El presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, vestido de caballero maestrante indepe, o sea de pulcro traje de ateneísta con lazo amarillo, haciéndole como alférez de navío de sus tractores, ha dicho que todo lo que ha pasado allí ha sido culpa de Sánchez, que no negocia. También ha dicho, con un tonillo como de Arias Navarro, así entre la lealtad, el apostolado y el recurso a la pertinaz sequía, que la cosa apenas ha sido como una semana de lluvias fuertes. Igual podría decir, sin que se le torciera el churro del ojal, que un bombardeo al fin y al cabo es como un terremoto. Canadell, que no atiende mucho a la lógica, parece que tampoco atiende mucho al comercio ni a Barcelona. O atiende a otro comercio y a otra Barcelona.

Nadie en Cataluña, salvo algunos resistentes, se ocupa ya de la realidad, sólo de mitos. Si el president es otro hooligan, cómo nos va a extrañar que el de la Cámara de Comercio sea un heraldo trompetero de fachada de ateneo

El gran comercio, el gran negocio, sigue siendo en Cataluña el independentismo. Una semana de furia y fuego pueden hacer que los mesoneros se queden sin clientes, pero el señor de liceíllo que está ahí vestido de azafato de la causa, como el tertuliano que está de matón de la causa, el poetilla que está de bardo de la causa o el periódico que está de papagayo de la causa, no pierden nada, sino que ganan. Canadell está en otro de esos clubes de la patria cuyo nombre o asunto no importa. Importa su inspiración, importa su aporte a la causa. Ya seas empresario de gasolineras, como es el caso, o castellet de una peña.

Así que un señor comerciante, o patrón o capitancillo de los comerciantes, ve Barcelona llena de hogueras de tapacubos, maniquíes y veladores, y no ve diferencia con la gota fría. Pero la voluntad del caos importa mucho más que el caos en sí. Lo de Barcelona no ha sido una tormenta, pero es verdad que no es nada comparado con el caos general de una comunidad que ha olvidado todo, la economía, el bienestar, los derechos, la libertad, la convivencia, la ley, por un capricho sentimental irrealizable. Irrealizable al menos así, con un golpe de casino en el Parlament o, ahora, con la última locura de abrir los infiernos. En la voluntad del caos, en esa elección del caos que ha hecho el independentismo, ese capricho sentimental convertido ya en veneno, no tiene nada que ver Sánchez.

El otro, la culpa es del otro, eso es el nacionalismo y eso es la pereza. La culpa es de Sánchez, que no negocia, dice uno de los muchos pajes de saloncito o de orinal del procés. Ábalos, quizá por ese nerviosismo electoral que tiene a Sánchez temblando como un caniche de globo, afirmó también hace poco que la culpa la tenía Rajoy. Podría haber dicho González, ya que estamos. La culpa es de Sánchez, pero por su mano blandita, asegura la derecha. Ahí lo vimos, negando la normalidad que Marlaska proclamaba al traerse metralleta a su visita. Cuando tus gorilas no es que vayan con arma, sino que van con arma recién sacada de un estuche de violín, que es como vestir zapato bicolor, eso es más que protocolo. Eso es que ya, dentro de la violencia asumida, has decidido llevarlo al menos con coquetería, muy de Sánchez. Torpezas y responsabilidades, en fin, hay para todos, pero culpa sólo tiene el independentismo. El independentismo tiene la última voluntad de desastre y tiene también la única salida. Nadie salvo Pablo Iglesias, que como los indepes no entiende ni respeta el Estado de derecho, negociaría con ellos nada sobre autodeterminación. Sánchez negoció ambigüedades para conseguir la presidencia, pero no irá más lejos. No mientras le suponga tener que abandonar su colchón de La Moncloa como si abandonara a un poni. Y en éstas, lo que ocurre es que nadie en Cataluña, salvo algunos resistentes, se ocupa ya de la realidad, sólo de mitos. Si el president es otro hooligan, cómo nos va a extrañar que el de la Cámara de Comercio sea un heraldo trompetero de fachada de ateneo. La política sin gobierno, la economía como tapadera y la violencia como folclore. Y eso no lo han hecho Sánchez ni Rajoy. El orgulloso independentismo debería reclamar el mérito de tan concienzuda ruina, de tan trabajada decadencia.