Cayetana, vestida de rojo Fénix, de pluma flamígera, de diablesa del hombro izquierdo (o derecho), lo dijo ya al final, como si aquel teatro oscuro y encopado se mereciera el clímax del Don Giovanni de Mozart: “No me van a echar del partido”. Nadie se presenta así, de sirena de fuego, de cigarrera de gala, de pájaro de Stravinski, para anunciar su rendición ni su muerte política. Algunos piensan que este libro es un ajuste de cuentas, pero eso se hace cuando uno ya está muerto o se va a morir o se va a meter a monje radiofónico, a reliquia. Un libro así, escrito bien vivo y tras el que quedas viva y fuerte, como una dominatrix de rojo, eso es otra cosa. Eso es un manifiesto.
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