El PIB per cápita de Cataluña se situó en 2019 por debajo de la media de la UE, de acuerdo con datos del INE conocidos recientemente. La brecha con otras regiones españolas relativamente ricas como Madrid y el País Vasco se está agrandando. Se calcula que unas 5.600 empresas han abandonado la región desde el fatídico 1 de octubre de 2017. Madrid atrae ahora la inmensa mayoría de la inversión extranjera. Pero estos datos no merecen mucha atención por parte de la opinión publicada en Barcelona.

Las evidencias de la decadencia de Cataluña se acumulan, pero sigue sin producirse una autocrítica seria por parte de las élites que han gobernado (es un decir) la región en los últimos años. Los políticos, periodistas e intelectuales más influyentes recurren a la vieja estrategia del enemigo exterior: la culpa de todos nuestros males la tienen la España “centralista y radial” o el “paraíso fiscal” madrileño. Las asociaciones empresariales -víctimas casi todas de ellas del entrismo separatista- siguen poniéndose de perfil y conduciéndose con una tibieza sonrojante ante el mal gobierno. Nuestros empresarios oficiales sólo piden más “inversiones”. Parecen más preocupados por aumentar el pastel de dinero público que por lograr más libertad o una mejor administración. La línea 9 de metro de Barcelona acumula 14 años de retraso y un sobrecoste de 5.000 millones de euros, la deuda de la Generalitat ha pasado en pocos años de 35.000 a 80.000 millones, pero nadie dedica ni un articulito, ni un seminario, ni un foro a estas cuestiones.

En los últimos años muchos empresarios de renombre han vendido las empresas heredadas de sus padres y abuelos. Marcas históricas han quedado en manos del capital riesgo y multinacionales extranjeras. La otrora emprendedora y poderosa burguesía es ahora una clase desarticulada y diletante. Las grandes fortunas y propietarios se quejan amargamente en privado del estado de las cosas, pero nadie mueve un dedo. Sólo se oye a una minoría, aquellos que se identifican con el nacionalismo más montaraz, cuyos negocios suelen depender de favores políticos. No tenemos un Ortega ni un Roig. Tenemos a Jaume Roures.

Los catalanes desconfían cada vez más del comercio y de la libertad, y son cada vez más partidarios del intervencionismo

En este contexto de pérdida de peso y liderazgo de la economía catalana, sólo un sector nos proporciona algunas esperanzas: la economía digital. La ciudad de Barcelona se ha convertido en un importante hub en donde nacen y se instalan empresas tecnológicas, atraídas por la disponibilidad de talento, los menores costes y la calidad de vida. Pero los enemigos del comercio ya han puesto sus ojos sobre este floreciente sector y lo amenazan con nuevos impuestos y regulaciones, al tiempo que promueven la inmigración irregular, la venta callejera ilegal y la ocupación de viviendas.

Las advertencias sobre la decadencia de Cataluña casi siempre vienen de fuera y suelen centrarse en la influencia del nacionalismo, pero descuidan otra causa concomitante: el peso cada vez mayor del populismo de izquierdas. La pinza formada por ambas ideologías está estrangulando a la sociedad catalana. Un cambio cultural enorme ha operado en la sociedad en los últimos lustros. Los catalanes desconfían cada vez más del comercio y de la libertad, y son cada vez más partidarios del intervencionismo. El catalán laborioso, emprendedor, ahorrador y prudente ya no es el modelo social. Ahora el retrato-robot del catalán se parecería más a un funcionario con un lacito amarillo y una chapa de Open Arms en la solapa.

¿Cómo puede ser que la que en otro tiempo fue la economía más grande, abierta y dinámica de España se esté convirtiendo en una economía más pequeña y frágil, penetrada por una burocracia omnipresente y asfixiada por impuestos crecientes? ¿Cómo se transformó aquella sociedad alegre, plural y tolerante en esta sociedad dividida y encabronada? Habría que preguntarle a Artur Mas, aquel tipo que llegó a la Generalitat prometiendo un gobierno business friendly y que acabó abrazado a los anticapitalistas de las CUP. Aquel que prometió que los bancos se pelearían por venir a Cataluña, que se convertiría en “la Dinamarca del Mediterráneo”, y que sólo fue el triste precursor de una sociedad en la que un nacionalismo futbolero ahoga toda autocrítica, y en donde la izquierda de inspiración peronista hace estragos. No por casualidad los Dante Fachín, Pisarellos y monjas Caram triunfan en la Cataluña actual.

El PIB per cápita de Cataluña se situó en 2019 por debajo de la media de la UE, de acuerdo con datos del INE conocidos recientemente. La brecha con otras regiones españolas relativamente ricas como Madrid y el País Vasco se está agrandando. Se calcula que unas 5.600 empresas han abandonado la región desde el fatídico 1 de octubre de 2017. Madrid atrae ahora la inmensa mayoría de la inversión extranjera. Pero estos datos no merecen mucha atención por parte de la opinión publicada en Barcelona.

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