El enorme progreso humano, que a pesar de los progresistas, ha conquistado el mundo como ponen de manifiesto un sinfín de estudios empíricos relativamente recientes se puede dividir –simplificando las cosas- en tres fases históricas: una primera caracterizada por la vida tribal y nómada, una segunda sedentaria y socialmente más compleja forjadora de civilizaciones y una tercera que nació con la primera revolución industrial y la democracia liberal que llega hasta nuestros días.

Poco hay que decir de los primitivos tiempos de las sociedades humanas y mucho de los progresos logrados con el ensanchamiento de las sociedades que corrió paralelo al desarrollo del comercio y la división del trabajo que fueron posibles gracias a la existencia de reglas de juego basadas en un orden moral previo nacido y desarrollado libre y espontáneamente a lo largo del tiempo.

Cuando los seres humanos comenzaron a relacionarse gracias al comercio con gentes desconocidas tuvieron que dotarse de normas de conducta comúnmente aceptadas, además de inventar la escritura y los registros de las transacciones, para que el desarrollo económico y el consecuente crecimiento de la población pudieran tener lugar. Es por ello que David Hume formulara sus imperecederas tres leyes fundamentales –antes de que existiera Gobierno- de la vida en sociedad:

  1. La estabilidad de la propiedad
  2. El intercambio por consenso
  3. El cumplimiento de las promesas

Sin propiedad privada, libre mercado y cumplimiento de los contratos no habríamos alcanzado las conquistas económicas y sociales de Occidente, luego replicadas en otras geografías en la medida en que tales leyes también se fueron aplicando en ellas.

En contra del “borrón y cuenta nueva” que el racionalismo constructivista asociado a la fracasada Revolución Francesa quiso imponer y aún perdura en las mentes progresistas, la historia del progreso humano está asociada a las costumbres, los hábitos y las tradiciones que tanto detestaba Voltaire. Para el adanista Rousseau: “No existen otras leyes que las que se dan los vivos”. 

El derecho civil romano no se instituyó en una generación, sino durante un largo periodo de varios siglos"

Nuestros grandes pensadores escolásticos de los siglos XVI y XVII mayormente asociados a la Universidad de Salamanca son reconocidos pioneros del descubrimiento de las instituciones sociales espontáneas, como el derecho civil romano: “Basado en el genio de muchos hombres y no en el de un solo hombre; no se instituyó en una generación, sino durante un largo periodo de varios siglos y muchas generaciones de hombres”, según Catón citado por Cicerón.

Para Rousseau, Voltaire y sus seguidores contemporáneos el orden social espontáneo habría que sustituirlo por otro ad hoc inventado por ellos -un nuevo orden “de autor”-, invalidando así instituciones naturales como: el lenguaje, la familia, el derecho, la justicia, el mercado, la división del trabajo, el dinero, la ciudad, la democracia, el Estado, etc.

La coronación de las instituciones espontáneas tuvo lugar con la consagración del sistema democrático liberal que habiendo nacido en Inglaterra alcanzó en EEUU su máxima cumbre, en 1787, en forma de Constitución.

El orden liberal sustentado en el libre mercado y la democracia constitucional, es decir el desarrollo del orden natural preexistente, pronto fue combatido por los herederos intelectuales de la revolución francesa; principalmente Saint-Simon y Carlos Marx. Sus seguidores políticos: Lenin, Stalin y Mao, utilizando la violencia y las armas –los enemigos de la sociedad abierta de Popper- ocuparon el poder e impusieron a la fuerza un sistema político y económico “nuevo” situado en las antípodas del liberalismo y del orden institucional “antiguo”.

Ante la evidencia del fracaso, los progresistas de nuestro tiempo han cambiado de estrategia

Tras consumir más de medio siglo tratando de mantener de pie y sobre millones de muertos su “científico” paradigma político, el socialismo comunista falleció víctima de sus horribles prácticas. Y ante la evidencia del fracaso, los progresistas de nuestro tiempo han cambiado de estrategia: ya no ofrecen un paradigma político y económico alternativo al liberal, sino que asumiéndolo a regañadientes, tratan de reformarlo, eso sí, a su manera. Veamos como.

