El gasto público sin fin ha devenido un dogma político de los socialistas -de todos los partidos– asociado a consecuencias que solo pueden ser para ellos -acríticamente– benéficas. El único límite a esta irresponsable visión del gasto está determinado por la posibilidad de financiarlo de cualquier manera, incluido el endeudamiento de las nuevas generaciones que ni disfrutarán de sus supuestos beneficios ni podrán ser consultados acerca de la hipoteca que se les impone sin consultarles.
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