Todos trabajamos por dinero…pero sólo cuando no queda más remedio. Trabajar sólo por dinero es en el menor de los casos desolador para el que padece la obligación y muy poco productivo para el que lo emplea.

De facto, cuando en una empresa se prima trabajar sólo por dinero se termina generando una relación meramente mercantilista dónde priman comportamientos individualistas, egoístas, poco eficientes y a la larga menos satisfactorios para las partes implicadas.

Dan Ariely es un Catedrático de Psicología y Economía del Comportamiento que ha llevado a cabo un interesante ejercicio. Propone a dos grupos diferentes la tarea de construir robots con piezas de lego, pagando de manera decreciente por cada nuevo robot y esperando el momento en el que cada grupo decide que ya no merece la pena seguir construyéndolos. Mientras el primer grupo ve como cada vez que terminan un trabajo su robot es expuesto al lado, el segundo grupo observa cómo es desmontado antes de recoger las piezas para la siguiente tarea.

Los participantes del primer grupo eran más rápidos, montaron de media 10,6 robots y el 40% de ellos continuó trabajando incluso cuando la recompensa era inferior a un dólar. Los participantes del segundo grupo construyeron una media de 7 robots y sólo el 15% siguió trabajando por debajo de un dólar la pieza, acusando el sentimiento de falta de sentido en lo que hacían.

Conseguir cosas que merecen la pena y mantenerlas en el tiempo sólo es asumible cuando además del dinero que necesitamos, hay un proyecto, cuando perseguimos un propósito gracias al cual nuestra actividad diaria cobra sentido. Sólo así se mantiene el esfuerzo y se activa el afán de logro necesario para las grandes y pequeñas hazañas, que de otra forma se hacen inabordables.

James Baron and Michael Hannan de la escuela de negocios de Stanford, estudiaron a mitad de los noventa a más de 200 empresas de Silicon Valley, entrevistando a fundadores y siguiendo su evolución en el tiempo.

Encontraron 3 patrones culturales diferenciales: unas compañías estaban muy centradas en el dinero y la retribución, otras en la tecnología y el aprendizaje y unas últimas en el proyecto y el vínculo emocional.

Al cabo del tiempo, descubrieron que ni una sola de las pertenecientes al tercer grupo fracasó, de hecho tenían mejores números, eran más rentables, menos burocráticas y salían a bolsa mucho antes. Por su parte, las firmas volcadas en incentivos económicos resultaban ser las perdedoras encontrándose entre ellas mayores tasas de fracaso.

Primar la existencia de un proyecto común resulta fundamental para generar un entorno de colaboración que deviene en crítico en la actual complejidad del mundo empresarial que vivimos. Además, resulta que no hay mejor combustible que hacer entender a la gente que su trabajo importa y es trascendente, que luchan por algo que merece la pena.

No creo que sea difícil elegir con quien se quiere ir al campo de batalla, con hombres libres luchando por una causa o con mercenarios luchando por dinero. Como en la arenga final del Enrique V de Shakespeare, durante la víspera de San Crispín, lo mejor que nos puede pasar en la vida profesional es “…no considerarnos malditos por no haber estado en la batalla…”.

Un jefe con relato es una bendición, en el próximo proceso de revisión salarial, les recomiendo pedir algo mejor que dinero, adivinen: un motivo para seguir luchando.

Todos trabajamos por dinero…pero sólo cuando no queda más remedio. Trabajar sólo por dinero es en el menor de los casos desolador para el que padece la obligación y muy poco productivo para el que lo emplea.

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