Confiar en que España tendrá alguna vez una televisión estatal que vuele libre requiere de grandes dosis de vino peleón. La clase política no destaca especialmente por su brillantez, como tampoco por su integridad ni por su altura de miras. De ahí que no quepa esperar que los partidos vayan a asimilar que los medios de comunicación públicos pueden llegar a ser un buen antídoto contra la manipulación. Máxime en un momento en el que los niveles de intoxicación son muy altos y los ciudadanos buscan oxígeno.

Que RTVE ha sido siempre un arma más dentro de la batalla política se ha podido apreciar en infinidad de ocasiones a lo largo de su historia. Hubo una, reciente, que resultó especialmente obscena. Se produjo hace algo más de un año, después de que trascendiera la noticia de que Rosa María Mateo figuraba como la apoderada de una empresa cuando lo tiene prohibido, dado que desde agosto de 2018 ejerce como alto cargo de la Administración.

El entonces portavoz del PP, Ramón Moreno Bustos, realizó una intervención con un inaceptable número de ataques y descalificaciones hacia la administradora única de RTVE. Lo hizo entre abucheos y aplausos de adversarios y palmeros que en ningún caso merecerían el tratamiento de ‘excelentísimo señor’. Visiblemente molesta –y no es para menos-, Mateo respondió: “Señor Moreno, es usted muy mezquino y muy miserable, perdone que se lo diga”. Fue peor el remedio que la enfermedad.

Sería una total pérdida de tiempo confiar en que quienes condujeron a la televisión pública hasta el borde del precipicio van a tener una iluminación

La memoria es líquida y especialmente corta en los momentos de agitación. Pero no conviene olvidar este tipo de espectáculos de mal gusto, pues son un perfecto tratamiento contra la esperanza. Sería una total pérdida de tiempo confiar en que quienes condujeron a la televisión pública hasta el borde del precipicio van a tener una iluminación y a concluir que, efectivamente, este servicio público debe funcionar de forma autónoma.

Durante las próximas semanas/meses, el Congreso de los Diputados deberá tomar importantes decisiones con respecto al futuro de Radiotelevisión Española y, como decía, no hay muchos motivos para ilusionarse. Primero, porque la larga historia de este medio de comunicación demuestra que los partidos –no sólo el Gobierno- han preferido que sus altos despachos estén ocupados por delfines, dispuestos a defender los intereses políticos, que profesionales independientes.

La primera tarea que deberá abordar el Gobierno es la de sustituir a Rosa María Mateo como administradora única provisional. Mateo era una presentadora jubilada que fue propuesta por el PSOE –y ratificada en el Parlamento- para ostentar este cargo en verano de 2018, ante el rotundo fracaso para elegir a un Consejo de Administración temporal.

Su gestión no ha sido precisamente ejemplar, como se demuestra, por ejemplo, en que La 1 registró en 2019 la peor audiencia de su historia, algo que no es cosa menor.

La 1 registró en 2018 la peor audiencia de su historia, algo que no es cosa menor

Es cierto que fue la última en llegar y que los problemas medulares de RTVE los encontró sobre su mesa. Le precedía José Antonio Sánchez, que tuvo la mala suerte de compartir nombres y apellido con alguien que aparecía en los papeles de Bárcenas -oh, casualidad- y que pasará a la historia por mermar las fuerzas de Telemadrid y de RTVE hasta dejarlas famélicas mientras las dirigió. Poco después de dejar la corporación, fichó como consejero del Grupo COPE, que pertenece a un sector en el que previamente había ejercido de alto cargo. Digamos que tenía cierta tendencia hacia lo castizo que la audiencia ni la oposición parlamentaria supieron entender.

Conviene tener presente este precedente, ahora bien, tampoco debe servir para ocultar que en la gestión de Mateo han predominado los desatinos. Mateo ha gobernado la corporación sin Consejo de Administración y la última vez que dio cuentas de su gestión fue el pasado febrero, en el Congreso de los Diputados. Pese a esto, no ha considerado la opción de comparecer ante los medios para arrojar luz sobre lo que ocurre en la corporación y, en ocasiones, se ha pronunciado con una soberbia inconcebible.

El concurso público

Los partidos del Gobierno deberán decidir próximamente si seguir el guión previsto y elegir a los 10 miembros del Consejo de Administración de RTVE de entre los 20 ganadores del concurso público de 2018; o, por el contrario, si seleccionarlos con el siempre recurrido sistema del dedazo.

Como cabía esperar, los partidos no han sido coherentes en este sentido, como se demuestra en que mientras apoyaban la elección por concurso de méritos de los consejeros de RTVE, pactaban en Andalucía para eludir este metodología y que cada cual designara a los vocales que quisiera. Actúan con total desfachatez y cambian de opinión en función de sus intereses momentáneos y de su permanencia en el Gobierno o en la oposición. No es nada nuevo, pero es igualmente reprobable.

El pacto de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos hace una rimbombante y vacía referencia a RTVE que no aclara los planes de los dos partidos. “Defendemos un modelo de RTVE plural, independiente, pública, transparente y de calidad, que se convierta en polo de producción, orientada al fomento y difusión de la cultura española, impulsando la renovación del Consejo de Administración mejorando el sistema de concurso público”, apunta.

Sánchez ya ha sugerido –en conversaciones privadas- que el concurso público convocado en RTVE fue un desastre –y así fue- y que pretende buscar un consenso parlamentario para elegir al próximo presidente de la corporación. Algún portavoz de Unidas Podemos también ha transmitido, en privado, la necesidad de que su partido se asegure una representación justa en el órgano de gobierno de la televisión pública. Y desde el PP pusieron mil y una trabas al desarrollo del concurso durante la tramitación parlamentaria de esta normativa. Vox, pese a que ha advertido en varias ocasiones de su propósito de cerrar las televisiones públicas, en Andalucía se sumó al pacto para renovar el Consejo de Administración. Y sería raro que en RTVE renunciara a tomar posiciones en el Consejo.

