El fútbol es lo más parecido que tenemos a la guerra aquí, así que los que no quieren paz pero tampoco guerra, o sea que quieren sólo gamberreo, adoquines, colchones ardiendo, gente que pierde las maletas, turistas espantados y reporteros también espantados igual que turistas, van a trasladar por supuesto el conflicto al fútbol. El fútbol me parece un sitio muy natural para vándalos en pijama, para adultos infantilizados, para cobardes de manada y para los memos que se emocionan con las coreografías chinas de las patrias de merchandising. Y para los que creen que la democracia es algo así como hacer la ola con el porrón y el fuet. O sea, un sitio muy natural para el independentismo.

La Liga ha pedido a la Federación que el partido entre el Barça y el Madrid del día 26 se juegue en Madrid y no en Barcelona, y uno, por una parte, piensa que estaría bien evitar que los gamberros se encontraran con esa especie de castillo hinchable para sus fantasías de tirar petardos bajo los pies y exhibir culos estelados. Por otra parte, sin embargo, uno se imagina una comodita ardiendo que acojona a la policía, a los bomberos y a Sergio Ramos que vuelve de alguna boda gitana, y parece una rendición ridícula. Barcelona no es que prenda demasiado bien, es que Nerón miraba las llamas (perdón por la historia apócrifa) mientras hacían liras y tigres en el cielo, pura poesía para Torra o Colau. Una cosa es que Barcelona arda, y otra que se deje arder para hacer postales. Y que la postal nos asuste tanto como para salir corriendo, que es lo que quieren, claro.

Sacar el partido de Barcelona, por si las milicias universitarias queman una ferralla de Florentino o una mecha californiana de Sergio Ramos. Por si los del Tsunami Democrático sueltan tiburones en el Camp Nou, como en esa película de Sharknado. Una solución intermedia, y que tendría bastante gracia, sería llevarlo a Buenos Aires para devolver aquel favor del River-Boca de la Copa Libertadores que se trajo a Madrid. Yo aquel día me encontré con unos cuantos hinchas bastante pacíficos, pero era inevitable verlos como vikingos descuartizadores, tal era la fama y la mancha de incivilidad e incivilización que traía aquella gente. Llevarlos a Buenos Aires como esos presos que se llevan a una prisión lunar en la ciencia ficción. Los indepes, incapaces de tener ya deporte como son incapaces de tener ayuntamientos, política, universidades, ni parques de farolas y frisbis, si no es con hogueras de sillas, libros y discrepantes.

Sacar de allí el Barça-Madrid sería como reconocer que hay que llevarse ya también todo lo que queda de España, no vaya a ser que arda un Opel Corsa o una tienda de sofás

Sacar de allí el Barça-Madrid sería como reconocer que hay que llevarse ya también todo lo que queda de España, no vaya a ser que arda un Opel Corsa o una tienda de sofás. Llevarse a todas las señoras con la rojigualda en las macetas y todos los discos de Manolo Escobar y todas las banderillas de los bares, para no ver a un niñato talando señales de stop. Llevarse lo que queda de Estado, de derechos civiles, de imperio de la ley, para no ver a un tío vestido de Superlópez indepe tirando piedras o tapas de alcantarilla a un escaparate de Zara, con sus maniquíes como aliens con jersey de cuello de cisne.

Paran el aeropuerto como si pararan su hilo musical, invaden las estaciones de ferrocarril como arbustos embrujados, como bosques andantes de Macbeth; cercan los edificios gubernamentales exhibiendo los arietes de carnero de sus propias molleras, prenden fuego a la ciudad como al pico de la ropa de mesa de la portera… Y ahora, mueven los partidos de fútbol, porque puede ser que los indepes lancen a Sergio Ramos con una catapulta, allá donde llegan sus penaltis. Ya puestos, que se vayan los disidentes, los colonos, los franquistas con su cara de Landa, todos los españolazos bereberes, no vayamos a ver otra vez una máquina de coser ardiendo y una calle desadoquinada como por armones y un furgón policial pintado de rosa, o sea el caos, la revolución.

El independentismo callejero, bobo, creyente, o sea el que no sabe de qué va la cosa, el que no sabe que esto ha terminado, el que fue utilizado por el negocio real del nacionalismo, va a aprovechar cualquier escenario para continuar la guerra. No se trata de moverle el escenario, no se trata de llevarse el campo de fútbol como no se trata de mover los palacios de justicia ni el Estado de derecho como una gran encina. Se trata de no consentir esa guerra. Que no es guerra siquiera, sino una especie de futbolín dominguero de la guerra. Pero que puede acojonar a Sergio Ramos igual que acojona a Pedro Sánchez.