Vladimir Putin, desde hace varios años, viene elaborando una política de expansión bien medida y, como buen conocedor de los juegos de poder, calcula con frialdad los desplazamientos de sus peones en el tablero de ajedrez de ciertos movimientos independentistas. Ahí está la raíz de la guerra que acaba de empezar Rusia.

Bajo la excusa y la presión de la Duma (Cámara Baja Rusa), que solicitó formalmente el reconocimiento de la independencia de las repúblicas rebeldes de Donetsk y de Lugansk, así como de los representantes separatistas, Denis Pushilin por la primera y Leonid Pásechnik por la segunda, desplazados a Moscú, el presidente ruso acaba de reconocerles formalmente como Estados independientes. Ello posibilita su posterior anexión a la Federación de Rusia o también la posibilidad de convertirse en protectorados rusos.

No se trata de algo nuevo. Recordemos que los movimientos insurreccionales en la región del Donbás (Dombass) llevan largo tiempo, pues comienzan en los focos de las ciudades de Donetsk y Lugansk en mayo de 2014 con la celebración de sendos referendos llevados de la mano de separatistas pro-rusos, creando el establecimiento de dos nuevas repúblicas populares, para seguidamente buscar su adhesión a la Federación de Rusia.

A partir de ese momento, se ha desarrollado una guerra civil en el sureste de Ucrania que ya se ha cobrado las vidas de más de 14.000 seres humanos. El modelo estratégico se basa en lograr que determinadas regiones limítrofes con la frontera rusa entren en colisión con el Estado al cual pertenecen y desarrollen movimientos independentistas que generalmente por la vía de los referendos alcanzan sus objetivos.

Como un magma lento pero constante, Rusia ha ido afianzando nuevos territorios limítrofes que termina controlando"

Recordemos que estaban bien provistos económica y militarmente, como pudo observarse por la presencia de fuerzas militares sin distintivos oficiales, presuntamente enviadas por Rusia, en los primeros meses del año 2014 en la región de Dombás cercana a la frontera rusa. De este modo, como un magma lento pero constante, Rusia ha ido afianzando nuevos territorios limítrofes que termina controlando. Es un suma y sigue.

Tengamos presente que este proceso de movilización independentista se ha venido generalizando desde 2008, cuando se produce el reconocimiento de la independencia de las dos repúblicas de Osetia del Sur y de Abjasia que formaban parte del Estado de Georgia. Fue, a la sazón, Dimitri Medvedev, presidente de gobierno de la Federación de Rusia quien las reconoce y basa sus argumentos buscando una frágil cobertura en el derecho internacional, aduciendo que dicho reconocimiento se apoyaba en la Carta de las Naciones Unidas, en la Declaración 2625 (XXV) de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1970 y en el Acta de Helsinki de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa de 1975.

El atajo jurídico que se utilizó fue indicar que ambas repúblicas eras regiones autónomas dentro de la República Socialista de Georgia y que, a su vez, al haberse independizado Georgia de Rusia en abril de 1991, al tratarse de regiones autónomas podían elegir su propio estatus y que en tal caso decidieron plegarse a Rusia. Sigamos sumando.

En septiembre de 2006 el Parlamento de la República separatista de Transnistria aprobó su secesión de Moldavia en base a un Referéndum en que el 97% de la población se manifestó a favor de la independencia y de su posterior adhesión a Rusia. Con el agravante de que en este caso la nueva República es limítrofe con Ucrania y que la independencia de Crimea ha elevado la tentación de unir la franja liberada con la República de Crimea.

No debe pasar desapercibido el hecho de que la anexión de Crimea a la Federación Rusa ha exacerbado los ánimos del Parlamento de Transnistria, con el peligro que ello representa para la región de Odessa que siempre ha despertado el interés de Moscú. No olvidemos tampoco el proceso de la independencia de Crimea que merece una especial atención en la medida en que ha afectado de manera determinante a la integridad territorial de Ucrania.

En efecto, la Declaración de independencia de la República Autónoma de Crimea y de la Ciudad de Sebastopol, aprobada al unísono el 11 de marzo de 2014 por el Parlamento de Crimea y el Consejo de la Ciudad de Sebastopol, y que sería posteriormente refrendada por un Referéndum celebrado el 16 de marzo de 2014. Es importante destacar que, a partir de tal declaración de independencia, Crimea llevó a cabo su solicitud de incorporarse a la Federación Rusa.

Como en los casos anteriores, la Declaración busca sus apoyos en el Derecho internacional, haciendo explicita remisión a la Carta de las Naciones Unidas y otros instrumentos internacionales que reconocen el derecho de los pueblos a la libre determinación y al Dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de 22 de julio de 2010 sobre la independencia de Kosovo. Como en otros casos similares, Crimea fue reconocida por la Federación Rusa, Bielorrusia, y las repúblicas independientes de Osetia del Sur, Abjasia y Nagorno-Karabaj, frente al rechazo de la comunidad internacional. 

