Ábalos es para Sánchez como el Algarrobo que debe tener cualquier guapo de serranía. En Curro Jiménez funcionaba muy bien el personaje que hacía Álvaro de Luna, el del forzudo cómico y vulgar que agigantaba la estética de héroe machote pero como con corsé de Sancho Gracia, con sus caballos bailarines y la curva praxitélica de su figura rematada con erección de trabuco. Un Algarrobo viene muy bien para echarlo por delante de la jaca, al encuentro de los alguaciles, a llevarse el primer estacazo. Sánchez no se puede permitir que se le descomponga ahora esa estatua clásica suya, con manos de Da Vinci y caderas de Miguel Ángel; el gesto que contiene toda su política, o sea su augusto busto romano, con el laurel encasquetado como otras cejas. Sánchez esconde su fracaso detrás de su cara de moneda imperial, y pone por delante a Ábalos, a que la gente lo vea atragantarse con una hogaza como una piedra de molino, cortada trabajosamente con una gran faca igual que si degollara una vaca.

Sánchez ha dejado el país en un caos inédito. Pero él seguirá esperando que le pongan el zapatito de cristal. Mientras, para chocar contra los alguaciles de la prensa, para soltar el primer bufido, pone por delante a Ábalos

Sánchez no puede estar enfadado porque un triunfador no puede enfadarse por triunfar. Pero el Algarrobo puede enfadarse con una mula, con un mesonero, con una cantarera, con un niño que le tira piedras o huesos de aceituna, y eso se asume en el personaje, y nos hace gracia sin que el héroe, o sea Sánchez, sufra demasiado. O eso nos quieren hacer creer. Ábalos compareció atragantado como de pan y queso duros, engollipado de elecciones, nervioso y enojado, como el Algarrobo recién despertado por una mosca o una coz. Sánchez no asume el fracaso porque el triunfo no es en él un estado, sino una naturaleza. Pero Ábalos puede mostrarse enfadado, gruñón, sulfuroso, y hasta tierno en su tamaño y su brutez burlados. Ni siquiera parece que hable por Sánchez ni por el PSOE, sino que es el juglar que nos entretiene mientras Sánchez se baña entre cortinas como Cleopatra antes de salir a hablarnos moviendo sus pestañas como crótalos.

Con migas en la barba o paja en los bolsillos, y con cabreo de Algarrobo manteado, Ábalos salió como a pegarse cabezazos con bueyes, aunque se tratara de periodistas. Y mientras Sánchez guardaba su sonrisa en una cajita de música, Ábalos nos soltaba cosas así: “Nosotros no queríamos que hubiera elecciones”, “las elecciones no las convocó el presidente, se convocaron automáticamente”, “hemos frenado a la ultraderecha”, “me está haciendo preguntas como si hubiéramos perdido las elecciones, ¿me puede reconocer la victoria?”. No había ya suficiencia, ni cinismo. Ábalos perdía de verdad los nervios, y la frustración, esa frustración como si el queso del Algarrobo se le hubiera ido rodando ridículamente por el monte abajo, se le notaba en las sienes y en las orejas y en las aletillas de la nariz, como a un hipopótamo enfadado. Pero que haya un forzudo cómico perdiendo los nervios sólo sirve para que el héroe recoloque luego la situación con su presencia serena, y su sonrisa de mil y una noches, y su caballo con botines de torito guapo.

Sánchez ha fracasado, ha debilitado su posición, ha destapado su inútil y vanidosa táctica de forzar elecciones por avaricia, ha destruido (Cs) o encabronado (UP) a sus posibles socios, ha hecho subir a su principal adversario (PP) y ha engordado a la extrema derecha (él, que decía que Rajoy era una máquina de fabricar independentistas, ¿qué dirá de sí mismo como máquina de fabricar fachas?). Y ha dejado el país en un caos inédito. Pero él seguirá esperando que le pongan el zapatito de cristal. Mientras, como contraste, para chocar contra los alguaciles de la prensa, para soportar la primera pedrada, para soltar el primer bufido, pone por delante a Ábalos. Después llegará él y nos dirá lo mismo pero con voz suave y ofídica de confesor o de envenenador. Y se nos olvidará cuánto nos chocó oírselo al Algarrobo, con esa sinceridad cómica del adulto frustrado o sobrepasado por circunstancias infantiles, como si fuera Mr. Bean.

Sánchez sonreirá ante sus destrozos, nos volverá a enseñar el argumento de su perfil de moneda, y Ábalos parecerá el payaso de las tortas que el payaso augusto necesita para su propio número. Sin embargo, de alguna manera, Ábalos es el verdadero PSOE, como el Algarrobo era el verdadero pueblo, más que ese galán de zarzuela, de caballo con permanente y trabuco como un cántaro de lechera en la cintura. Ábalos, en el fondo, es ese PSOE frustrado, encabronado, incapaz de ocultar que sus gurús y sus mesías han metido la pata, y que quizá está pensando ya si el guapito de su jefe se merece acabar rodando por el monte como aquel queso. Y si la izquierda puede tener como héroe a un pimpollo con el culo escocido de chulear de jaca, que te lleva al picadero pasando por el desastre.