La situación de la presidenta de la Comunidad de Madrid es cada vez más delicada, hasta el punto de que su situación política de aquí al futuro depende de una resolución del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, lo que significa que ese futuro ni siquiera está en sus manos. Y eso es sumamente peligroso para su supervivencia.

Es verdad que el Gobierno y los partidos de la izquierda y la ultraizquierda a nivel autonómico pero también a nivel nacional han estado acosando al gobierno de Isabel Díaz Ayuso desde el mismo momento en que éste se constituyó.

Pero también es verdad que la dirigente popular nunca midió bien ni sus fuerzas ni su capacidad política para meterse en una batalla a pecho descubierto contra el Gobierno central y contra las políticas de Pedro Sánchez respecto de casi todo. Y también lo hizo desde el minuto uno.

Ayuso no tiene ni la experiencia, ni la formación, ni la encarnadura, ni tampoco la osamenta de un auténtico líder político

Puede que el evidente intento de Ayuso y sus asesores de convertirse en la punta de lanza de la oposición contra el Gobierno de coalición le hubiera podido salir algo mejor si no se hubiera tenido que enfrentar a esta pandemia que ha subvertido todas las estrategias políticas de unos y de otros y que, en el caso de Madrid, ha despojado a la presidenta de la Comunidad de cualquier opción de sacar pecho a cuenta de otro tipo de logros.

Pero es que la situación sanitaria de Madrid es catastrófica y, en esas condiciones, lo inteligente y lo práctico hubiera sido no confrontar con el presidente del Gobierno en todas y cada una de las muchas reuniones en diferido que éste ha celebrado con todos los dirigentes autonómicos.

Para ganar una batalla desigual en fuerzas –Madrid es muy importante pero el Gobierno central tiene resortes mucho más poderosos- es imprescindible saber con qué armas se cuenta y con qué capitanes se va a ir a la batalla.

Y ya he dicho que las armas de Madrid o de cualquier otra Comunidad, son ahora mismo muy endebles y las de Madrid lo son más porque el coronavirus la sitúa en el peor puesto de Europa según todos los indicadores.

Y por lo que se refiere a la capitana, la verdad es que no tiene ni la experiencia, ni la formación, ni la encarnadura, ni tampoco la osamenta de un auténtico líder político.

Eso les pasa a muchos dirigentes a día de hoy pero el problema añadido en este caso es que alguien –en singular pero también en plural- en un determinado momento, no se sabe con qué base ni con qué fundamento más allá del mero deseo de que así fuera, pensó en convertir a la señora Díaz Ayuso en una auténtica dirigente política de primera categoría. Y no ha sido así porque no podía serlo.

El nombramiento de Miguel Ángel Rodríguez como jefe de gabinete de la presidenta de Madrid demuestra que ése era el propósito porque su trabajo en la sombra apuntó desde el primer momento en esa dirección. Pero el experimento ha fracasado. A Ayuso le queda grande el papel que le habían asignado.

Casado la respaldará por la cuenta que le tiene apuntalar todo lo que pueda el gobierno de Madrid pero es evidente que se equivocó

Ya es chocante que un jefe de gabinete tenga tanta proyección pública como su superior jerárquica pero éste es el caso. Rodríguez, un aguerrido comunicador, experto en mil duelos al sol, creyó que podía modelar a su antojo a la que seguramente consideró una piedra en bruto o más bien una figura de cera que podría moldear hasta convertirla en una líder con carisma indiscutible. El problema es que Ayuso no tiene esas hechuras y en los sucesivos combates, la figura de cera se ha ido derritiendo hasta perder la forma. Y ahora se enfrenta, debilitada por el asalto masivo del virus, al enemigo exterior pero también al interior.

Los primeros problemas se desataron enseguida con sus socios de gobierno, a los que ignoró o desdeñó en multitud de ocasiones, lo que ha acabado desembocando en un enfrentamiento abierto con su vicepresidente, Ignacio Aguado, que ha acabado rebelándose y actuando por su cuenta hasta abrir una grieta probablemente insalvable en ese gobierno de coalición.

Y a continuación, o simultáneamente, abrió fuego contra el Gobierno central, lo cual excitó las ansias de derribarla del poder por parte de todos los partidos de la oposición de izquierdas que no han dejado de acosarla poniendo de relieve desde el comienzo de la pandemia los malos datos de Madrid y achacando la responsabilidad de todos ellos a la mala gestión de su gobierno.

Y al final, Isabel Díaz Ayuso se ha quedad sola defendiendo como puede la fortaleza en la que cada día que pasa se abren más grietas.

El gobierno de Díaz Ayuso peligra en estos momentos porque Ciudadanos, sin cuyo apoyo ella no estaría ocupando el despacho presidencial de la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, ha adoptado una posición de evidente distancia de la presidenta y corren con fuerza creciente los comentarios sobre un posible cambio de gobierno, bien por la vía de una moción de censura, bien por la vía de una convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas.

Ambos escenarios serían de mortales consecuencias para el PP en términos nacionales. Para Pablo Casado, el autor personal y el defensor contra viento y marea del nombramiento de Díaz Ayuso, su salida del gobierno de la Comunidad de Madrid supondría un golpe formidable para la proyección de ese partido como alternativa cierta de gobierno en términos nacionales. Ya lo tiene difícil Casado ahora mismo como para echarse encima el fracaso de Ayuso en Madrid.

Y ese fracaso se produciría si los partidos de la oposición de izquierdas fueran capaces de convencer a tres, únicamente a tres, diputados de Ciudadanos para que se ausentaran a la hora de votar una moción de censura contra al gobierno de Ayuso, hipótesis no tan disparatada como pudiera parecer habida cuenta del comportamiento de los del partido naranja, empezando por su jefe, el vicepresidente madrileño Ignacio Aguado. Así de simple. Cosas así ya las hemos visto en esta comunidad y si no, que se lo pregunten a Rafael Simancas.

La otra opción, la de que la presidenta de la Comunidad de Madrid, se adelante a esa maniobra y convoque elecciones anticipadas en absoluto le aseguraría la victoria y es muy probable que, dada la situación sanitaria que durará previsiblemente varios meses más, perdiera apoyos e incluso perdiera la posibilidad de formar gobierno. Y no sé si Pablo Casado sería capaz de aguantar el peso de esa emblemática derrota.

Eso por no contar lo intolerable que resultaría para una ciudadanía confundida, golpeada, atemorizada, harta e indignada, el que nuestros representantes políticos se dedicaran ahora a cambiar de caballo en mitad de la carrera o, algo peor, nos metieran de bruces en una campaña electoral.

En cualquier caso, Ayuso y sus asesores han demostrado haber medido muy mal sus fuerzas y ahora el proyecto que podríamos llamar “ha nacido una estrella” se ha desmoronado hasta no ser más que un montón de virutas.

Casado la respaldará por la cuenta que le tiene apuntalar todo lo que pueda el gobierno de Madrid pero es evidente que se equivocó en la elección. Y que lo puede pagar muy caro.         

La situación de la presidenta de la Comunidad de Madrid es cada vez más delicada, hasta el punto de que su situación política de aquí al futuro depende de una resolución del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, lo que significa que ese futuro ni siquiera está en sus manos. Y eso es sumamente peligroso para su supervivencia.

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