Aznar dejó atrás esa derecha garbancera de voces y hombres bamboleantes dentro de su armadura vieja o su calzón atómico, o sea Fraga, y sorprendió con una derecha de bajito tenaz, de opositor tenaz, de funcionario tenaz con mangas y bigote de tinta china. Decía Umbral que Aznar vivía en diminutivo, salvo cuando reía, y le veía una “cosa chaplinesca”. Las derechas imperiales daban unos caudillos, jefes y dueños de mercería de gruesa cintura pero cara de niño dulcero, que se movían como cántaros de leche. Aznar era una cosa seca, pequeña, rápida y feroz como un niño con bigote, o sea que ya se veía que iba a cambiarlo todo. Y no se lo llevaba Guerra en el pitón de su chaqueta de cuadros en los debates, como a Hernández Mancha. Si González modernizó España a la vez que la colonizaba, Aznar civilizó a la derecha sin poder evitar que se maleara en la nueva cultura del pelotazo y la bodeguilla que había inventado González.

Aznar se fue haciendo grande dentro de su trajecito de inspector de Hacienda de primera comunión y batió al González crepuscular que ya sólo era un manojo de dinero turbio, cuajarones secos y nervadura de pana vieja. Va a hacer ya 25 años de aquello que llamaron “amarga victoria”, cuando Aznar salió a aquel balcón de la calle Génova, que entonces sólo parecía un pisito piloto, a inaugurar el nuevo turnismo de la democracia. Aznar mantuvo el sistema (todavía lo notamos en los partidos que se reparten jueces y periodistas en organismos pulcramente ajedrezados), habló el catalán cobrizo de Pujol en la intimidad, hizo recortes, mejoró la economía, redujo el paro y hasta se creyó un estadista mundial hablando un español de Speedy Gonzales o poniendo sobre la mesa de Bush unos zapatos prestados de cowboy imposible de Valladolid. Los ministros y allegados terminarían cayendo en escándalos y en los banquillos, y hay una foto que parece de La profecía, con la gente marcada por el rayo o la cuchilla. Aun con Rajoy ya como heredero, la inexplicable torpeza en el manejo comunicativo del 11-M le hizo despedirse de la política escurriéndose, como al principio, por esquinillas y peraltes chaplinescos.

Aznar, que tampoco acabó bien, viene ahora con su derecha de ábaco y de tenazón, viene ahora con su aniversario y le da al PP consejos como de aniversario del Titanic, cuando estamos en la era del big data

Aznar, que conserva su derecha fantasma como su bigote fantasma (su bigote es como el miembro fantasma del amputado o la cabeza bajo el brazo de un fantasma) se ha hecho forzudo, se ha hecho mentor, se ha hecho filósofo o Noé de la derecha, con presencia venerable, atronadora y gafe. Aznar teoriza sobre cómo recomponer el centroderecha de ahora, que él cree todavía un poco suyo, como una viña que dejó en herencia, pero lo hace con tratamientos, barnices y recuerdos como de anticuario o de marino retirado. Por ejemplo, declara que ellos, en el 89, a diferencia de ahora tenían “una idea y un proyecto político claro”. Eso le parece a uno como hablar de formaciones de combate de mosqueteros. Si hay algo que no tiene Sánchez es precisamente una idea y un proyecto político claro, ni falta que le hace. Eso es lo que ha cambiado.

Aznar viene con su bigote pintado y su política y su gesto de madera tiesa, como un cascanueces, y quiere arreglar al PP como si pudiera arreglar a Pinocho. Pero él habla de política como el que habla del minué, que es que ya nadie baila el minué como se tiene que bailar. Una idea y un proyecto político claros podían servir antes. La coherencia y la firmeza podían servir antes. Los hechos y la gestión podían servir antes. Ahora sólo sirven una facha y un relato que seduzcan. Ahí está Sánchez, que tiene de vicepresidente a Iglesias y de socios a Bildu y a Junqueras, recomendándole a Casado que tome el camino de la moderación. Y Casado sólo puede irse a quitarse la barba o a ponérsela otra vez o a dejarse crecer nidos en ella, porque no hay nada que uno pueda decir cuando eso le funciona a Sánchez. Cuando hasta Illa le funciona a Sánchez.

La coherencia y la firmeza podían servir antes. Los hechos y la gestión podían servir antes. Ahora sólo sirven una facha y un relato que seduzcan

Aznar viene como con la cola de Gepetto e insiste en que hay que unir el centroderecha, pero el centroderecha ha estallado como ha estallado toda la política. El 15-M dio una excusa a la extrema izquierda para volver a vender otra vez sus viejas chanclas. El populismo de izquierda, a su vez, aventó el populismo de derecha, que vio que se podía ser falaz y contundente en su extremismo hasta entonces vergonzante por increíble. Pero sólo el triunfo de Sánchez posibilitó el cambio de paradigma: la facha y el discurso inmune a la realidad eran rentables. Esto lleva a la supervivencia de Podemos y al auge de Vox. Y, claro, a la decadencia de Cs, que tenía facha pero la desperdició, y por supuesto del PP, que no tiene nada. No se trata de unir al centroderecha, sino de derrotar al populismo. Volver a la política adulta, en fin.

Aznar, que tampoco acabó bien, viene ahora con su derecha de ábaco y de tenazón, viene ahora con su aniversario y le da al PP consejos como de aniversario del Titanic, cuando estamos en la era del big data. La política ha estallado no en ideologías sino en grupos de segmentación. Mandan los algoritmos, el targeting, la ingeniería social, que fabrican líderes con facha y labia para satisfacer las pulsiones de su clientela, mientan o no, nos arruinen o no, nos maten o no. En esta política, Aznar parece un zapatero o un afinador de pianos queriendo arreglar un superordenador. Casado ha cometido muchos errores, pero no todo es culpa de él. O cambia el paradigma, o sea cae el sanchismo, la política como facha a prueba de toda realidad, o esto quedará sólo para los más salvajes y los más mentirosos. Y Casado no parece eso, ni con barba ni sin ella.

Aznar dejó atrás esa derecha garbancera de voces y hombres bamboleantes dentro de su armadura vieja o su calzón atómico, o sea Fraga, y sorprendió con una derecha de bajito tenaz, de opositor tenaz, de funcionario tenaz con mangas y bigote de tinta china. Decía Umbral que Aznar vivía en diminutivo, salvo cuando reía, y le veía una “cosa chaplinesca”. Las derechas imperiales daban unos caudillos, jefes y dueños de mercería de gruesa cintura pero cara de niño dulcero, que se movían como cántaros de leche. Aznar era una cosa seca, pequeña, rápida y feroz como un niño con bigote, o sea que ya se veía que iba a cambiarlo todo. Y no se lo llevaba Guerra en el pitón de su chaqueta de cuadros en los debates, como a Hernández Mancha. Si González modernizó España a la vez que la colonizaba, Aznar civilizó a la derecha sin poder evitar que se maleara en la nueva cultura del pelotazo y la bodeguilla que había inventado González.

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