Sánchez aparece como una pastorcita con cestillo, trae sus vacunas como lácteos frescos y el plan de recuperación que presenta otra vez, pero ahora con folleto, como el de una jubilación de caja de ahorros. En realidad nadie sabe dónde terminará ese dinero que dará él personalmente, duro a duro como un aguinaldo, pero traerlo en libro ya hace que pese, como los fajos antiguos, como el millón cuando era un kilo y te lo traían en los concursos de la tele en un maletín como con el oro de la diligencia. El mundo futuro de Sánchez todavía es papel cuché y las vacunas se van retrasando o nos van desilusionando entre la lentitud, la mala suerte y el miedo irracional. La Nueva Nueva Normalidad y el Segundo Verano de la Libertad están en peligro, sobre todo si Sánchez sigue sin pensar nada para sustituir el estado de alarma. A Sánchez, en fin, se le puede fastidiar el mundo maravilloso y resiliente poscovid. Otra vez, quiero decir.

El mundo poscovid de Sánchez parece que va a ser una cosa entre levitante y sincrotrónica, van a modernizar hasta el sobao, parece, y todo estará ionizado o digitalizado

El gafe parece ahora más poderoso que el optimismo, aunque Sánchez salga como una azafata de El precio justo frente a un escaparate con puntales y espumillón. Mientras cierran igual los bares de altramuces que los restaurantes gaseosos, las barberías con pelos de coleta de torero que los hoteles con pianista, Sánchez nos anuncia inversiones para el coche eléctrico, los paneles solares, el 5G, la biodiversidad o un “mercado de trabajo dinámico, resiliente e inclusivo” que la verdad es que suena a pluriempleado de Forges, a economía de mierda. El plan de Sánchez es como pasear a un padre pobre por una planta de juguetería, con sus 10 grandes secciones que van del Scalextric a la casita castillo. Allí se ve de todo pero no parece que uno vaya a llevarse nada, como no sea un yoyó, a menos que ya vayas por lo menos con un láser de microondas.

El mundo poscovid parece que va a ser una cosa entre levitante y sincrotrónica, van a modernizar hasta el sobao, parece, y todo estará ionizado o digitalizado, siquiera con palabras (la jerga se parece a la de la seudociencia, a eso del tarot cuántico o a la terapia radiónica o al agua imantada). A mí me ha recordado lo de la Segunda Modernización de Andalucía que traían Chaves y demás, plantando aerogeneradores cervantinos y presumiendo de industria aeroespacial como si los parados andaluces del chiringuito y la aceituna pudieran trabajar de ingenieros de Airbus. Después del virus parece que lo que nos espera es el orgasmatrón o un futuro de Woody Allen congelado. Vamos a cambiar la administración pública, a nuestro funcionario del café sacramental por una ventanilla con IA; vamos a cambiar nuestra economía, que será por lo visto “circular”, como una noria con burrito; vamos a cambiar nuestra ciencia y nuestra universidad, de las facultades con dinastías a algún Silicon Valley con acueducto romano; vamos a cambiar hasta nuestras casas con una modernidad como yeyé, como la de Conchita Velasco en Las que tienen que servir o la de Los Supersónicos.

Sánchez se ha ido a Europa a por platillos volantes, quizá porque la UE tiene bandera como de Star Trek, pero no sé en qué parte de ese plan de recuperación y resiliencia, que tiene algo de mapa de parque acuático, está la pura y urgente supervivencia, económica y biológica. Pero uno tiene asumido que esto será una rifa, y que los políticos y arrimados del enchufe se van a inventar nanobots en La Mancha o un Marte en Cataluña (allí ya tienen su propia NASA, por si se pueden independizar poniéndose en órbita, quizá); se van a inventar lo que sea, en fin, para financiar el españolísimo chiringuito de siempre, con la rápida inteligencia artificial del partido o del amigo del partido. Al menos lo sospechamos, viendo que el baremo y los filtros son sólo la gracia de Sánchez, y que el precedente es la hemeroteca de Sánchez. 

El nuevo mundo de Sánchez lo ve uno hermoso, lejano, infantil, dulce y falso como una luna de Méliès. Por la parte política, la realidad está más cerca de la subasta de favores. Por la parte del españolito de a pie, la realidad está más cerca de la condena al ERE, al yogur caducado, al potaje de mamá y al miedo como de atragantarse que aún deja el virus. Mientras nos llega o no el dinero de Europa, administrado por la sabiduría estratégica y científica de Sánchez; mientras nos llega o no el futuro de Sánchez, como si Gracita Morales esperara una olla express, la verdad es que lo único que teníamos para el optimismo eran las vacunas. Y quizá por no depender de Sánchez, sigue siendo así. Las vacunas, ya lo dije, no dependen de Sánchez, así les ponga pegatinas de moto de agua o lazos de peluche. No dependen de Sánchez los calendarios, la cantidad ni los efectos secundarios. Aunque podría haber hecho algo diferente a lo que ha hecho, es decir, confundirnos con las reservas sospechosas, las recomendaciones caóticas, las franjas de edad volteables, las suspensiones acientíficas y los miedos absurdos. 

El españolito tiene una mala matemática, de lotería y gato negro, y cree que le va a tocar un trombo igual que siete Gordos seguidos. La vacuna sigue siendo la esperanza, a pesar del miedo que parece que tiene este Gobierno a contradecir a la gente que heredó cuentas de mal de ojo y de espejo roto. Eso sí, lo único que uno ve más fantasioso que eso de que el españolito quinielista entienda las probabilidades es que el dinero europeo sea capaz de ponerle pilas atómicas en el culo no ya al país, sino a la indolencia sanchista.

Sánchez aparece como una pastorcita con cestillo, trae sus vacunas como lácteos frescos y el plan de recuperación que presenta otra vez, pero ahora con folleto, como el de una jubilación de caja de ahorros. En realidad nadie sabe dónde terminará ese dinero que dará él personalmente, duro a duro como un aguinaldo, pero traerlo en libro ya hace que pese, como los fajos antiguos, como el millón cuando era un kilo y te lo traían en los concursos de la tele en un maletín como con el oro de la diligencia. El mundo futuro de Sánchez todavía es papel cuché y las vacunas se van retrasando o nos van desilusionando entre la lentitud, la mala suerte y el miedo irracional. La Nueva Nueva Normalidad y el Segundo Verano de la Libertad están en peligro, sobre todo si Sánchez sigue sin pensar nada para sustituir el estado de alarma. A Sánchez, en fin, se le puede fastidiar el mundo maravilloso y resiliente poscovid. Otra vez, quiero decir.

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