Se han colado hasta los cajones de la Moncloa espías con bandeja de camarero, con gafas de ciego o con alfanje de moro de ópera, que eso sería lo equivalente, hace años, a que hackeen los móviles del Gobierno, los más seguros del país, con nuestros mejores protocolos de seguridad como nuestros más gordos candados de iglesia. En cualquier sitio esto sería una vergüenza y una debilidad, algo que no se airearía a menos que se quisiera invitar a que todos los espías disfrazados de organillero, de mariachi o de Mata Hari, o su equivalente hoy, se pusieran en cola para acceder a nuestros secretos, los más baratos del mundo, como una oferta de sangría para guiris. Aquí, no. Aquí, el Gobierno lo proclama en una rueda de prensa con Félix Bolaños como un monaguillo de viacrucis, y encima se va al juzgado a denunciarlo, indignado, igual que una señora a la que le han robado el loro. Uno creía que de estas cosas se encargaba el contraespionaje, pero eso sería muy silencioso y Sánchez no quiere silencio, sino drama.

Aquí está el personal pensando en la seguridad nacional y Sánchez en lo que piensa es en el gesto serio de Rufián, que en realidad no es serio sino que está entre el asco, el puchero y la revancha, como un niño consentido y goloso ante el huevo pasado por agua que no le gusta. Aquí está el personal pensando en qué habrán pillado de esos móviles de alta seguridad con funda de estampado de vaquita, en si habrá sido Marruecos en el colmo del recochineo o Biden en el colmo de la sensatez, y Sánchez en lo que piensa es en esa mueca severamente ridícula, como un árbitro de alevines mirando la hora, que tiene Rufián sentenciando la legislatura. Aquí está el personal imaginando un zafarrancho en nuestros servicios secretos, la sala de guerra de Sánchez con su luz roja de revelado o de submarino girando (si existe semejante cosa en la Moncloa de Sánchez, todo ficus, ecos, satén y cuadros con reflejos de oleaje de jacuzzi), y Sánchez en lo que piensa es en dar pena por los juzgados, como si fuera la Pantoja.

Aquí está el personal imaginando un zafarrancho en nuestros servicios secretos y Sánchez en lo que piensa es en dar pena por los juzgados, como si fuera la Pantoja

Sánchez está de drama personal convertido en drama patriótico, como las folclóricas con problemas con Hacienda o con problemas con toreros. A todos nos sale enseguida la película de espías, de espía español además, que suena raro como un astronauta español (quizá haya sólo un auténtico espía español, que sería como el Pedro Duque de su profesión, con todos los títulos y todo el aparataje, y luego, ya, sólo comisarios chusqueros y cotillas de taberna). Pero no hay película de espías, a este Gobierno no le importa aparecer espiado por la cerradura, como si fuera la lozana andaluza, ni le importa lo espiado. Si se dan cuenta, Marruecos, un poner, no ganaría mucho más con ese sacaleches de Pegasus que lo que Sánchez ya le ha regalado a cambio de nada. No, esto nunca fue una película de espías, ni siquiera una tira de Anacleto, sino que sigue siendo el mismo problema de siempre, el problema de supervivencia de Sánchez, el único drama que nos conduce.

Sánchez gana más en drama con todo esto que lo que ganarían los espías con microfilm en la muela o parabólica en la oreja mirando su lista de la zapatería o sus wasap a Biden como esos wasap a los ex. No hay otra cosa aquí que el drama de Sánchez, siempre el drama de Sánchez, el de sobrevivir un día más, y que luego tiene el fondo del bicho o de una guerra mundial o de la ruina económica, democrática o moral, igual que tiene de fondo esos cuadros de la Moncloa de un abstracto fabril o sangriento o catastrófico o hipnótico. Este drama, ahora, o sea Sánchez como la Pantoja de luto judicial, que así se presentaba ella, de luto judicial ante el juez como de luto religioso ante el Cristo de Mena; este drama, decía, es lo que le ocupa a él y lo que ocupa a España, mientras el personal anda buscando criptógrafos de guardia y espías con gabardina de Colombo.

Se han colado los espías hasta los cajones de la Moncloa, como esos ratones del villancico se colaban hasta los calzones del bueno de San José, pero esto no supone una vergüenza ni un peligro. Lo importante no está en el móvil de Sánchez, ni en los agujeros ratoneros de nuestra seguridad, ni en la reputación de nuestros espías con vestidos de Beatriz Carvajal. Lo importante está donde se sienta Rufián, agrio, vigilante y amanerado como un padre de niño futbolista o flautista. Espían al Gobierno y Sánchez lo pregona y luego se va a los juzgados, como si nuestros jueces de costurerito pudieran hacer algo contra el rey niño marroquí, contra Putin, contra la CIA o siquiera contra la Coca-Cola... Pero ahí Sánchez tiene drama y reclinatorio, los indepes lo verán como víctima, igual que ellos, y el resto del pueblo verá que no sólo sufre, sino que él sufre con España o que España sufre con él o a través de él, como una Virgen trianera. Allí, con luto judicial de la Pantoja, con paño de lágrimas de folclórica, lágrimas gordas y negras como orzuelos, sólidas y vistosas como camafeos, Sánchez hará que nos olvidemos del daño a la nación y de los espías con sombrero mejicano y todo será, otra vez, el drama doméstico y torero de su supervivencia.

Se han colado hasta los cajones de la Moncloa espías con bandeja de camarero, con gafas de ciego o con alfanje de moro de ópera, que eso sería lo equivalente, hace años, a que hackeen los móviles del Gobierno, los más seguros del país, con nuestros mejores protocolos de seguridad como nuestros más gordos candados de iglesia. En cualquier sitio esto sería una vergüenza y una debilidad, algo que no se airearía a menos que se quisiera invitar a que todos los espías disfrazados de organillero, de mariachi o de Mata Hari, o su equivalente hoy, se pusieran en cola para acceder a nuestros secretos, los más baratos del mundo, como una oferta de sangría para guiris. Aquí, no. Aquí, el Gobierno lo proclama en una rueda de prensa con Félix Bolaños como un monaguillo de viacrucis, y encima se va al juzgado a denunciarlo, indignado, igual que una señora a la que le han robado el loro. Uno creía que de estas cosas se encargaba el contraespionaje, pero eso sería muy silencioso y Sánchez no quiere silencio, sino drama.

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