Pablo Iglesias habló de cloacas, de patria, de poder popular y de gente que va a ir a la cárcel, en lo que no sé si es una enumeración, una gradación, una serie causal o una simple acumulación de estribillos, un popurrí de su política ska (el ska es esa música que suena a charanga con cabra pero también con punki). A los de la cárcel parecía que los señalaba con un tridente. A lo mejor su vicepresidencia es la vicepresidencia de los calderos hirviendo o de los truenos de castillo, y por eso vemos que se le está afilando una perilla de demonio de carnaval vienés o de Drácula de los números de Barrio Sésamo.

Todo eso, las cloacas, la patria, el poder popular y los malvados para los que está preparando el pozo y el péndulo de Poe, parecen muchas cosas pero son la misma: ellos. Vamos, quiero decir él. O todo lo que gira alrededor de él, de Iglesias. Las cloacas son las de sus enemigos juramentados, no la de Dolores Delgado comiendo con Garzón y Villarejo y charlando sobre cómo extorsionar con putas, cosa muy del pacharán. La patria es sólo su ideología envuelta en una especie de sentimentalidad de toalla de madre: los servicios públicos, las pensiones, la justicia y la dignidad según él concibe lo justo y digno, y que sólo proporciona su izquierda providente. El poder popular es como llama él a ese concepto de la política que lo lleva a estar siempre esperando la asamblea, el soviet, pero dictando órdenes directas en nombre del pueblo mientras llega la cosa. Y la cárcel, claro, la cárcel la anuncia como potestad personal, no como una consecuencia de la aplicación de las leyes. O no de las leyes en general.

Todo lo que dice Iglesias espanta la democracia, espanta cualquier idea civilizada de lo público y de lo privado, y espanta el humanismo porque espanta la libertad

“Queridos amigos de las cloacas, estamos en el Gobierno”, dijo Iglesias. O sea, él está en el Gobierno. Y dispuesto a ejecutar su venganza de galeote. Aunque él no lo dice así, él dice que ahora “se va a hacer que se cumpla la ley”. La ley ya era la ley, igualita, antes de que Iglesias se sentara en su sillón azulísimo como un cojín de príncipe con gota. Pero lo que viene a decir Iglesias, claro, es que es su presencia la que legitima la ley. Sólo ahora se pueden cumplir las leyes porque lo de antes no eran leyes, sino arbitrariedad, cloaca, mafia, régimen corrupto del 78, monarquía todavía con las mismas gavetas franquistas y tal. Iglesias aún va más lejos: sólo lo que él haga cumplir será ley. Por eso “los responsables políticos, policiales y mediáticos de la cloaca” (sea lo que sea esa cloaca) deben terminar en la trena, pero los políticos indepes condenados deben salir y hay que “desjudicializar” la política. La diferencia no es la ley, por supuesto. La diferencia es su presencia, su gracia, su voluntad.

Es ahora, con Iglesias de principito entronizado sobre la venganza y el escuchimizamiento, como un malo de Shrek, cuando ha llegado la arbitrariedad. A veces la ley se tendrá que cumplir y otras veces la cosa se tendrá que dialogar, a veces se tratará de repugnante corrupción y otras veces de un conflicto político, a veces será la resplandeciente verdad y a veces será una maniobra de la cloaca. Eso de la cloaca suena demasiado a conveniente agujero triturador en el que meter todo. Ya tenemos, pues, a alguien que pretende gobernar desde la arbitrariedad, amparado en una supuesta voluntad abstracta del “pueblo”, apelando a la sentimentalidad y al peso de una patria totalmente ideologizada; alguien que expulsa del sistema político al adversario, que es socialista a la vez que nacionalista, que acusa de todo el mal a la conspiración de un oscuro grupo de enemigos del pueblo con un desmesurado poder, y que llama a meterlos en la cárcel acusando directamente con su dedo enfurruñado y el alambre de su bigotillo. Sí, no se puede decir que sea la primera vez que nos encontramos con eso.

Vi también a Iglesias en la televisión gallega, abundando precisamente en su concepto de patria, que definía más o menos como el orgullo de que en España no se muera la gente igual que en esas calles de Chicago que cantaban los Chanclas (gracias a la izquierda, por supuesto). Su patria no era lo público, no era lo común, aunque él insistiera. Su patria era sólo su ideología, y un Estado no puede tener ideología como no puede tener religión. Y si la tiene, ya no es democracia. Todo lo que dice Iglesias espanta la democracia, espanta cualquier idea civilizada de lo público y de lo privado, y espanta el humanismo porque espanta la libertad. Pero ahí sigue él, dictando preceptos pomposos, autoritarios y paternalistas, como acompañado de zarina y huevo de Fabergé, en nombre precisamente del pueblo, de la democracia y de la libertad.

La democracia, la patria, el pueblo, hasta los viejos con su pensioncita y su sol de sanatorio y de palomo, todo eso es siempre para lo mismo, para lo suyo. También sus cloacas son sus cloacas. En sus cloacas habrá gente indeseable pero pronto acabará allí cualquiera que sea molesto. Estamos hablando de alguien que considera peligrosa para la libertad de expresión la misma existencia de medios de comunicación privados. Todo es siempre lo suyo, sí. Y no en el sentido del sanchismo recogepelotas. De Iglesias conocemos su pasado, conocemos sus filias y fobias, conocemos su catecismo porque él mismo nos lo ha contado con orgullo. Ahora conocemos también sus palabras y sus actos cuando está en el poder. Todo es lo suyo, y lo suyo es algo que no es democracia porque ya lo vimos antes y nunca lo fue.

Pablo Iglesias habló de cloacas, de patria, de poder popular y de gente que va a ir a la cárcel, en lo que no sé si es una enumeración, una gradación, una serie causal o una simple acumulación de estribillos, un popurrí de su política ska (el ska es esa música que suena a charanga con cabra pero también con punki). A los de la cárcel parecía que los señalaba con un tridente. A lo mejor su vicepresidencia es la vicepresidencia de los calderos hirviendo o de los truenos de castillo, y por eso vemos que se le está afilando una perilla de demonio de carnaval vienés o de Drácula de los números de Barrio Sésamo.

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