Illa ya está haciendo campaña electoral, una campaña turronera y navideña centrada en que él vuelve a casa con bufanda de organillero o de hijo de Erasmus y le saludan el gato de la familia y los tenderos del pueblo o algo así, como si volviera a casa el panadero de Barrio Sésamo. Las vacunas todavía andan en el congelador con las croquetas, la tercera ola se cierne sobre nosotros con las 17 autonomías a su bola y con el Gobierno que sólo maneja la grapadora de la propaganda, rápida, aparatosa y estridente como un colt, y resulta que el ministro de Sanidad del país deviene en candidato regional y se dedica ya, con todo su esfuerzo, a esa campaña de volver al pueblo a saciar su morriña de butifarra. La misión de Illa es pactar con ERC, pero no tanto un gobierno en Cataluña como la tranquilidad en Moncloa. Comparada con esa alta misión, una pandemia es un estornudo en la política sanchista.

El sanchismo ya es incapaz de sorprendernos, se puede uno esperar todo, hasta que el cirujano se marche del quirófano con el paciente rajado para irse a ligar con la tuna

Illa es un caballero educado al que siempre envuelve el luto, como un padrino de duelo. Se puede ser correcto y a la vez aciago, incluso es deseable esta coincidencia, ahora que te pueden matar, defenestrar, condenar, despojar de tus derechos, siempre que se haga con educación, sin crispar, con voz de abuelito con jarabe para la tos, como Simón, o tono de cantajuego pervertido, como Sánchez. Illa es un dependiente de camisería de difuntos, Illa es un camarero con un terroncillo de más en el veneno, Illa es un curita de Sánchez entre el moscatel y el crisantemo, y tiene un perfil a la vez sobrio, negociador, inofensivo e intimidante, como el contable de un hampón. Illa estaba predestinado a volver, se trataba de hacer una cómoda mili de furriel en Madrid, en un ministerio maría, esperando regresar. Era un alcalde soso pero apreciado, como un alcalde con clarinete, que ya prometía. Por supuesto, el virus no sólo no ha sido un obstáculo, sino un potenciador. Illa maneja la desgracia y la incompetencia con un estoicismo ajeno, un estoicismo que corresponde en realidad a los demás, o sea algo muy cínico y muy sanchista, y eso lo ha terminado de encumbrar.

Illa ya está de campaña electoral mientras la otra campaña, la de vacunación, tiene más gente colocando etiquetas que pinchando. Puede parecer que es un descaro, una locura, una tragedia, pero estamos suponiendo demasiadas cosas. Estamos suponiendo que la gestión de Illa importa algo, y que el ministro no es sólo la cara de cera que ponen a las decisiones de la covacha de la Moncloa, igual que Simón es la cara de oso panda. Estamos suponiendo también que a Sánchez le importa la gestión sanitaria en medio de una pandemia, una vez que él ha decidido que eso es una cosa autonómica como la regulación del marisqueo o las vías pecuarias, y que el Gobierno ya tiene bastante con elegir un papel de regalo con su sello papal o con la Giralda para tanto feo corcho de estas vacunas extranjeras. Y estamos suponiendo, por supuesto, que a Sánchez le importa esto de la gestión sanitaria cuando Cataluña, que es la tercera pata de su débil taburete de elefante circense, está justo en periodo electoral.

Illa dijo que no sería candidato y lo va a ser, dijo que no dejaría el ministerio hasta el comienzo de la campaña y ahí está ya, de mitin, pasando sin rubor ni descompresión de atender a la pandemia del siglo a atender a concejalillos, cuadros medios del partido y peñistas en busca de un nuevo mesías de la equidistancia. El sanchismo ya es incapaz de sorprendernos, se puede uno esperar todo, hasta que el cirujano se marche del quirófano con el paciente rajado para irse a ligar con la tuna. Supongo que, más que dejar el ministerio, el ministerio irá dejando a Illa, hasta que este virus pelotillero vaya metamorfoseándose en la cabeza de Junqueras. De momento, ya va diciendo que “todos somos responsables de lo que ha pasado en Cataluña estos años”. Uno diría que está tratando al independentismo como al virus, o sea otorgándole indultos y segundas oportunidades por no poner en peligro la imagen y el trono presidenciales o raperos de Sánchez. Al final, todo va a ser la misma ciencia.

Illa, ministro de Sanidad de paño oscuro y tono educado que cantaba los muertos como un sastre sus medidas, vuelve a Cataluña. Vuelve como desandando todo el campo de batalla del virus, entre desertor y paleto, caminando con su alegre cesto de embutidos comarcales por encima de la miseria, los hoyos y las tripas. Todo ha sido como una mili de enchufado o como un juego de niñatos en el cementerio. Nunca se trató de salvarnos la vida, sino de salvar a Sánchez. Por eso, en medio del mismísimo apocalipsis, da igual estar en el ministerio de Sanidad o de campaña en la politiquilla de compra y venta regional. Son la misma ciencia y el mismo negocio.

Illa ya está haciendo campaña electoral, una campaña turronera y navideña centrada en que él vuelve a casa con bufanda de organillero o de hijo de Erasmus y le saludan el gato de la familia y los tenderos del pueblo o algo así, como si volviera a casa el panadero de Barrio Sésamo. Las vacunas todavía andan en el congelador con las croquetas, la tercera ola se cierne sobre nosotros con las 17 autonomías a su bola y con el Gobierno que sólo maneja la grapadora de la propaganda, rápida, aparatosa y estridente como un colt, y resulta que el ministro de Sanidad del país deviene en candidato regional y se dedica ya, con todo su esfuerzo, a esa campaña de volver al pueblo a saciar su morriña de butifarra. La misión de Illa es pactar con ERC, pero no tanto un gobierno en Cataluña como la tranquilidad en Moncloa. Comparada con esa alta misión, una pandemia es un estornudo en la política sanchista.

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