España no necesita Gobierno (el Gobierno puede desaparecer entero en el verano de la peste igual que en un minigolf de pitufos) pero sí necesita un presupuesto. En realidad, el presupuesto es sólo la tranquilidad de Sánchez, la tarea pesada que luego le permitirá volver a descansar al lado del botijo con plato mientras las culpas serán para Ayuso o para los camareros malajes. Los presupuestos ni siquiera son todavía números ni planos para la reconstrucción o la recuperación. De momento, sólo son una invocación a la que hay que adherirse, que requiere profesión de fe, vasallaje o palanganaje, como si a Sánchez le besaran su Excalibur o la punta de su zapato afiladísimo con contera de espada.

Sánchez no negocia con números, sino con lametones, dándolos o esperando que se los den, con sumisión lujuriosa de pie o guante de dama de carruaje. Sánchez no negociará los grandes números de la salvación de España, sino únicamente cuánto cuesta en oro o en carne o en almas seguir en el poder. Sánchez negocia mejor, pues, dando el pésame por el etarra suicida, el etarra del comando que secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco. Ahí lo dejó, un lento lengüetazo en el empeine de quien corresponda, como promesa de futuros lengüetazos sentidos, calientes, humillados y enfermizos, como si lamiera muñones. Sánchez negocia mejor, pues, reuniendo la mesa independentista, besando su plata y su ponchera burguesa, donde se engordan los reflejos de su raza. Sánchez negocia mejor, en fin, con ésos a los que todo salvo ellos mismos les trae sin cuidado.

Sánchez sabe lo que necesita y creo que lo tiene sin molestar a Europa ni salpicarse de derechona

A Sánchez no le importa humillarse ni sorber pelusa mientras eso le asegure el poder y la tranquilidad, los bodegones monclovitas con frescor de pepino y los marabúes en ese dormitorio suyo, ya cargante de mitología, autoridad y sensualidad como un barco de Cleopatra. Sánchez prefiere humillarse a ceder poder, que es lo que tendría que hacer con Cs y no digamos con el PP. Lo del PP es imposible, ya se encarga Sánchez obligando a que parezca que Casado traga fuego o traga un sable muy lanudo de borlas y flecos, como una cimitarra, una cenefa o una silla de camello de sultán. Lo de Cs sería simplemente raro o tramposo. A Europa le basta con que los presupuestos no sean escandalosos. Con esta moderación sin escándalo va a tragar Podemos, que a pesar de las broncas no va a sacrificar el azul piscina al que se ha acostumbrado. Y también tragará ERC, más pendiente de causas y enemigos simbólicos. Es decir, que a Sánchez no le hace falta Cs, y menos el PP.

Sánchez sólo está negociando seriamente con el club Frankenstein. Se nota en la dulzura de su garganta, en la entrega de su cerviz, en la curva praxiteliana de sus caderas al acercarse a Bildu, a Esquerra o al PNV como un bailarín ambiguo y voluptuoso de Purcell o de El Cantar de los Cantares. Que alguien tan vanidoso se humille de esa manera nos alerta de la ganancia que espera conseguir. Sánchez no quiere el mejor presupuesto, sino poder y tranquilidad. Sánchez sólo negocia en serio, o sea con íntimos lametones, con sus socios “naturales”, que no lo son por ideología (Sánchez no tiene ideología) sino por comodidad: se les puede contentar con calderilla presupuestaria o simbólica, o con humillaciones al Estado, sin que le toquen el poder real. Si a Sánchez no le importa humillarse él, le va a importar humillar a las víctimas del terrorismo o al propio Estado, hacer que la decencia, la moral, la democracia, la división de poderes, la soberanía nacional o el imperio de la ley se arrodillen como esos bueyes tontos de oro y bocio de las romerías. Así negocia Sánchez. A los demás, a la oposición, los usa sólo para el desgaste o para la estafa. Ahí ven a Cs, que presume de centrismo y de acuerdos para que luego Sánchez se ría de ellos sacándoles la foto de Colón como la de una despedida de soltero.

Sánchez sabe lo que necesita y creo que lo tiene sin molestar a Europa ni salpicarse de derechona. Lo del PP volverá a ser inevitable y lo de Cs volverá a ser triste. Con Sánchez no hay posibilidad de gobierno de concentración ni de presupuestos de consenso ni de nada que no termine en el imperio de su persona más barato posible. Y de momento lo tiene, a cambio de baratijas. Para qué dar más. Y para qué exponerse a perder el útil espantajo del trifachito, barato y ruidoso como un monstruo de las galletas de felpa.

Aun sin presupuesto, o con el presupuesto de Montoro, Sánchez tuvo tanto poder que podía tomar o abandonar el mando del país a capricho. Pudo decretar el fin de la epidemia y regresar tras el verano, después de rozarse con el oleaje y la majestuosidad despatarrada, como un coloso de Alejandría, para declinar responsabilidades por el virus pero exigir pleitesía por el bien de España. Es difícil pedir más, pero creo que lo va a tener. Tendrá la tranquilidad de que nada va a cambiar en bastante tiempo. Incluida esa obscenidad de que parezca que España no necesita un Gobierno, sino sólo dar a Sánchez lametones de fetichista de maniquíes.

España no necesita Gobierno (el Gobierno puede desaparecer entero en el verano de la peste igual que en un minigolf de pitufos) pero sí necesita un presupuesto. En realidad, el presupuesto es sólo la tranquilidad de Sánchez, la tarea pesada que luego le permitirá volver a descansar al lado del botijo con plato mientras las culpas serán para Ayuso o para los camareros malajes. Los presupuestos ni siquiera son todavía números ni planos para la reconstrucción o la recuperación. De momento, sólo son una invocación a la que hay que adherirse, que requiere profesión de fe, vasallaje o palanganaje, como si a Sánchez le besaran su Excalibur o la punta de su zapato afiladísimo con contera de espada.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí