Unos días antes de ganar las elecciones de 1996 un grupo de periodistas nos reunimos a cenar con José María Aznar en un restaurante cercano a la sede del PP de la calle Génova. Adusto, como siempre, el líder del PP nos hizo reír cuando contó como le indicaba una persona de partido en los mítines de campaña cuando entraba la conexión en directo del telediario para que él metiera en ese momento la frase que tenía preparada para que alcanzara la máxima difusión. "¡Ahora, cabrón!", le gritaba el tipo pendiente del monitor, y entonces, Aznar metía su morcilla. Como era una contraseña pactada imaginamos que el que tenía que gritarla no temía por la continuidad de su puesto de trabajo.

El PSOE estaba KO, pero incluso así, a Aznar le costó dios y ayuda ganar aquellas elecciones. Su triunfo sobre Felipe González fue histórico, ya que la derecha tenía interiorizado, hasta la llegada de Aznar, que era tarea casi imposible ganar a un partido con historia, con credibilidad democrática y que representaba mayoritariamente a la generación del cambio.

Pero Aznar no sólo ganó, sino que logró hacer de la necesidad virtud, y pactó con los nacionalistas, sobre todo en aquel pacto del Majestic, un gobierno moderado y reformista que le llevó a revalidar su triunfo por mayoría absoluta en las elecciones del 2000.

Reagrupar el voto a la derecha del PSOE bajo un mismo proyecto: ese es el verdadero reto de Pablo Casado

El ex presidente del Gobierno ha vuelto al primer plano de la actualidad con motivo del 25 aniversario de su triunfo. Ha defendido con solvencia su legado, pero ha sido poco generoso con sus sucesores. No se ha arriesgado a poner la mano en el fuego por Mariano Rajoy y a Pablo Casado le ha puesto deberes situándole ante la cruda realidad de la división del centro derecha.

Ayer apuntaba La Razón, con motivo de la publicación de una encuesta, que la suma de PP, Ciudadanos y Vox supera en un millón los votos logrados por Aznar en 1996. Pero, a diferencia de entonces, las posibilidades de arrebatarle el gobierno al PSOE son ahora prácticamente nulas.

Pedro Sánchez lo sabe y contempla un futuro despejado, porque, además de esa división del bloque opositor, ve como su incómodo socio de gobierno va perdiendo fuelle a medida que el Gobierno se consolida en el poder.

El proyecto de Ciudadanos se desinfló tras la nefasta gestión de Albert Rivera durante el 2019. Pero, al mismo tiempo, Vox, contra pronóstico, no sólo no se ha debilitado, sino que ha crecido y se perfila como una sólida tercera fuerza política, pisándole los talones al PP.

El verdadero test de liderazgo para Casado consistirá en su capacidad para liderar el centro derecha; es decir, en su habilidad para lograr la reunificación de todos los votantes a la derecha del PSOE bajo unas mismas siglas o bien bajo una coalición.

Lo que ha ocurrido en Cataluña debería darle alguna pista sobre el camino a seguir. Una parte muy importante del electorado moderado se ha refugiado en el PSC, mientras que el votante más anti independentista se ha ido a Vox. El PP y Ciudadanos han sido los grandes perdedores del 14-F. Echarle la culpa a Bárcenas o a la abstención, como ha hecho la dirección del PP, no son más que excusas que no explican la esencia del vuelco electoral.

Casado tiene todavía tiempo para consolidar su proyecto. Pero no demasiado. Sánchez no va a permitir que la derecha se reorganice y apretará el botón de las elecciones anticipadas cuando crea que tiene todas las de ganar.

Aunque Aznar no puede dar lecciones 25 años después de su triunfo y mirar por encima del hombro a los que ahora pugnan por recomponer un partido bastante tocado, hay algo de lo que Casado debería tomar nota: el tío del bigote -como él mismo se llamaba en ocasiones- aparcó de golpe los complejos que habían auto convencido a la derecha de su incapacidad para ser alternativa.

¿Significa eso que Casado tiene que renunciar a ser el líder del centro derecha? NO. Pero sí tiene que ser consciente de que, para ganar, tiene que tender la mano tanto a Vox como a Ciudadanos.

Cuanto más tiempo tarde en darse cuenta de esa realidad, por dura que parezca, peor será para su proyecto. Casado tiene por delante esa dura tarea: reunificar el voto del centro derecha. Lo que no sabemos es si el líder del PP tiene alguien a su lado que le grite: "¡Ahora, Cabrón!"

Unos días antes de ganar las elecciones de 1996 un grupo de periodistas nos reunimos a cenar con José María Aznar en un restaurante cercano a la sede del PP de la calle Génova. Adusto, como siempre, el líder del PP nos hizo reír cuando contó como le indicaba una persona de partido en los mítines de campaña cuando entraba la conexión en directo del telediario para que él metiera en ese momento la frase que tenía preparada para que alcanzara la máxima difusión. "¡Ahora, cabrón!", le gritaba el tipo pendiente del monitor, y entonces, Aznar metía su morcilla. Como era una contraseña pactada imaginamos que el que tenía que gritarla no temía por la continuidad de su puesto de trabajo.

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