Feliz Navidad, o lo que sea. El cielo es un frutero volcado, la casa es un regazo con galletas y pájaros, los árboles se han puesto gorro de mago y, por mí, el bicho y la política se pueden quedar fuera toda la noche, como cocheros tenebrosos. Los dioses navegan por ahí arriba como egipcios, las estrellas derrapan en los charcos, las ventanas se saludan con el sombrero, las manos se encaman con las manoplas, los pies se rozan como cachorros, los amores parecen todos en pijama, y hasta los ausentes vendrán a dejarnos el abrigo en el brazo, con las lágrimas o las monedas borradas de sus ojos. No es que estemos alegres o tristes o lejos, es que estamos vivos, al menos hoy, mientras algo cursi y verdadero canta en el cielo igual que un verso de Neruda.

Feliz Navidad, o lo que sea. La ciudad es una noria nocturna, el pueblo es un brocal escarchado, el mundo se ordena y se mima en pequeñas cestitas de pétalos o dulce, y los gobiernos sólo parecen colilleros, deshollinadores, lateros con una honda cojetada en la nieve. Aún estamos esperando la vacuna, el aire y la verdad, pero por un día se puede pensar que sólo esperamos recoger las naranjas colgadas en el cielo y los besos prendidos en las bufandas. Hay un árbol medio calvo de adornos que hace como fotocopias de otra Navidad con sus luces, hay un nacimiento que parece estar reparándose en un astillero, hay un costado de la cocina como un costado de una diligencia robado por ratones o duendes, hay agujeros y remiendos de villancico por todas partes, pero aquí estamos, esperando la noche con los niños, con las manos en la ventana, haciendo visera para la magia.

No es que estemos alegres o tristes o lejos, es que estamos vivos, al menos hoy, mientras algo cursi y verdadero canta en el cielo igual que un verso de Neruda

Feliz Navidad, o lo que sea. Las cucharas forman retablos, el vino se transparenta como un hada, la nariz se llena de chocolate, los ojos tienen que viajar más pero terminan donde siempre, o sea a tu lado. Todo está más vacío pero a cambio resuena, como una catedral. Los cazos son musicales, el piano es comestible como un gran hojaldre, hasta los recuerdos más lejanos se encuentran por los cofres y se vuelven a poner como la estrella del árbol, en todo lo alto. Incluso la tristeza a veces se para, milagrosamente, como se pararía una cascada durante un segundo. Lo que hay llena más, los que están parecen regresados, los regresados parece que no se fueron, una sensación de ubicuidad toma el lugar de las ausencias, como si todos, simplemente, nos desparramáramos por la Navidad y por el mundo y por la familia entera como champán por la mesa.  

Feliz Navidad, o lo que sea. El frío tiene hocico de osito, en las lámparas han nacido piñas, en el pelo se han formado nidos, y hay cascabeles de fuera que se cuelan por debajo de la puerta como mariquitas. Miro el calendario como a un roble moribundo, miro las luces como cúpulas estalladas. No es obligatorio estar feliz, ni siquiera aparentarlo, pero algo nos hace cosquillas con una ramita, desde la calle. Hasta se puede estar triste y de hecho yo no dejo de estarlo, pero me roza un plumón en la oreja y un beso antiguo en un jersey navideño y horroroso, y algo me rodea y me aquieta como una canción de cuna. No he olvidado nada, pero por un día me acurruco en la Navidad o en una voz que ni siquiera tiene que estar ahí, como ocurre con el mar.

Feliz Navidad, o lo que sea. El cielo es de anís, la cama es de niño, el mundo es de trapo, y a lo mejor sacamos la esperanza como se saca otro almanaque o a lo mejor nunca hemos entendido tan bien la esperanza. Los ausentes nos consuelan, el amor nos cala, el recuerdo nos fortalece, la vida nos reconduce. Sí, falta alguien como falta de repente un regalo o una taza, pero vamos a querernos y a besarnos este día, siquiera de lejos, como si nos lanzáramos bolas de nieve.

Feliz Navidad, o lo que sea.

Feliz Navidad, o lo que sea. El cielo es un frutero volcado, la casa es un regazo con galletas y pájaros, los árboles se han puesto gorro de mago y, por mí, el bicho y la política se pueden quedar fuera toda la noche, como cocheros tenebrosos. Los dioses navegan por ahí arriba como egipcios, las estrellas derrapan en los charcos, las ventanas se saludan con el sombrero, las manos se encaman con las manoplas, los pies se rozan como cachorros, los amores parecen todos en pijama, y hasta los ausentes vendrán a dejarnos el abrigo en el brazo, con las lágrimas o las monedas borradas de sus ojos. No es que estemos alegres o tristes o lejos, es que estamos vivos, al menos hoy, mientras algo cursi y verdadero canta en el cielo igual que un verso de Neruda.

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