No ha sido una sorpresa. Cuando en septiembre se anunció la fusión de Caixabank y Bankia, todos los analistas miraron a BBVA, que se quedaba en terreno de nadie y tenía que ponerse manos a la obra.

El Santander, que siempre ha tenido vocación de liderazgo, sobrevoló como una amenaza factible sobre La Vela, cuartel general del BBVA y tal vez el legado más sólido de Francisco González.

La gestión de Carlos Torres, desde que su mentor saliera de la entidad por motivos que tienen que ver con la investigación judicial del caso Villarejo, pasaba por ser un tanto anodina y falta de definición estratégica. El banco no se sabía muy bien hacia donde iba.

Pero hay que reconocer que Torres ha sabido hacer de la necesidad virtud. Ha convertido un movimiento defensivo en una jugada maestra. La venta de su filial norteamericana (PNC Financial), por la que ingresará 9.700 millones de euros, le da margen para:

1º Ganar capital.

2º Poder darle una alegría a los accionistas mediante la recompra de acciones.

3º Lanzar una OPA a otro banco sin necesidad de ampliar capital.

Torres y el presidente del Sabadell, Josep Oliu, ya habían hablado de la operación en verano. Pero sólo como tentativa. Oliu barajó otras opciones, como la fusión con Kutxabank, pero el Gobierno vasco y el PNV vetaron el acuerdo.

La fusión de Caixabank y Bankia fue el catalizador de las conversaciones. El BCE animaba abiertamente a la concentración bancaria en España y el BBVA, si quería seguir siendo un gran banco y evitar tentaciones por parte de Ana Botin, tenía que actuar deprisa.

El presidente de BBVA elude operaciones hostiles y se consolida como una de los grandes de la banca española

Si se consuma la absorción (ahora vienen meses en las que consultoras y despachos de abogados harán su agosto), la entidad resultante, que seguramente se seguirá llamando BBVA, se situará a tiro de piedra de Caixabank/Bankia. El que se queda ahora rezagado es el Santander, tercero en liza.

Con este movimiento, BBVA se concentra en Europa, aunque sigue teniendo dos fuertes puntos de apoyo en Turquía y en México. Falta por definir qué hará el nuevo banco con el negocio en Inglaterra, donde las cosas no le van bien a la filial de Sabadell.

El banco resultante tendrá una implantación extraordinaria en Cataluña (donde BBVA ya había comprado Caixa Catalunya y Unnim). Demasiadas sucursales: la reducción se llevará a cabo fundamentalmente en esa comunidad. Sabadell sí que aporta una red muy buena en la Comunidad Valenciana, donde Oliu trasladó su sede después de que Puigdemont decidiera saltarse la ley para declarar la independencia.

El BBVA se puede permitir el lujo, además, de hacer la reestructuración con cargo al fondo de comercio negativo -badwill- que le va a generar la absorción de Sabadell (que cotiza a un 20% de su valor en libros). Desde el punto de vista contable, también es una buena operación.

¿La gestión? Claramente estará en manos del BBVA. Torres será el presidente ejecutivo (con permiso del BCE) y Onur Genç será el número dos. Lo lógico sería que ese puesto fuera compartido por Jaume Guardiola -consejero delegado del Sabadell y uno de los profesionales con mejor reputación-. Esperemos que sea posible. Oliu podría seguir durante un tiempo, pero nadie duda de que Torres será el presidente del nuevo gigante financiero.

¿Los tribunales? Manuel García Castellón tiene enfilados a algunos ejecutivos del BBVA a cuenta de la asesoría del ex comisario Villarejo. El juez ha puesto en duda, además, el trabajo forensic de PwC. Pero, de momento, Torres no ha sido imputado (aunque sí el propio banco como persona jurídica). Con los tribunales nunca se sabe, pero el movimiento de Torres no le perjudica en absoluto, más bien al contrario. Hoy más que ayer, el BBVA is too big to fail.

No ha sido una sorpresa. Cuando en septiembre se anunció la fusión de Caixabank y Bankia, todos los analistas miraron a BBVA, que se quedaba en terreno de nadie y tenía que ponerse manos a la obra.

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