De este modo, se ha gestado un modelo de compleja catalogación en el Derecho internacional pues resulta de difícil encuadre en los estereotipos conocidos de adquisición de la competencia territorial, ya que no se trata de antiguas plazas coloniales que reclaman su independencia de la metrópoli, ni estamos ante casos de cesión territorial, ante la evidente opuesta reacción de sus Estados originales, ni mucho menos podemos hablar de conquista, puesto que la anexión se produce una vez establecida la independencia por referéndum. Sin embargo, estamos ante casos en los que la zona elegida se desestabiliza y a su vez desestabiliza al Estado al cual ha pertenecido con anterioridad a su independencia.

Una vez que la anexión de facto se produce, la Federación de Rusia va ampliando su influencia territorial, generando nuevos espacios geopolíticos que he denominado zonas buffer, es decir zonas de influencia, ante la mirada perpleja de la comunidad internacional.  Estas zonas buffer ejemplifican cartográficamente cuñas de la Federación Rusa en territorio de otros Estados.

Se asemejan a zonas congeladas con conflictos latentes y no resueltos y que su reconocimiento por parte de la comunidad internacional se apoya en muy pocos Estados, entre los que se destaca como acabo de señalar, la Federación Rusa y las otras repúblicas independizadas, en situación similar, como las repúblicas de Osetia del Sur, Abjasia y Nagorno-Karabaj.

Esta corriente independentista sobre las líneas fronterizas de la Federación Rusa y aledaños ha marcado, ahora, una nueva inflexión con el reconocimiento de los movimientos insurreccionales en la región del Donbas por parte de la Federación Rusa y con el foco en las principales ciudades de Donetsk y Lugansk. 

Hacia dónde va el Kremlin

Ante estas estrategias, los analistas tenemos que lograr diseccionar la trama que se ha ido articulando y lograr prever la marcha de los acontecimientos, con el fin de no confundir los movimientos sobre el tablero. La pregunta que se hace la comunidad internacional es hacia dónde se dirige la política del Kremlin. Una invasión armada en Ucrania va a desembocar en un conflicto internacional de gran escala y aún no predecible. Empezó a mover los peones pero este 24 de febrero ha dado un salto mortal.

El reconocimiento a la independencia de Donetsk y Lugansk sigue siendo un movimiento de piezas menores que se parapetan en las justificaciones de carácter teórico, como las declaraciones de la presidenta del Consejo de la Federación (Cámara Alta del Parlamento Ruso) Valentina Matbiyenko, al indicar que "los habitantes de Donetsk y Lugansk se han convertido en rehenes de un proyecto occidental en contra de Rusia, con el que se pretende enfrentar a rusos y ucranianos, dos pueblos eslavos hermanos".

Sin embargo, las zonas buffer se siguen desplazando y ahora, muy probablemente, en los planes del Kremlin esté provocar la misma estrategia en la zona de Odessa, que resulta un punto estratégico importante para seguir extendiendo sus zonas de influencia que han ido conformando ámbitos geográficos elásticos y favorables a los intereses rusos.

Entiendo que lo importante para Vladimir Putin es seguir configurando, por el momento, estas zonas de amortiguamiento y, en cambio, mirar hacia Kiev sería posiblemente un craso error porque, por el momento, ha observado una cierta tolerancia en estas expansiones muy bien calculadas en estas zonas. No se me escapa que Kiev sigue siendo el corazón neurálgico y arquitectónico de las capitales de la antigua Rusia y el monasterio de Lavra su corazón espiritual, donde se ha nutrido durante siglos el imaginario del Russky Mir, el mundo ruso.

El argumento al que se ha recurrido es que Ucrania como Estado es un invento de Lenin, al que ha llamado "autor y arquitecto de Ucrania en territorios que históricamente han pertenecido a Rusia"

El argumento al que se ha recurrido es que Ucrania como Estado es un invento de Lenin, al que ha llamado el "autor y arquitecto de Ucrania en territorios que históricamente han pertenecido a Rusia". Este ya es un terreno resbaladizo y tengamos en cuenta que no deberíamos caer en lo que Graham Allison en un estudio realizado en 2015 tituló "la trampa de Tucídides", como uno de los orígenes de las guerras. Estudiando la Guerra del Peloponeso de dicho autor, dedujo que cuando una potencia asentada se siente incómoda por la presencia de una potencia emergente, esa tensión, si no se canaliza bien por la vía diplomática, termina en una guerra, como en el siglo V a. n. e. ocurrió entre Esparta, la potencia asentada y Atenas, la potencia emergente, que desencadenó una de las mayores y más sangrientas contiendas.

Aquí nos enfrentamos a varios paralelismos. Estados Unidos es la potencia asentada y la Federación de Rusia la potencia emergente, aquí está el quid de la cuestión. Tengamos en cuenta que cuando Emmanuel Macron visita a Vladimir Putin, el líder ruso le dice que su interlocutor es Joe Biden. Putin ha hecho saltar por los aires el tablero de ajedrez sobre el que asienta la paz mundial.


Juan Manuel de Faramiñan Gilbert es catedrático emérito de la Universidad de Jaén. Investigador Senior Asociado del Real Instituto Elcano