Apenas amanecía el pasado 24 de febrero cuando nos asaltaba la noticia: la guerra en Ucrania había comenzado. Sin embargo, para Sasha y Vika la guerra era ya parte de sus vidas. Lo es desde 2014. Desde entonces, y durante ocho años, esta niña y este niño de Lugansk han vivido con la incertidumbre y el temor a un ataque, a minas aún sin detonar, a no tener agua corriente o una escuela donde estudiar. Con apenas 12 y 16 años, sus testimonios son prueba de las cicatrices que deja el dolor de una pérdida, de tener que abandonar tu hogar, del constate retumbar de las bombas.

Por eso, para Sasha y Vika la nueva escalada de violencia de ese fatídico mes de febrero ha sido más de lo que ya podían soportar. Mientras que aquí se acumulaban los titulares, en Ucrania Sasha y Vika, como miles de familias, empaquetaron sus vidas en pequeñas mochilas y huyeron. Por segunda vez. En coche o en tren, a un sótano o al metro, cruzando fronteras o a otras ciudades.

Más de la mitad de las niñas y niños del país (4,3 millones) han huido de los horrores de las bombas

Las guerras tienen repercusiones devastadoras sobre la infancia. Más de un mes de guerra en Ucrania ha provocado que más de la mitad de las niñas y niños del país (4,3 millones) hayan huido de los horrores de las bombas. De ellos, 2,5 millones están desplazados dentro de Ucrania y cerca de 2 millones han buscado refugio fuera de su país. A día de hoy, muchas familias siguen atrapadas en once ciudades, principalmente en el sureste, donde la situación humanitaria es de extrema gravedad. En ellas apenas queda agua o comida, y están cortadas la luz o la calefacción. En ellas hay niños y niñas en refugios, traumatizados, que esperan poder ser evacuados. La guerra daña también la salud mental de los más pequeños.

El número de víctimas civiles, entre ellos niñas y niños, no deja de incrementarse cada día. Y, según datos de la ONU, 776 escuelas y 100 centros de salud han sido atacados, por lo que no solo no pueden prestar un servicio esencial, sino que dejan de ser lugares de protección. En Ucrania, pero también en Siria o Yemen, los ataques contra infraestructura civil constituyen una violación directa de los Convenios de Ginebra y de los principios humanitarios más esenciales. No caben excepciones.

Sasha, 12 años, fue obligado a huir de su pueblo, Vrubivka, en Lugansk.

Todas estas situaciones ponen de manifiesto el impacto de los conflictos armados sobre las niñas y niños. Por su amplitud, riesgos y consecuencias, en Ucrania estamos ante una crisis de derechos de infancia. Porque Sasha y Vika no solo están siendo testigos del horror en su máxima expresión, sino que también son un objetivo (sus hogares, sus estaciones, sus escuelas, lo son). En esta guerra, pero también en Tigray o República Centroafricana, la infancia sufre directamente los efectos de la violencia, la crudeza de las privaciones y la separación de quienes más quieren. Lo que estamos viendo hace imprescindible la aplicación del derecho internacional humanitario con el máximo rigor y eficacia.

En Ucrania estamos ante una crisis de derechos de infancia

Sobre el terreno, los desafíos para los trabajadores humanitarios son también enormes. La prioridad de los equipos de UNICEF en Ucrania es salvar, proteger y aliviar el sufrimiento de la infancia y sus familias. Dos ejemplos de nuestro trabajo muestran la envergadura de esta crisis.

Hasta el momento, UNICEF ha enviado más de mil toneladas de ayuda humanitaria. Desde los primeros días, los seis equipos de UNICEF operativos en el país, pudieron distribuir medicinas, agua, botiquines de primeros auxilios, mantas o productos de higiene, entre otros. También, materiales quirúrgicos y obstétricos de UNICEF llegaron a 49 hospitales y maternidades en ciudades como Donetsk, Járkov o Leópolis para 596.000 madres y bebés y para que el personal de salud, incansable y en primera línea de respuesta, pueda operar y atender partos en mejores condiciones.

Vika, de 16 años, escapó de un pueblo en el distrito de Popasna donde vive aún su madre.

Estas son algunas de las actividades humanitarias que más de 150 compañeros de UNICEF llevan a cabo cada día, en un entorno muy complejo y peligroso, pero que no merma nuestro compromiso de proteger a la infancia atrapada en la guerra en Ucrania (un compromiso que iniciamos en 1997 y reforzamos durante los ocho años de la guerra en el Donbás para proteger a niños como Sasha o Vika).

Cuando se le preguntó si tenía un mensaje para el mundo sobre la guerra en su país, contestó: "Diría solo: ¿para qué?”

Es difícil no quedarse con todas y cada una de las desgarradoras historias que llegan desde Ucrania, como la de Oleksii, a quien su familia logró poner a salvo hace escasos días. Cuando se le preguntó si tenía un mensaje para el mundo sobre la guerra en su país, contestó: "Diría solo: ¿para qué?”.

Dos sencillas palabras que condensan toda la sinrazón y la crudeza de esta guerra. Dos palabras que retumban en mi memoria desde que las escuché en el campo de refugiados de Skaramagas, donde dos hermanas yazidíes de apenas 7 y 9 años, aguardaban el fin de la guerra. Ya son once años de guerra en Siria: ¿Cuánto más sufrimiento y destrucción deben pasar Sasha, Vika y Oleksii? ¿Cuánto más puede aguantar la infancia en Siria tras más de una década de horror? ¿Cuántas Mariupol, Alepo y Kramatorsk caben en nuestra memoria antes de perder la humanidad?


Rocío Vicente Senra es especialista de Derechos de Infancia (UNICEF Comité Español).