En Callao, el cartel de la serie Patria parece los dos entierros linderos de dos muertos por lindes, con sus sudarios y velos al viento, rozadizos, como cabellos aún revueltos en el odio. Entiendo el concepto publicitario, porque en la dualidad está el conflicto, y sin conflicto no hay historia ni interés. La dualidad no es equidistancia, sino el punto de partida, igual en las cosmologías, en el arte, en la filosofía o incluso en el negocio. Un díptico del Cielo y el Infierno no es equidistante, es sólo polarizador. Sin embargo, en el cartel de Patria los culpables y los inocentes no están en dos polos, sino que se nos aparecen como intercambiables. Los entierros simbólicos se han mezclado con sus mortajas y sus escarabajos de nicho, es como si pudiéramos equivocarnos de muerto igual que de novia. Es algo más que la moral rechinando, es la oportunidad que se le da a la injusticia para que confunda al mundo, y eso nos desasosiega.

Todo esto nos pasa porque esperamos veredictos históricos y morales de series de batamanta y de novelones con faja de tableta de turrón. Sería mejor tener ya la moral y la historia bien pensadas, en vez de pretender que el ocio, el negocio, la multinacional de series pizzeras y el escritor de best seller de pasta cocida nos las trajeran o nos las confirmaran. En realidad, el propio negocio nos hace ya discurrir comercialmente: no estamos pensando en las ideas, la verdad o la ética, sino en su buena o mala publicidad. No somos ofendiditos ni moralistas ni historicistas ni puristas, somos publicistas. Exigimos adecuada publicidad de lo correcto y de lo incorrecto. Pensamos en los compradores del relato, o sea que somos casi peores que los de HBO.

Si andamos ya quemando carteles y cancelando suscripciones de HBO es porque de alguna manera hemos asumido que la verdad no tiene fuerza para ganar nada"

HBO vende series de tetas y dragones o vende el morbo de una historia sobre ETA que se nos presenta provocativamente nivelada, aunque no lo sea en el libro ni en la serie. HBO vende, como venden los partidos, las ideologías o el deporte, y ése es el fondo de toda esta polémica. Todos nos damos cuenta de que debería hacer falta mucho más que un cartel para que la moral o la verdad se estremecieran o se torcieran. Todos nos damos cuenta de que el entretenimiento no debería ser un Evangelio ni una escuela. Y, sin embargo, también nos damos cuenta de que en estos tiempos se vende relato, y de que el relato está venciendo a la verdad y a la idea. Así que nos vemos oponiéndonos al relato, haciendo anatema de HBO o tirándole un zapato a la televisión porque ese relato que propone el cartel ya es una amenaza. El fondo de todo esto es que sentimos que la verdad está amenazada por cualquier relato vendible y comprable.

Esto no va de ETA, ni va de Patria, libro que, sinceramente, nunca me ha interesado. No me interesa no por lo que pueda o no contar sobre ETA y la vida en el País Vasco, que eso lo puedo ver yo mismo o lo puedo leer en los periódicos con o sin pescado dentro. No me interesa porque es un best seller que está escrito como un best seller, o sea con pereza y con moldes de galleta, con lo justo para contar una historia, que a mí me parece muy poco para empezar a llamar arte a los libros. Hay libros que ya son serie o película sin pasar por la literatura, porque sólo contienen sucesos y no idioma, y yo creo que a Patria le pasa eso. Pero, como digo, esto no va del libro, ni de ETA. Va de lo que se vende en este tiempo. De lo que compramos en este tiempo, incluso los que se quejan.

HBO vende sus apocalipsis morales, sus reinas de fuego trenzado, su sexo sin sexo en la lucha del dragón como la del toro, y también su fantasma español, siempre al borde del odio y del equívoco como de la cornisa. Eso vende más que Fernando Aramburu, que quizá sólo ofrecía cucuruchitos de verdad, cucuruchitos de tres páginas, como un castañero sentimental detrás del paraguas y la lluvia de su portada. La verdad vende menos, o ya no vende. Lo saben las multinacionales del streaming, el maquillador de Miguel Bosé y sobre todo los partidos. Vende el relato verosímil, inverosímil, torcido, inventado, cínico, emocional, renegado, contradictorio, falso, brillante, deseable, ingenuo, sucio, escandaloso, pero atractivo.

Si andamos ya quemando carteles y cancelando suscripciones de HBO es porque de alguna manera hemos asumido que la verdad no tiene fuerza para ganar nada. Ahí vemos a Sánchez, a Podemos, a Vox. Ahí está el País Vasco, donde sigue triunfando un relato mentiroso e inmoral que cree sagrada la piedra pero considera los asesinatos casi tan folclóricos como las tinajas. Ahí está Cataluña, con la misma mentira aunque sin muertos. Ya nadie compra la verdad, y es tanta la impotencia que nos vengamos quemando la televisión, como la bruja Avería. Ya nadie compra la verdad ni la razón desde que empezamos a comprar sólo aduladores, guapos, joteros, santones y pitonisos. Ya nadie compra la verdad, pero sólo nos queda insistir en ella. Apuñalar un cartel desahoga, pero no arregla nada. Insistir en la verdad y en la razón. Eso, o todo será una guerra de marketing tan confusa, aborrascada, volcánica, falsa y ridícula como esas guerras de dragones manejados con las coletas.

En Callao, el cartel de la serie Patria parece los dos entierros linderos de dos muertos por lindes, con sus sudarios y velos al viento, rozadizos, como cabellos aún revueltos en el odio. Entiendo el concepto publicitario, porque en la dualidad está el conflicto, y sin conflicto no hay historia ni interés. La dualidad no es equidistancia, sino el punto de partida, igual en las cosmologías, en el arte, en la filosofía o incluso en el negocio. Un díptico del Cielo y el Infierno no es equidistante, es sólo polarizador. Sin embargo, en el cartel de Patria los culpables y los inocentes no están en dos polos, sino que se nos aparecen como intercambiables. Los entierros simbólicos se han mezclado con sus mortajas y sus escarabajos de nicho, es como si pudiéramos equivocarnos de muerto igual que de novia. Es algo más que la moral rechinando, es la oportunidad que se le da a la injusticia para que confunda al mundo, y eso nos desasosiega.

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