Desde su palacio de mantequilla y oro, Vladimir Putin, dictador de kungfú y orejeras, está dispuesto a arrasar Ucrania y ya veremos si su propio país. La revista Time ha titulado “el regreso de la historia” en una portada que se viralizó en una versión fake, en la que se veía el bigote de tirolés siniestro de Hitler tras el rostro desgarrado de este espía, burócrata y luego tirano de ballet de cosacos que ahora amenaza al mundo. La portada real sólo tenía un carro de combate, como un jinete del Apocalipsis, algo que además le aportaba atemporalidad o simultaneidad, como si así se mostrara todo el hecho humano de la guerra. Con Hitler sale en seguida la viñeta, o la película de Charlot o de Drácula, pero yo creo que el titular iba más por Fukuyama que por Nietzsche. La historia sigue ocurriendo, de eso se trata, y aunque a Fukuyama ya lo jubiló el 11-S, quizá se nos había olvidado. Pero la historia siempre es trampa, no tienen más que ver a nuestros indepes, que se alimentan de historia como de tocino.

Desde su palacio bulboso, con bombas bulbosas y cojón bulboso, Vladimir Putin, dictador de huevito de Fabergé y campamento de muchachos, amenaza al mundo de una manera algo ridícula, como una vieja loca con tetera atómica o paraguazo atómico (no sabemos si Putin estará loco, pero para cargarse el mundo no basta con un solo loco). Algunos lo verán como un Hitler de Riefenstahl o un Hitler de Lubitsch, como un zar de palquito o como un príncipe Ígor entre danzas de sables y de velos, incluso como un Kruschev que vuelve con pala de sepulturero (“los enterraremos”) o con aquel zapatazo para la ONU o para el mundo. Vuelve la historia, pero no tanto como imitación ni como ópera, vuelve como superstición, o en realidad no vuelve porque siempre siguió ahí. La historia como superstición, eso es el nacionalismo, eso es lo que no se terminó ni con la caída del Muro ni con Fukuyama ni se va a terminar con Putin. 

Putin no está demostrando el poder de Rusia, sino su tiesura y su debilidad. Están tan tiesos que necesitan media Europa como si fuera un pisito

Desde su palacio de princesita de hielo o de vals de casadera, Vladimir Putin, dictador de rodeo a pelo y musical de leñadores, quiere volver a la Gran Rusia, a la Unión Soviética con o sin obreros cosmonautas o cosmonautas obreros, que es como querer volver a las sábanas de mamá. El nacionalismo es eso, superstición e infantilismo de la historia, con toda la rabia y el peligro de la superstición y del infantilismo. En realidad, sólo la gente incivilizada saca la historia para estas cosas, o sea para meterse en la cama de mamá. La gente civilizada tiene el derecho y la democracia, pero estos nacionalistas supersticiosos y encoñados tienen la historia, son como señoritingos tiesos que esperan todavía una herencia sentimental o física de la historia, e incluso se meterán a guerrear por ella, porque no tienen nada más. Putin no está demostrando el poder de Rusia, sino su tiesura y su debilidad. Están tan tiesos que necesitan media Europa como si fuera un pisito y necesitan el título del abuelo para no tener que ser oficinistas o simplemente adultos. Y son tan débiles que ya sólo pueden amenazar con la pataleta de señorito malcriado que es la bomba atómica, como una llorera atómica.

Desde su palacio como una carroza de porcelana, Vladimir Putin, dictador de cascanueces y poni, como un niño zangolotino con cascanueces y poni, invade, destruye y mata por ese cuadro del abuelo con sotabarba o con perilla o por un trozo de mapa como un trozo de alfombra persa. Es una maldad sostenida por una estupidez, pero es que la mayoría de la historia humana está construida así. La historia no es que vuelva, porque el nacionalismo ya estaba ahí, no siempre con tanques ni misiles pero sí con vacas, o con palitroques, o con curas, o con poetastros, o con pedradas, a veces incluso con bomba y pistola de cobarde. El nacionalismo siempre es una estupidez, pero, como dijo Schiller, “contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”. Allí, en su palacio con lañas imperiales de orinal con lañas, no vamos a pedirle ahora a Vladimir Putin, dictador de fusta en piel de leche y strip poker de soldados, que sea más sabio que los dioses. Pero ya digo que un solo loco no va a acabar con el mundo. Es mucho más probable que el mundo acabe con él.

Desde su palacio de mantequilla y oro, Vladimir Putin, dictador de kungfú y orejeras, está dispuesto a arrasar Ucrania y ya veremos si su propio país. La revista Time ha titulado “el regreso de la historia” en una portada que se viralizó en una versión fake, en la que se veía el bigote de tirolés siniestro de Hitler tras el rostro desgarrado de este espía, burócrata y luego tirano de ballet de cosacos que ahora amenaza al mundo. La portada real sólo tenía un carro de combate, como un jinete del Apocalipsis, algo que además le aportaba atemporalidad o simultaneidad, como si así se mostrara todo el hecho humano de la guerra. Con Hitler sale en seguida la viñeta, o la película de Charlot o de Drácula, pero yo creo que el titular iba más por Fukuyama que por Nietzsche. La historia sigue ocurriendo, de eso se trata, y aunque a Fukuyama ya lo jubiló el 11-S, quizá se nos había olvidado. Pero la historia siempre es trampa, no tienen más que ver a nuestros indepes, que se alimentan de historia como de tocino.

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