Los partidos indepes se llaman unos a otros traidores o cobardes, son como primos godos en una cena con ballestas, y sin embargo han firmado todos un papel comprometiéndose a no pactar con el PSC. No sé si habrán ido a un notario, como se hacía antes para sacar el ganador de los sorteos de los yogures, pero la política nunca se ha podido hacer por adelantado y no va a empezar a hacerlo ahora en el escenario más venenoso de la política española. Los indepes no pueden dejar de parecer los más indepes, patriotas de gaita en el desfile y de espadón en la mesa que se venden al pueblo como gladiadores y como tonadilleros. Ya son esclavos del fanatismo que han hecho crecer, no pueden dejar de parecer fanáticos aunque algunos busquen la tregua, el respiro, como Junqueras con su medio discurso guerrero y su medio discurso cansado, usando un ojo para cada uno. Saben que la única escapatoria que tienen es Sánchez, pero hacen juras bajo los robles contra los socialistas. Ni en esta campaña apocalíptica pueden dejar de ser grotescos.

No hay otra quiniela, no hay otro horizonte que Sánchez. Estas elecciones se resumen en eso, y no hace falta mirar siquiera lo que dice Illa, ahí con su pinta de perrillo mojado abandonado en la trasera de su ministerio, que uno imagina como un cementerio de camas de hospital igual que un cementerio de coches o de lanchas. Si los indepes suman, los primos godos se volverán a hermanar en sus antiguos lazos y en sus pellejos de vino de la comarca. Puigdemont seguramente impondrá su agresividad, con esa valentía de los que están lejos, a salvo, tras trincheras de colchones y de muebles napoleónicos, y con esa ventaja de que nadie en Cataluña quiere ser llamado botifler, ni siquiera los socialistas, ni siquiera los tibios, ni siquiera los pacificadores, menos aún el más independentista de los independentistas, el monje guerrero, el teólogo con bate de badajo, el Fray Tuck del independentismo justiciero, o sea Junqueras.

Lo que debe ocurrir, y ocurrirá, es que el centro será arrasado, que Sánchez conseguirá la máxima polarización y se apropiará de la legitimidad democrática gracias al espantajo de Vox"

Con la entente secesionista de nuevo en la Generalitat, y la facción agresiva seguramente al mando, el desastre tendrá sólo dos posibilidades. Sánchez puede decidir resistirse a sus exigencias, las que sean, las que ellos consideren que se adaptan al estado actual de su angustia milenarista. Pero los indepes insistirían en la presión porque conocen la venalidad de Sánchez, la debilidad de Sánchez, la vanidad de Sánchez; saben que no va a ocurrir, de repente, que a Sánchez deje de importarle la concepción chaletera de la Moncloa para comportarse como un estadista o un patriota. Cualquier resistencia inicial la interpretarán como una dilación, ese ganar tiempo que es su táctica, otro día más en el colchón de la Moncloa, con el bicho o con Rufián. La consecuencia será volver a una Cataluña encharcada en su guerra de mosqueteros, condenada a la decadencia, al enfrentamiento civil, al declive económico y al eterno retorno. No estoy diciendo que un gobierno independentista tenga que acabar necesariamente en esto, sino que la fundada esperanza en que Sánchez ceda hace que merezca la pena prender de nuevo las almenas de Puigdemont y hasta el jergón de Junqueras.

El segundo escenario ante otra Generalitat indepe es que Sánchez plantee desde el principio un calendario de negociaciones para una salida que él no dejará de llamar democrática, dialogante y poliamorosa, una salida que puede que no sea el referéndum de independencia pactado, sino que se quede en ese proyecto de república confederada que esconden tantos que se llaman federalistas porque suena mejor, como a Séptimo de Caballería. No es ya que esto sea aceptable para los indepes y deseable para Podemos, sino que en realidad creo que es el sueño del PSC, el sueño de un PSOE republicano y rojales que Sánchez puede sentirse tentado de capitanear, y no sé si el sueño del propio Sánchez que quiera llegar a ser un Azaña sin lecturas y con fajín más apretado. Esto terminaría en una crisis constitucional, política, social y económica, en el mejor de los casos impredecible y en el peor de los casos catastrófica.

Un tercer escenario es el del tripartito. Como ya he escrito otras veces, esto cambiaría poco o nada esta Cataluña empantanada en sus melancolías y este Sánchez empantanado en su colchón lleno de sirenas y sargazos. Si acaso, a poco que Sánchez se vea audaz o que apriete el PSC verdadero (no Illa, que sólo es como aquel anuncio del perrito Pipín), puede que acelerara aún más ese segundo escenario, llevando al PSOE sanchista-azañista al control total de una nueva transición de la que Iván Redondo seguro que ha soñado ya toda la cartelería y toda la literatura.

Sí, el otro escenario que queda, claro, es un gobierno constitucionalista en Cataluña, pero no creo que den los números y, sobre todo, no es el plan de Sánchez. El camino trazado es otro, y no consiste tanto en que haya tripartito improbable u otra Generalitat pirata o flagelante, que eso en realidad da lo mismo. Lo que debe ocurrir, sobre todo, y ocurrirá, es que el centro será arrasado, que Sánchez conseguirá la máxima polarización y se apropiará de la legitimidad democrática gracias al espantajo de Vox, y que eso hará que la única salida, en todos los escenarios, sea Sánchez. Ése es el objetivo de estas elecciones, que no haya otro horizonte que Sánchez, primero en Cataluña y luego en España. Un horizonte que ya vamos vislumbrando, adornado y encendido como de apocalipsis superpuestos.

Los partidos indepes se llaman unos a otros traidores o cobardes, son como primos godos en una cena con ballestas, y sin embargo han firmado todos un papel comprometiéndose a no pactar con el PSC. No sé si habrán ido a un notario, como se hacía antes para sacar el ganador de los sorteos de los yogures, pero la política nunca se ha podido hacer por adelantado y no va a empezar a hacerlo ahora en el escenario más venenoso de la política española. Los indepes no pueden dejar de parecer los más indepes, patriotas de gaita en el desfile y de espadón en la mesa que se venden al pueblo como gladiadores y como tonadilleros. Ya son esclavos del fanatismo que han hecho crecer, no pueden dejar de parecer fanáticos aunque algunos busquen la tregua, el respiro, como Junqueras con su medio discurso guerrero y su medio discurso cansado, usando un ojo para cada uno. Saben que la única escapatoria que tienen es Sánchez, pero hacen juras bajo los robles contra los socialistas. Ni en esta campaña apocalíptica pueden dejar de ser grotescos.

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