2021 no me da buena espina. Me temo que no va a ser mucho mejor que 2020, aunque triunfe la vacuna y en otoño ya nos podamos quitar la mascarilla (¡ojalá!). Les explicaré las razones de mi escepticismo.

El viernes, 1 de enero, veo en los periódicos y en las redes sociales que el debate público se centra en si la ganadora de las campanadas fue Ana Obregón o Cristina Pedroche. TVE y Antena 3, en abierta competencia por el morbo. Sin desmerecer el esfuerzo de la actriz, que este año ha perdido a su hijo y que utilizó su cuota de pantalla para pedir más fondos en la investigación contra el cáncer, lo que hizo la televisión pública se parece mucho a lo que se llama telerealidad o reality, como ustedes quieran. La cuestión era ver si Obregón aguantaba el tirón o se venía abajo al recordar a su hijo. Todo mi respeto para Ana; mi reprobación para una televisión que pagamos con nuestros impuestos y que no tiene reparos en recurrir a los trucos más viejos y rastreros de la televisión comercial.

En frente, el mito erótico catódico de Pedroche. Cada 31 de diciembre, desde hace algunos años, sus campanadas son seguidas por millones de personas, no por sus vestidos, sino por lo que éstos dejan ver. Este último año ha dado el golpe con uno que representa, dicen, una mascarilla. El día que enseñe una teta, batirá a la primera cadena de TVE, no les quepa duda.

El día 2 veo que Ana ganó por los pelos, pero que Pedroche estuvo a punto de pasarla en el "minuto de oro", justo antes de las uvas. Los genios de ambas cadenas se estarán frotando las manos.

La guerra de la cuota de pantalla en la noche con más audiencia del año (casi 29 millones de personas se reunieron ante el televisor para ver cualquiera de las múltiples cadenas que hay en España para comerse, o no, las doce uvas) no es más que la muestra de la sociedad en la que vivimos, una sociedad en la que lo que importa es la imagen, la popularidad, los clicks o los likes. De ética andamos escasos, pero en tontería estamos muy fuertes.

El año empieza como se cerró el anterior. El debate público es si ganó Obregón o Pedroche. Mientras, Rhodes se frota las manos. Ya es español. ¡Casi ná!

El año se despidió con el adiós de Miquel Iceta a la cabecera de lista del PSC a las elecciones catalanas que se celebrarán, si el coronavirus no lo impide, el próximo 14 de febrero. Le sustituirá Salvador Illa, hasta ahora ministro de Sanidad. Yo que tenía la idea de que la gestión del Gobierno durante la pandemia había sido bastante mala y resulta que Illa es, según algunos, un gran candidato. El hombre sobre el que ha recaído -pobrecillo- la desgracia de pechar contra el Covid-19, que se equivocó en tantas cosas, que nos engañó algunas veces, que tiene en su haber el que España figure con una de las peores cifras de Europa en contagios y muertes y ahora resulta ¡que puede quedar por encima de los independentistas e incluso ganar en Cataluña! Pero, no lo duden, los expertos nunca se equivocan. La clave está en las encuestas. Sin embargo, según algunos sondeos (por ejemplo, el de ayer en El Español), resulta que el respaldo al Gobierno por la gestión frente al coronavirus está ahora en su punto más bajo desde el principio de la pandemia. Reconozcan que algo no cuadra.

Dicen (los expertos) que la decisión de colocar a Illa al frente del PSC no tiene tanto que ver con que esté mejor valorado que Iceta, sino en que "genera menos rechazo". Su perfil de hombre calmado a pesar de que durante estos meses han muerto decenas de miles de personas, sus formas, e incluso su tono, le dan ese aura de hombre tranquilo que reclama una parte importante del electorado catalán. Como ven, de nuevo es la imagen lo que importa, no si se ha hecho bien o se ha hecho mal. Eso da igual. En una sociedad en la que el valor se mide por los minutos que uno aparece en la televisión, está claro que las comparecencias diarias del ministro han sido el propulsor esencial de una candidatura con la que ni el propio ministro de Sanidad contaba hace tan sólo unos meses.

No hay que darle muchas vueltas. Su alfil, el doctor Simón, que ha batido el récord de meteduras de pata, está en la cumbre de su éxito. La gente se pone camisetas con su rostro. Su figura como caganet ha sido la más vendida en Las Ramblas este año. No hay de qué extrañarse: es famoso y punto.

El Gobierno, este Gobierno que ya nos anuncia indultos para los condenados por el procés y una nueva Monarquía menos carca y más molongui, se ha despedido a lo grande. No sólo con un balance autocomplaciente, como, por otro lado, hacen todos los gobiernos, sino con una medida que está a la altura de los tiempos que corren: ha concedido la nacionalidad española al pianista británico James Rhodes, que se ha hecho famoso por tocar en actos políticos organizados por Moncloa.

Rhodes pidió la nacionalidad española en tuiter - a ver si se enteran los que llegan a España en cayuco- el 13 de diciembre y el 29 del mismo mes ya la había conseguido, pasando velozmente por delante de otros 274.000 extranjeros que habían hecho lo propio y que se han quedado en babia cuando han visto la tecla que hay que tocar para que le hagan a uno español. Cuando se enteró de la noticia, Rhodes gritó, otra vez en tuiter: "Viva España, coño". A lo que se ve, ya se comporta como uno de nosotros.

El tanto de la nacionalidad express se lo apuntó su amigo Pablo Iglesias, quien en otro tuit dijo que Rhodes "es el símbolo de la nueva España". El vicepresidente cerró su gorgeo con un pletórico: "¡Felicidades, compatriota!"

La cosa ha sido tan burda que hasta la alcaldesa Ada Colau, siempre dispuesta a apuntarse campañas, como aquella del welcome refugees, le ha llamado la atención, porque esa medida de gracia tendría que extenderse a "todos" los inmigrantes. Ramón Espinar, en otro tiempo uno de los líderes más destacados de Podemos, le ha recriminado, por supuesto en tuiter, que esto es "confundir las instituciones con el patio de su casa", refiriéndose a su ex líder Iglesias.

No quiero extenderme más porque aún quedan unos días para que vengan los reyes magos y a lo mejor nos traen un poquito de sensatez y algo menos de exhibicionismo y demagogia. Así que, Rhodes, compatriota, bienvenido a este vulgar patio de vecinos.

2021 no me da buena espina. Me temo que no va a ser mucho mejor que 2020, aunque triunfe la vacuna y en otoño ya nos podamos quitar la mascarilla (¡ojalá!). Les explicaré las razones de mi escepticismo.

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