Pablo Casado, empujado dulce y brutalmente por las tristes vacas cadáver de las elecciones de Castilla y León, ha tomado la decisión de ir a la guerra total contra Ayuso. No sé si lo ha medido bien, porque será el feo aparato de fotocopias y fotocopiadores contra el embrujo del celuloide, unos funcionarios de sillita baja contra la deidad cereal de Madrid, y la grima de Teodoro García Egea contra la enamorada de Chaplin, que se lleva los votos como novios propios y ajenos. Casado no lo ha medido bien, como no mide bien ya ni los dobladillos con los que se mete en los establos, o quizá no tiene otra opción, acogotado por Vox, ninguneado por los plumillas, desangrado en las encuestas, atormentado por visiones de muerte. Con Ayuso ahí, Casado podría no llegar a las elecciones de 2023, ése es el asunto, no un contrato con el que se partiría de risa cualquier concejal de playas. O es que alguien se cree que el PP se ha convertido en policía de la porra de sí mismo, superando en rapidez, celo y saña hasta a Prisa.
Por la mañana, la Reina del keroseno salió con ojos de Heidi, hechos una sola gota de rocío, a decir esto: “Nunca pude imaginar que la dirección de mi partido podría actuar de manera tan cruel contra mí”. Luego, a la hora del telediario, hora a la que también suele poner el despertador Sánchez, salió Egea, empalado en su autoridad como un báculo, para devolverle la frase casi exactamente, que ni siquiera tienen imaginación, sólo grapadoras: “Nunca pude imaginar que Ayuso atacara a un partido que le ha dado todo”. Luego, anunciaba expedientes, sanciones, y ese movimiento de fotocopiadoras avanzando como apisonadoras que no sé si es acojonante o ridículo. Acusaciones hay por las dos partes, lo que ocurre es que una está saltando en los periódicos como esos peces que antes se decía que envolvían, y la otra sólo es una sospecha basada en la cara de sospecha que pone Egea, que es como la cara de sospecha que pone Ferreras.
Uno intenta abstraerse de esa historia de detectives españoles, que siempre parecen detectives del salto del tigre; y de la mala fama de los contratos con las administraciones, y de nuestra rica tradición de la mordida y de los hermanísimos, porque enseguida sale el chiste. Pero la verdad es que nadie se mete en una aventura detectivesca, citándose bajo las farolas con contraseñas que mencionen Helsinki y tal, si puede, simplemente, hacer pública su sospecha y denunciar el asunto donde corresponda. Si es verdad que alguien se fue con sombrero de lluvia y una frase sobre el verano de Madagascar a la agencia de detectives, es que no les interesaban las irregularidades del contrato, sino pillar a Ayuso en el salto del tigre y usar eso no para limpiar el honor del partido sino como chantaje. Si nadie fue a la agencia disfrazado de lagarterana, pero al final tampoco se denuncia nada, sino que todo termina en el PP disciplinando o expulsando a Ayuso, cosa que no resuelve nada sobre el fraude, tenemos lo mismo: matarile para Ayuso.
A uno le extrañaría que ganara alguien que sólo parece planificar derrotas como si planificara un chalé
Teodoro García Egea, así en la rueda de prensa, serio y decepcionado con Ayuso, dispuesto a dar esa bofetada de ida y vuelta, esa bofetada de callo de padre (“a mí me duele más que a ti”, le faltó decir); Egea, en fin, podría parecernos natural y creíble, claro. Para eso, tendríamos que pensar que el PP manda ahora inspectores con traje de color de ala de mosca y maletín de matarife a todas sus administraciones y cargos, y que cuando éste encuentra un papel sospechoso (al nivel de sospecha de Ferreras), el partido decreta la destrucción del responsable, así sea la estrella de todas sus marquesinas. Sin embargo, aún nos quedaría por explicar por qué Egea, con esa misma seriedad aupada de examinador de autoescuela, no ha salido antes, o ahora, para decir algo como: “Respetando la presunción de inocencia de la presidenta Ayuso y de su hermano, hemos efectuado esta denuncia en aras de la transparencia y la responsabilidad”. Incluso aunque luego la expediente.
Todo este esperpento sólo cuadra si, con irregularidades chiringuiteras o no, el objetivo ha sido cargarse a Ayuso, buscarle una mierda, una cremita, un salto del tigre, para que ese Casado perseguido por esqueletos de vacas pueda llegar, siquiera, a perder con Sánchez o con Abascal. Si ése es el objetivo, Ayuso podría haberse callado, pero una guerra en la que sólo uno dispara no es una guerra. Hay acusaciones por las dos partes, pero el recorrido de ese contrato en los tribunales podría ser bastante más corto que la historia del complot contra la guapa y la lista de la película. Hay acusaciones por las dos partes, pero la prensa y el pescado se reparten todos los días, y si salen pruebas de la aventura detectivesca con sus huellas de tinta china, Ayuso no sería una militante desleal, sino Blancanieves atacada por la bruja, una víctima con ojos de Cantar de los Cantares que, si ganaba antes igual entre señoras de Serrano, currelas y reyes del pollo frito, imaginen después de esto. Incluso sin esperar más información, me parece, según lo dicho aquí, que el comportamiento de Génova no tiene explicación si no ha sido una simple y sucia cacería.
Casado se ha lanzado a la guerra total contra Ayuso, pero a uno le extrañaría que ganara alguien que sólo parece planificar derrotas como si planificara su chalé. Ni siquiera, ya ven, apareció para tomar el mando, él siempre como enfermito. No hace falta una garganta profunda, ni un microfilm en un tacón, ni una gran investigación con luminol: basta la lógica para tumbar ese barco de papel que aún flota en Génova, camino de la plaza de Colón como de una catarata. Es la guerra final, la guerra del aparato contra el carisma, de los zancadilleadores de oficina contra la que tiende sus votos al sol vecindón, como sostenes. A mí me resulta difícil pensar que, por primera vez, vaya a ganar el perdedor y vaya a perder la ganadora. Y es así porque quien puso a cada uno en esos papeles, o sea la gente, es bastante más importante que los Epi y Blas de Génova. Quizá Casado ya está condenado, incluso aunque tenga razón. La política no es buen lugar para apostar por la honorabilidad santa y suicida antes que por la victoria. Ni por los estatutos antes que por la sentimentalidad. Ayuso podría sobrevivir incluso al PP, pero Casado no sobrevivirá ni a los planes que le salen bien.
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