Para el prologuista de La fatal arrogancia de Hayek, Jesús Huerta Soto: "El socialismo hay que entenderlo como todo intento sistemático de diseñar u organizar, total o parcialmente, mediante medidas coercitivas de ingeniería social,  el mercado y la sociedad”.

En el ámbito económico, los progresistas como no pueden evitar la existencia del mercado, tratan de “arreglarlo” a su gusto: poniendo todo tipo de trabas al desempeño de la función empresarial, practicando el “capitalismo de amiguetes” y gastando mucho más de lo que ingresa el Estado. De este modo el crecimiento económico se ve constreñido y no desarrolla todo su potencial.

Y cuando por circunstancias sobrevenidas, como ahora con la pandemia del COVID19, la situación económica se ensombrece gravemente, el gobierno social-comunista en vez de actuar de inmediato para ayudar a las empresas en la recuperación económica se complace en contar el gran número de damnificados de la crisis y presumir de sus incondicionadas ayudas. Ahora ya no pretenden darle categoría “científica” a sus tesis, se conforman con apelar a sentimientos de “solidaridad”; eso sí, entendida a su manera.

En el orden socio-político los progresistas se pasan la vida cuestionado las tradiciones, cuando como muy bien escribió G.K. Chesterton: “no son otra cosa que la democracia extendida en el tiempo”, hasta el punto que “resulta imposible separar tradición y democracia”.

La familia se está desnaturalizando y la patria potestad de los padres se ve atacada por todos lados

Las instituciones sociales espontáneas antes descritas están en la diana de los progresistas, para horadarlas una a una y con ellas los cimientos de nuestra civilización occidental. La lengua se ha convertido en España en un ahistórico vehículo identitario para regresar a un cierta –inventada- tribu, amén de ser artificiosamente “arreglada” en términos ridículamente “inclusivos”; la familia se está desnaturalizando y la patria potestad de los padres se ve atacada por todos lados; el derecho se ve socavado en sus principios fundamentales, como la presunción de inocencia; la justicia se quiere poner al servicio de la política y en contra de la igualdad ante la ley ; el mercadose ve cada vez más condicionado y sometido a una ingente proliferación normativa que no parece tener fin; el dinero ha perdido su razón de ser al convertirse en manos del irresponsable monopolio emisor en una banalidad a largo plazo; el ahorro, tan virtuoso como imprescindible para la inversión y el crecimiento económico y la creación de empleo, se encuentra perseguido fiscal y monetariamente; la democracia se pretende oponerla a la ley y la libertad, dos bienes consustanciales de nuestra civilización previos a aquella y a la no deben quedar sometidas; el Estado, cuya misión fundacional no es otra que garantizar la libertad de los ciudadanos bajo el imperio de la ley, hace mucho que se ha expandido hasta extremos políticos y económicos cada vez más insoportables.

Como sucede con la experiencia de la rana que fallece plácidamente dentro del agua que se va calentando poco a poco, la erosión de nuestras instituciones ya está produciendo un efecto equivalente del que únicamente puede librarse una sociedad civil despierta, responsable y vitalista que unida frente a los descritos desafíos comience antes de que sea tarde a denunciar el regreso a ninguna parte.

El enorme progreso humano, que a pesar de los progresistas, ha conquistado el mundo como ponen de manifiesto un sinfín de estudios empíricos relativamente recientes se puede dividir –simplificando las cosas- en tres fases históricas: una primera caracterizada por la vida tribal y nómada, una segunda sedentaria y socialmente más compleja forjadora de civilizaciones y una tercera que nació con la primera revolución industrial y la democracia liberal que llega hasta nuestros días.

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