La madre indepe ha llevado a la niña a la manifa como al parque, a jugar con cachorritos de fuego, con mariquitas explosivas, con globos venenosos, a jugar también con el señor guardia como un guardia de Charlot, con uniforme de muñeco de jengibre. La madre, digo yo que será la madre, está ahí con la hija como patinando, entre la gente y una nevada de papel del váter. Hay ese ambiente de risas de bolazos de nieve y sillas musicales, y la madre se arrodilla como para abrocharle un patín o un botón. La madre arrodillada, pedagógica como todas las madres que se arrodillan, que se ponen al nivel del hijo para advertirles de la pupa o de la caca o señalarle los primeros misterios del mundo en un abriguito o en un gusanito o en un jueguito. O en ese señor guardia al que hay que tirarle el rollo de papel como a un payasete se le tira una tarta, como le están tirando cosas los demás, que la fiesta va de eso. La madre le da un rollo a la niña y la anima aplaudiendo, y la niña juega y aprende como hacen los niños, o sea que juega y aprende con todo, juega y aprende con ese rollo lanzado a un paso de distancia contra el guardia simbólico, el guardia tragabolas, el malo bigotón de los niños.

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