Dos largos y agónicos años esperan a Podemos y eso lo saben sus dirigentes mucho mejor que los militantes o los inscritos, como ellos se llaman. Dos años en los que lo único que les salva por el momento de la catástrofe electoral más absoluta es su permanencia en el Gobierno, en una contradicción de libro porque es también esa permanencia la que les está perjudicando electoralmente ya que les tiene las manos atadas en asuntos especialmente sensibles para sus potenciales votantes.

Pero no importa, ellos parecen estar dispuestos a cabalgar esa contradicción y hasta a sacarle réditos en los próximos dos años o menos, es decir, hasta que se haga evidente que tienen que saltar del carro si no quieren estrellarse de bruces contra las urnas, que podrían estrellarse en todo caso vistos los antecedentes. 

La decadencia electoral y también la descomposición interna de Podemos viene de lejos pero la última vez que le vieron las orejas al lobo fue en los comicios madrileños del pasado 4 de mayo en los que ni siquiera su líder, Pablo Iglesias, fue capaz más que de evitar que el partido desapareciera de la representación parlamentaria en la Asamblea de Madrid al no alcanzar el 5% de los votos. Llegó al 7,2% y consiguió 10 escaños pero a costa de que el hasta entonces vicepresidente del Gobierno dejara de serlo para presentarse a las elecciones madrileñas. Después de semejante fracaso abandonó la política.

Ahora su batalla por sobrevivir se centra en el Gobierno del que forma parte y al que pretende, a pesar de todo, poner contra las cuerdas en un puñado de asuntos que interesan especialmente a los morados y por los que está dispuesto a pelear a cara descubierta y pública contra sus propios socios. 

La última prueba la tuvimos este pasado lunes a cuenta de la brutal subida de la luz que llevó a comparecer ante el Congreso a la ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera.

Porque, independientemente de que la ministra no hiciera ninguna propuesta concreta para atajar el desbocado incremento del precio de la energía eléctrica en España, resultó que los portavoces de Podemos se dedicaron, no sólo a sugerir que mentía cuando aseguraba que Europa prohíbe fijar precios o discriminar tecnologías sino que se atrevían a insinuar que la ministra, esto es, su compañera de Gobierno, pudiera estar conchabada con el -en palabras del portavoz del partido morado Pablo Fernández - "oligopolio eléctrico a los que el PSOE quizá no quiere contrariar".

El problema de ese partido es que esta beligerancia y la incomodidad que genera a la parte socialista va a durar lo que duren las negociaciones sobre los Presupuestos Generales del Estado"

Y no fue el único en atacar a la ministra Ribera, otros morados dispararon contra ella como si Podemos estuviera en la oposición. El problema es que sus propuestas en este campo no se sostienen de pie, como cuando reclamaban la creación de una empresa pública de energía o la limitación del precio de la energía nuclear e hidroeléctrica a golpe de decreto, cosa que puso en pie de guerra a las empresas del sector.

Pero este es sólo uno de los numerosos asuntos en el que las posiciones de los socios están enfrentadas. Hay muchos más: la regulación de los precios del alquiler; la reforma fiscal que los morados reclaman para el próximo ejercicio y que los socialistas van a dejar para el año siguiente; la reforma laboral que Podemos pretende derogar y que el PSOE pretende tan sólo retocar; la posición de España respecto del Sáhara occidental; el asunto de la devolución de los menores de Ceuta; la ampliación del aeropuerto de El Prat; la renuncia del Gobierno a abordar la rebaja de las penas aplicadas al delito de rebelión y sedición y así sucesivamente.

Es decir, unos programas que chocan en puntos muy relevantes en la acción política de cualquier gobierno. Y los dirigentes de Podemos -ahora hay que hablar ya de las dirigentes puesto que todas son mujeres- pretenden defender a los suyos como si estuvieran en la oposición y en todo caso reclamando que la parte socialista del Gobierno cumpla fiel y rigurosamente con los pactos firmados en 2019 sobre los que se alcanzó la coalición. Y eso no va a ser posible.

El problema de ese partido es que esta beligerancia y la incomodidad que genera a la parte socialista va a durar lo que duren las negociaciones sobre los Presupuestos Generales del Estado. 

Para contentar a Podemos -pero sabiendo como sabemos todos que los morados no pueden de ninguna manera romper la coalición porque eso supondría para ellos la ruina política y electoral pero también económica, es decir, una auténtica catástrofe- para contentar a Podemos, digo, y evitar que pierdan la cara, Pedro Sánchez cederá el protagonismo de algunas medidas a la parte podemita de su Gobierno.

Ahora bien, cuando los Presupuestos estén aprobados, la fuerza coactiva de ese partido decaerá dramáticamente dentro del Ejecutivo porque el presidente ya no necesitará imperiosamente sus votos y entonces será cuando tenga que enfrentarse a su misma mismidad como fuerza política en España.

Ése será el momento en que el actual liderazgo de Podemos se muestre en toda su debilidad, porque ya se ve que sus nuevas líderes carecen del mínimo peso político exigible, lo cual le llevará seguramente a elevar el ruido y el tono de confrontación, lo cual podría incluir hasta movilizaciones callejeras.

Pero todo será inútil porque ese partido ya lleva anotadas demasiadas derrotas en todas las elecciones y en todos los territorios y sólo sobrevivirá como fuerza política relevante mientras siga amarrado al Gobierno de España, que es el que les da de comer en sentido figurado pero también literal.

Su única salvación en términos electorales, y tampoco eso está claro, sería que la actual ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, aceptara ser la cabeza de lista de Podemos en las próximas elecciones generales. Pero ni siquiera eso lo tienen hoy asegurado. 

Dos largos y agónicos años esperan a Podemos y eso lo saben sus dirigentes mucho mejor que los militantes o los inscritos, como ellos se llaman. Dos años en los que lo único que les salva por el momento de la catástrofe electoral más absoluta es su permanencia en el Gobierno, en una contradicción de libro porque es también esa permanencia la que les está perjudicando electoralmente ya que les tiene las manos atadas en asuntos especialmente sensibles para sus potenciales votantes.

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