todo el mundo.

El coño insumiso, santo o pecador, salió en procesión en Sevilla un día y ahora está en los juzgados como ante Caifás

El coño insumiso, santo o pecador, salió en procesión en Sevilla un día y ahora está en los juzgados como ante Caifás. No sé si las que sacaron el chocho en parihuela estaban pensando en tanta simbología cósmica o tanto encajito filosófico, pero yo tampoco me pongo a calibrar en qué piensa el que saca un San Martín de Porres o un San Pancracio, santos de alacena. Puede que ese coño fuera un coño meramente zoológico. O político, el símbolo de la mujer hasta el mismísimo coño. Pero no sé por qué no iban a poder sacarlo de fiesta o de paseo o de procesión.

Vi que frente a los juzgados de Sevilla una señora se quejaba, no de que hubieran sacado un coño en procesión, sino de que lo vistieran de la Virgen María. La señora veía a la Virgen en aquel coño ojival, con sus mantos sucesivos y su corona de perla y lágrima. Esto puede ser muy rebuscado, o al contrario, lo más simple y a la vez contradictorio del mundo: indignarse porque alguien ha relacionado el coño con el atributo de la virginidad. Enfadarse por un coño, cuando el coño puede llegar incluso a dogma. O del otro lado, sacar un coño en procesión atea, en protesta por la santificación teológica del coño.

A lo mejor poner esto también es un insulto, porque estoy escribiendo mucho la palabra coño al lado de Virgen e incluso de dogma y de teología. A lo mejor yo también estoy paseando el coño insumiso, a mi manera, harto de los mojigatos y también de los provocadores con nivel de tener cinco años, con pichitas y totetes. O será que he visto a los japoneses con sus falos con moñas o con alitas y al final me han parecido, comparados con nosotros, desconsoladoramente civilizados.

A lo mejor yo también estoy paseando el coño insumiso, a mi manera, harto de los mojigatos y también de los provocadores con nivel de tener cinco años

Todo esto, en fin, es absurdo y, poniéndose uno un poco absurdo también, conviene recalcarlo. Ya hemos dicho alguna vez aquí que las opiniones religiosas se creen diferentes a las demás opiniones, y que los religiosos se ven con el derecho a que no se les contradiga, critique o satirice, el derecho a no sentirse ofendidos, nada menos. Pero no existe tal derecho. Si existiera, la cultura y la humanidad colapsarían en el silencio y el vacío. Aún hay leyes antiguas, rancias o ambiguas sobre estas cosas de “ofensas a los sentimientos religiosos”, pero incluso así se entiende que esas leyes están para proteger la libertad religiosa, que no se menoscaba sacando un coño con manto de estrellas, no para concederles inmunidad ante la crítica. Con más razón cuando, frente a un derecho tan absurdo y apocalíptico como el de no sentirse ofendido, se encuentra un derecho fundamental como el de expresión y opinión.

Parece que aún no podemos tratar estos asuntos con sosiego, humor e incluso alegría, esa alegría con la que los japoneses sacan sus falos de festival como cerditos de festival. Coños sangrientos se enfrentan contra cálices sangrientos, el caso es que haya enfrentamiento sangriento. Por los siglos de los siglos. Amén.