Te deseé en julio, te quise en agosto, te tuve en diciembre, me atormentaste en enero. Agosto pasó pronto, se fue tras tus huellas de hermoso pescador descalzo en la arena de Doñana, y septiembre te encontró fingiendo el amor como si fingieras todo el trabajo de una cosecha. Tus reuniones, tus viajes, toda España como un haz de sol y cañas a tu espalda, esa larga carrera de nadador, dura como una labranza, de querer ser amado por todos para no tener que soportar ser amado por mí. Y te ofrecías a eruditos y a menestrales, a hombres y a mujeres, en antros y en academias. Incluso te ofrecías a mí sabiendo que yo no aceptaría que me humillaras ante tus otros amantes e invitados, los falsos amigos, los lascivos sirvientes, las viejas urracas en tu fiesta de vicio y rococó. Porque tú no me querías a mí, no querías a los otros, no querías a nadie. Sólo te reías jugando con tu poder y tu dominio, como un dios terrible y niño.

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