Recuerdo aquellos congresos del PSOE andaluz, que eran como fiestas de la patrona y se hacían acumulando en el escenario espigas verdes, gente de recortable, antífonas agropecuarias y caras de medalla de concurso de saetas o tomates. “Algunos se creen que éste es el Partido de Dios”, me soltó un socialista crítico (alguno había) una vez que un viejo pope o arriero del partido habló de renovar la “alianza” que tenía el PSOE con los andaluces, como si Jehová nos mantuviera conservado en su arca pequeñita y nacarada, como una cajita de rapé, al bueno de Manolo Chaves. Cuento esto porque ahora el Partido de Dios ya es el Partido de Sánchez, sin intermediarios. Chaves tenía que rendir cuentas a los clanes, Zapatero nunca fue capaz de bajar de Despeñaperros, y hasta Felipe González tuvo a los guerristas, que eran como urracas con plumaje de pana. Pero Sánchez ya no tiene a nadie en frente ni arriba y en los congresos sólo le llevan gladiolos.

Fue Guerra el que dijo hace mucho aquello de las “cuatro letras”, o sea mantener la identidad del PSOE. Las letras es cierto que se le han ido cayendo como a un motel de carretera, ya sólo les queda la P de partido y la S que ni siquiera es de socialista sino de Sánchez, lo que convierte a la sigla en una especie de crismón sanchista. A Sánchez le ha costado más hacerse con el partido que con su Moncloa de colchón de plumas y sofás de nata, y ha sido por la resistencia de esas cuatro letras de chapa que llevan detrás familias y escalafones pero también tradición, historia y orgullo. Ha habido que comprarlo todo, naturalmente. Sólo así ha sido posible este congreso en un octubre que mayea de flores y peinadoras.

Lo que había hecho Sánchez para llegar a la Moncloa, y lo que siguió haciendo, no había manera de encajarlo en el PSOE, así que Sánchez ha tenido que vaciar el PSOE

Sánchez empezó enemigo de su partido, de su aparato, lo tuvieron que llevar a la candidatura los militantes como marineros que llevan a un santo o a un ahogado. Sánchez, luego, lo hizo ya todo sin partido, desde el sotanillo de la Moncloa y desde sus anuncios de Marlboro. No sólo es que no tuviera aún peso orgánico, recién bajado de la barca de santo o de ahogado. Es que era evidente que el monstruo de Frankenstein con el que llegó no cabía en esas cuatro letras históricas, en ese ramo de cuatro letras y cuatro ideas que es el PSOE, ese ramo que movía Guerra como un ramo con petardo, ese ramo que movía Chaves como una lechuga o incluso ese ramo que movía Zapatero como una dama de honor, pero que todos reconocían como el mismo ramo.

Lo que había hecho Sánchez para llegar a la Moncloa, y lo que siguió haciendo, no había manera de encajarlo en el PSOE, así que Sánchez ha tenido que vaciar el PSOE, deshojarlo de letras, de canas, de las espigas de Chaves, del acetato de Rubalcaba y de las rosas gordas en la solapa, como rosas también de pana, del felipismo. No es que el PSOE no haya cambiado desde su fundación, que ya sabemos que pasó por el marxismo, por el pistolerismo, por la OTAN o por el invento del pelotazo. Me refiero a que, a pesar de todo esto, aún quedaba por debajo, siquiera, ese PSOE del pacto constitucional, un pacto que ya no significa nada para Sánchez, como no significa nada para él ningún pacto, en realidad.

El PSOE es un partido vacío, lleno sólo de Sánchez como de viruta. Lleno de lo que Sánchez diga, de lo que a Sánchez se le ocurra, de lo que a Sánchez le convenga, que puede ser una cosa y la contraria de un día para otro o en el mismo día, que entonces él se siente incluso más satisfecho en lo increíble, como un trapecista. No hay un principio, no hay un ideal, no hay una promesa a la que haya sido fiel, que no haya traicionado sin estropear el dibujo de su ceja. Debajo de Sánchez, el único PSOE que se puede reconocer es el del fiesteo, el que habla de fachillas, de la socialdemocracia, de los derechos, eso que hace todo junto como una pandereta, mientras pacta con pistoleros o sus majorettes, con racistas de izquierda y de derecha, con sediciosos y totalitarios que niegan el imperio de la ley y la igualdad de los ciudadanos.

Ya nadie sabe qué es el PSOE, qué hace el PSOE, en qué cree el PSOE, sólo está Sánchez que parece que ha comprado el partido como una franquicia entera para convertirla en guardarropa. Hasta manda a la ejecutiva a su sombrerero, Félix Bolaños (ya dije que un ministro de la Presidencia es como un ministro sombrerero). Tampoco quedan clanes, contrapoderes, sombras. Los ministros pasan a los órganos del partido como al saloncito del piano, Susana se fue de retiro de dominico al Senado, y hasta García Page parece un converso. Los barones bramaban mucho al principio, encabritados sobre sus caballos gordos de pintor de corte provinciana, pero los fondos europeos suavizan hasta a los más rampantes. 

Aquellos congresos del PSOE andaluz, simples onomásticas de las Vírgenes de agosto, que no servían para nada y en los que no pasaba nada... Pero la religión no era Chaves, ni el que estuviera en Madrid con el gran rosetón socialista. Todavía las cuatro letras significaban algo, tenían sentido, una persistencia, una identidad, una coherencia incluso en el fracaso. Había altares como de lechugas y había ceguera orgullosa, pero no era orgullo por el líder. Algunos lo creían el Partido de Dios, que al menos era poner a alguien por encima, pero ahora sólo está Sánchez comido por los gladiolos, excesiva y grimosamente, como una novia muerta.

Sánchez, que ya tiene partido, lleva a González, que sólo es una vieja que riñe con una mano y te da regaliz con la otra, y lleva a Zapatero, que va a cualquier sitio en el que enfoquen su sonrisa ojival. Ante su presencia belenista, Sánchez habla de tradición y de socialdemocracia, una tradición que ha ultrajado y una socialdemocracia que se ha aliado en gloriosa cabriola con los antidemócratas. Había que comprarlo todo, hasta el altar y los sacristanes, y eso ha hecho.

Recuerdo aquellos congresos del PSOE andaluz, que eran como fiestas de la patrona y se hacían acumulando en el escenario espigas verdes, gente de recortable, antífonas agropecuarias y caras de medalla de concurso de saetas o tomates. “Algunos se creen que éste es el Partido de Dios”, me soltó un socialista crítico (alguno había) una vez que un viejo pope o arriero del partido habló de renovar la “alianza” que tenía el PSOE con los andaluces, como si Jehová nos mantuviera conservado en su arca pequeñita y nacarada, como una cajita de rapé, al bueno de Manolo Chaves. Cuento esto porque ahora el Partido de Dios ya es el Partido de Sánchez, sin intermediarios. Chaves tenía que rendir cuentas a los clanes, Zapatero nunca fue capaz de bajar de Despeñaperros, y hasta Felipe González tuvo a los guerristas, que eran como urracas con plumaje de pana. Pero Sánchez ya no tiene a nadie en frente ni arriba y en los congresos sólo le llevan gladiolos.

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