Pedro J., mito del periodismo con pinta de señor de estafeta, se paseaba con paso de león por el escenario de su presentación, que había convertido casi en monólogo, en obra de teatro con simbología de relojes de estación, como un Sabina con tirantes. Me acorde de Fernán Gómez, eso de que en Madrid el teatro son unas señoras, viendo que el mito del periodismo tiene mucho tirón todavía. Allí estaba lo que uno cree que es la flor y nata, o sea apellidos arborescentes, ex ministros o ex ministrables, gente que no conoces pero son dueños de tu ropa o tu préstamo o tu último premio Planeta de aglomerado... Estaba Esperanza Aguirre, ninguneada, a la que le preguntaban el nombre. Estaba Iván Redondo como buscando trabajo. Estaba hasta alguien con esmoquin que no, no era Sánchez. Todavía tiene su público Pedro J., que diría que ha ganado cierta pelusa y vestuario eternos de Rhapael.
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