Pere Aragonès ha tenido un gran gesto dejándose hacer fotos con el Rey, sentándose en su mesa incluso, tras servilletas como sacos terreros, con diplomacia o agresividad o desprecio de manos en el regazo, como una novia enfadada o Lady Di. Hay que agradecerle, parece, que no haya prendido fuego a Felipe VI por un fleco, como un tapiz de Goya. Los grandes gestos de los indepes se resumen en no montar una guillotina en la plaza de Sant Jaume o en intentar hacer los golpes de Estado sin tanto ruido (lo malo es el ruido, por eso Sánchez va a negociar la independencia sigilosa para que no le declaren la independencia bulliciosa: un gran avance). Los grandes gestos de los indepes están en dejarse perdonar y que les pidan perdón, y en no sentirse demasiado insultados por la normalidad democrática o por el jefe del Estado tomando sopa sin sopa y dando discursos sin chicha, sopa ceremonial y discursos ceremoniales. Sánchez se va a reunir con Aragonès pero ya vemos que está todo ganado.

Aragonés se va a presentar ante Sánchez con todo lo que se podía ceder ya cedido, o sea tener al Rey enfrente y mirarlo como a una simple petunia, sin que le salgan sarpullidos ni le den teleles republicanos vampíricos, como si la monarquía constitucional fuera un crucifijo de estacas. En lo de Ferreras, los periodistas de la cuerda aseguraban que con estas cosas se están dando “pasos de gigante”, que se “abre un tiempo nuevo” aunque sea hacer lo de siempre, o sea darles la razón y caramelos. Están muy admirados de la generosidad del independentismo volviéndose simplemente educado, ahí cogiendo el panecillo del lado que corresponde, o quizá sólo educadamente sombrío, moviendo el salero con mucha seriedad e intención, como una torre de ajedrez, y posponiendo su revolución hasta que el Rey hable sobre la conectividad en la pandemia. En realidad no hay tiempo nuevo porque todo se repite, pero, sobre todo, no hay pasos de gigante porque el gigante está gordo y cómodo ahí quieto.

Los grandes gestos de los indepes se resumen en no montar una guillotina en la plaza de Sant Jaume o en intentar hacer los golpes de Estado sin tanto ruido

Uno diría que bastante peor que los desplantes y que los CDR quemando fotos del Rey como ayatolas es esto de que se vea un gran avance en sentarse a la misma mesa, como consuegras. Es peor porque significa que ese minué de los fideos es la única concesión a la que están dispuestos. Si no, no habría tanto entusiasmo ni tanto cocinero con gong. Ir más allá de esta tensa cortesía de una cena con el Rey como una cena de Indiana Jones, esa cena en la que se sirven sesos de mono, ya sería para ellos aceptar el retroceso en sus derechos y su democracia, y eso es algo que no pueden admitir, que lo suyo no es un derecho y que lo que defienden es todo lo contrario a la democracia. Sánchez, en cambio, no tiene ningún problema en compararnos con el apartheid y con el franquismo. Moverse ahora sería para el independentismo, ciertamente, una idiotez. Así que Aragonès se limita a esperar frente al Rey el carrito de los postres, con su cosa de carroza real o de cofrecito de los Pujol, y que sea Sánchez el que le mueva toda España como el que arrima el piano a la banqueta. 

Cenar con el Rey no significa nada, es como cenar con Las meninas. Aceptar que no se puede abolir la ley entre cuatro amigos que se creen bautistas o mosqueteros, ni siquiera con la mitad abarquillada de una sociedad echando al agua a la otra mitad; aceptar al menos que ellos no son Cataluña, que Cataluña no les pertenece como nación ni como negocio; eso sí sería un avance. Esto del gran gesto que es sentarse con el Rey entre empresarios o clavicémbalos, además, no es que lo deje caer el independentismo, Aragonès ahí en medio de una guerra fría de croquetas frías con Felipe VI, o Junqueras desde la entrevista con pantuflas que le ha hecho La Vanguardia. No, esto lo va dejando caer el propio sanchismo, con el picapedrero Ábalos o con las voces de ángelus radiofónico que lo rodean y proclaman. Cenar con el Rey, versión inversa de cenar con un mendigo de Berlanga, no puede ser otra cosa que una gran concesión porque, simplemente, no va a haber más concesiones. Lo sabe Aragonès y lo sabe Sánchez.

La negociación no va a tener negociación, la concordia no va a tener concordia, el independentismo ya ha concedido todo lo que va a conceder, que es casi nada, y Sánchez ya ha concedido todo lo que va a conceder, que es casi todo. Se reunirán en la Moncloa como en un asador y Aragonès se presentará para investirnos de democracia turca y para mirar al presidente del Gobierno de España como a un camarero con gambones. Será un gran gesto por ambas partes y así lo retratarán los pintores de cámara con gañote de gola.

Pere Aragonès ha tenido un gran gesto dejándose hacer fotos con el Rey, sentándose en su mesa incluso, tras servilletas como sacos terreros, con diplomacia o agresividad o desprecio de manos en el regazo, como una novia enfadada o Lady Di. Hay que agradecerle, parece, que no haya prendido fuego a Felipe VI por un fleco, como un tapiz de Goya. Los grandes gestos de los indepes se resumen en no montar una guillotina en la plaza de Sant Jaume o en intentar hacer los golpes de Estado sin tanto ruido (lo malo es el ruido, por eso Sánchez va a negociar la independencia sigilosa para que no le declaren la independencia bulliciosa: un gran avance). Los grandes gestos de los indepes están en dejarse perdonar y que les pidan perdón, y en no sentirse demasiado insultados por la normalidad democrática o por el jefe del Estado tomando sopa sin sopa y dando discursos sin chicha, sopa ceremonial y discursos ceremoniales. Sánchez se va a reunir con Aragonès pero ya vemos que está todo ganado.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí