Convengamos en que la nuestra es época acelerada que confunde premura con acierto. Urgidos por la burbuja tecnológica andamos ¡Bip! ¡Bip! como el Correcaminos, sin meditar ni reposar. Frívolos y majaretas congelamos la vida en autorretratos para aprehenderla y archivarla, en lugar de vivirla. Sin embargo, importa más, me parece, saber adónde vamos, lo que depende de nuestra inteligencia, que franquear el camino al objetivo, lo que depende sólo de nuestra voluntad y nuestro esfuerzo; porque un esfuerzo ciego puede conducirnos a un abismo. La precipitación puede poner en riesgo cualquier objetivo, también el imperio de la ley, cuyo sentido es facilitar la convivencia en libertad, y la justicia, palabra mayor.

Sabemos por el Eclesiastés que hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol, un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar, un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para callar y un tiempo para hablar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz.

El sentido del tiempo, por otro lado, es empíricamente apreciable. Sabemos por experiencia que la fruta madura suele ser más sabrosa y menos indigesta que la verde; que lo que está en sazón, lo que ha cumplido su tiempo, suele ser mejor. En la cocina el tiempo de preparación es tan fundamental como los ingredientes, a los que, por muy frescos y sabrosos que sean, una cocción precipitada puede echar a perder. El refranero pide dar tiempo al tiempo; vísteme despacio, que tengo prisa, nos dice.

¿Distorsionando el ritmo del Derecho no estamos arriesgando nuestra libertad y nuestra convivencia de forma temeraria?

¿Qué, pues, del Derecho? ¿A qué viene tanta prisa? ¿Es la velocidad irreflexiva una exigencia para recoger los beneficios de la globalización y la tecnología? ¿Acaso la nueva herramienta tecnológica ha cambiado la esencia del Derecho y ha descubierto un nuevo Pacífico? ¿Seguro que prescindir del tiempo nos lleva a un mundo mejor cuando hablamos del Estado de Derecho? ¿Distorsionando el ritmo del Derecho no estamos arriesgando nuestra libertad y nuestra convivencia de forma temeraria?

Escuchamos continuamente voces que reclaman una respuesta rápida de la Justicia, identificando equívocamente aquélla con el Derecho. ¿En qué consiste una respuesta jurídica rápida? ¿Es acaso el terreno de la ley una especie de duelo en OK Corral, en el que lo único importante es ser el primero en desenfundar, o importa más apuntar correctamente, evitando el riesgo de herir o matar a los inocentes, a quienes de verdad cumplen la ley?

Derecho y Justicia, lo acabamos de insinuar, no son exactamente la misma cosa. Si estamos en la playa y un agente de la autoridad nos reclama que nos pongamos la mascarilla, o estamos en una terraza y nos indican que no podemos fumar, tenderemos a decir que no hay derecho, cuando en realidad lo que puede no haber en tal caso será justicia, o caridad, o respeto, etc. Lo único que hay es precisamente Derecho, es decir, un mandato general e igual para todos y por todos decidido que debe ser cumplido, voluntariamente o por la fuerza de la ley.

¿Es lenta la justicia? ¿Una justicia imprescriptible es justicia o es atrabiliaria e imprevisible venganza? ¿Es posible convivir en paz y tranquilidad sin la seguridad jurídica que dan la prescripción o la caducidad de la acción? ¿Quién decide entonces lo que prescribe y lo que no prescribe, cada uno de nosotros según nuestras pasiones, altas o bajas, al margen de ley alguna que establezca unos plazos predeterminados? ¿El recto ejercicio de las garantías procesales es superfluo y debe ceder ante la necesidad de rapidez?

Abraham Lincoln dejó dicho: “…Me refiero a la creciente falta de respeto por la ley que invade el país; a la pujante disposición a que pasiones salvajes y furiosas sustituyan el sobrio juicio de los tribunales, y las masas, peores que salvajes, a los ministros ejecutivos de la justicia… Cuando a los hombres se les mete hoy en la cabeza colgar a jugadores o quemar a asesinos, deberían recordar que, en la confusión que acompaña por lo general a tales transacciones, resulta tan probable que cuelguen o quemen a alguien que no es un jugador ni un asesino como a quien lo sea, y que, actuando según el ejemplo que dan, la masa de mañana, cuelgue o queme a alguno de ellos…” ¿Estaba equivocado el “honrado Abe”, como lo llamaban sus compatriotas contemporáneos?

¿Si no puedo vencer limpiamente a un competidor o someter a un cliente a mis caprichos o deseos, lo empapelo, es decir, instrumentalizo el Derecho, acompañado por un trompeteo injurioso, y le armo la tremolina para que se rinda con armas y bagajes? Precipitación frente a ecuanimidad, delación frente investigación, justicia rápida frente a justicia harán el resto.

Una sociedad que no deja trabajar a los jueces y a los abogados con la serenidad que su función requiere es una sociedad suicida y liberticida

La ecuanimidad y la certeza que justifican el Derecho son incompatibles con la precipitación y la imprescriptibilidad. Una sociedad de delatores (en materia de competencia, por ejemplo) que anticipa condenas, jurídicas y morales, sin mediar juicio justo y ecuánime, que son ejecutadas sin rubor alguno en la plaza pública, una sociedad que no esté dispuesta a olvidar ni a perdonar jamás, es una sociedad enferma y sin futuro. Una sociedad que no deja trabajar a los jueces y a los abogados con la serenidad que su función requiere es una sociedad suicida y liberticida. Una sociedad que se precipita aumenta las posibilidades de equivocarse, y la pregunta es: ¿Quién, cómo y cuándo corregirá el error?

Jovellanos, en una carta escrita a su amigo Alexander Jardine, escribió: ¨…Alabo a los que tienen valor para decir la verdad, a los que se sacrifican por ella: pero no a los que sacrifican otros seres inocentes a sus opiniones, que por lo común no son más que sus deseos personales, buenos o malos…”.

Tengamos presente que la verdad es hija del tiempo.


Adolfo Menéndez Menéndez. Abogado de Ontier España.

Convengamos en que la nuestra es época acelerada que confunde premura con acierto. Urgidos por la burbuja tecnológica andamos ¡Bip! ¡Bip! como el Correcaminos, sin meditar ni reposar. Frívolos y majaretas congelamos la vida en autorretratos para aprehenderla y archivarla, en lugar de vivirla. Sin embargo, importa más, me parece, saber adónde vamos, lo que depende de nuestra inteligencia, que franquear el camino al objetivo, lo que depende sólo de nuestra voluntad y nuestro esfuerzo; porque un esfuerzo ciego puede conducirnos a un abismo. La precipitación puede poner en riesgo cualquier objetivo, también el imperio de la ley, cuyo sentido es facilitar la convivencia en libertad, y la justicia, palabra mayor.

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