Con estas condiciones, sólo queda esperar un desastre o un apaño a la española. Como pudiera ser, por ejemplo, el nombramiento de un Consejo provisional –con mayoría de afines a PSOE y UP- que ejercería mientras se reforma el método de elección por concurso. De hecho, la idea ya ronda alguna cabeza en los partidos, si bien no es seguro que se lleve a término.

¿Qué le hace falta a RTVE?

Sea como fuere, la cuestión principal es la siguiente: ¿realmente es necesario un concurso si, en realidad, no sirve para elegir a consejeros independientes, sino como un mero proceso burocrático, tutelado por los partidos, y que sirve para disimular los dedazos? La respuesta es la de siempre: dado que los grupos parlamentarios no tienen la voluntad verdadera de dejar funcionar de forma autónoma a RTVE, cualquier sistema por el que se opte arrojará el mismo resultado.

También conviene incidir en que los problemas de las televisiones públicas –y, en concreto, de RTVE- no comienzan ni acaban en el Congreso de los Diputados ni en los cuarteles generales de los partidos, pues en Torrespaña y Prado del Rey existen auténticos caballos de Troya que dicen defender este medio de comunicación, pero que, en realidad, con cada decisión que toman y con cada hoja sindical que distribuyen contribuyen a deteriorar su salud.

Algo parecido ocurre con los consejos de informativos, que denunciaron decenas de casos de manipulación durante la anterior etapa, pero que en la actual han renunciado prácticamente a toda crítica sobre el contenido de los telediarios. En estas condiciones, se puede pensar que los noticiarios han alcanzado la perfección o bien que los responsables de este órgano han optado por el perfil bajo por alguna razón. La respuesta parece obvia. El CIS los situó en su último barómetro como los noticiarios preferidos por los españoles para seguir la información de la jornada electoral, pero, en el día a día, son terceros en audiencia, a una considerable distancia de Telecinco y Antena 3.

Algo parecido ocurre con los consejos de informativos, que denunciaron decenas de casos de manipulación durante la anterior etapa, pero que en la actual han renunciado prácticamente a toda crítica sobre el contenido de los telediarios

El análisis tampoco arroja buenos resultados en lo cuantitativo. Televisión Española, como grupo, registró una audiencia media en 2019 del 15,5% (-1 punto), frente al 28,9% de Mediaset, que casi la dobló; y el 26,2% de Atresmedia. Sería injusto afirmar que las empresas privadas no han contribuido al declive de RTVE, pues presionaron como ellas sólo saben para que se eliminara la publicidad de su parrilla de programación y, cuando vieron la presa débil, en mitad de la crisis económica, se lanzaron a por algunos de sus formatos más exitosos.

Tampoco hay que obviar el papel de determinadas productoras audiovisuales que, cuando se han visto fuertes en la corporación, han aprovechado para realizar maniobras de presión para aumentar su facturación para con RTVE. Es un secreto a voces en el sector, al igual que lo es el hecho de que haya empresas audiovisuales que pasan del estrellato al ostracismo, y viceversa, en función de quién ostente el Gobierno de turno, o la presidencia de RTVE.

Enorme plantilla

Desde el punto de vista económico, la situación de RTVE también es delicada. Su presupuesto bajó de 1.200 a 950 millones de euros en los años más duros de la crisis económica. En los últimos ejercicios se ha acercado a los 1.000 millones, pero no ha recuperado los 1.200 que aconsejaba la ley de financiación (como techo de gasto).

Sus costes de personal han aumentado progresivamente durante los últimos años hasta situarse por encima de los 400 millones de euros al año, lo cual complica la elaboración de una parrilla de programación competitiva para sus canales e hipoteca cualquier proyecto de evolución tecnológica y en contenidos.

Su plantilla, de 6.500 efectivos, es mayor que la de Atresmedia y Mediaset juntas; y, tras más de una década sin haberse convocado oposiciones, está cada vez más envejecida. La veteranía es un grado, sí, pero la juventud también es necesaria. Y, en estas condiciones, el talento debe ficharse a dedo, lo que siempre implica un riesgo para la meritocracia.

El futuro de RTVE

Los partidos deberán negociar en los próximos meses el Mandato Marco de RTVE, es decir, la norma que determina los objetivos que tendrá que cumplir durante la próxima década. Esta medida debería ir acompañada de planes para rejuvenecer y quizá reducir la plantilla; y para contratar nuevos perfiles que contribuyan a adaptar RTVE a las necesidades de los nuevos tiempos. Sobra decir que la ceguera política y los lobbies internos harán todo lo posible por adaptarlos a sus intereses. Y, si es menester, retrasarlos o vetarlos.

Ciertamente, necesita España espejos en los que mirarse que no ofrezcan una imagen distorsionada de la realidad. Después de estos años de desastre total y absoluto, hay una buena oportunidad para reformar RTVE desde los cimientos y sentar las bases de un servicio público más eficiente e independiente. Lamentablemente, no se hará, dado que el partidismo, como ocurre en otros ámbitos, se encargará de impedirlo. Así, señorías, también se dinamita un Estado.

Confiar en que España tendrá alguna vez una televisión estatal que vuele libre requiere de grandes dosis de vino peleón. La clase política no destaca especialmente por su brillantez, como tampoco por su integridad ni por su altura de miras. De ahí que no quepa esperar que los partidos vayan a asimilar que los medios de comunicación públicos pueden llegar a ser un buen antídoto contra la manipulación. Máxime en un momento en el que los niveles de intoxicación son muy altos y los ciudadanos buscan oxígeno.

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