A Eurovisión siempre hemos mandado lo que éramos o lo que queríamos ser. Cuando éramos una dictadura de catolicismo melódico e infantil y de señores de gafa gorda dirigiendo los ejércitos y las misas igual que una orquesta, mandábamos precisamente eso. Cuando no nos dejaban ser de la Europa moderna, nuestro orgullo de ser como el Egipto del continente mandó a Remedios Amaya con los pies mojados en aceite de ánfora y agua de barco de papiro. Cuando creíamos que habíamos conquistado la modernidad y el mundo otra vez con la Macarena o el Aserejé, mandamos a Las Ketchup, que en realidad eran como azafatas de una fiesta JB que sólo servían para fiestas JB. Ahora, en la Europa hortera queremos ser los más horteras, aunque eso es mejor que volver a ser una misa folclórica o política, o sea mejor Chanel que las Tanxugueiras, y mejor el culamen que el sermón.

Hace mucho tiempo, sí fue algo más, cuando el festival era como otras Olimpiadas donde se exponían el poderío y la influencia política y cultural de los países medidos en maracas, flecos y flotas de coristas sobre pianos

Eurovisión no es que sea geopolítica, que creo que decía Uribarri, sino que es la geopolítica que hacen las marujas y los marujos que nunca harán geopolítica. Quizá, hace mucho tiempo, sí fue algo más, cuando el festival era como otras Olimpiadas donde se exponían el poderío y la influencia política y cultural de los países medidos en maracas, flecos y flotas de coristas sobre pianos. Luego, ya ganaban Azerbaiyán o por ahí, claro, y el festival sólo importaba en Azerbaiyán o por ahí, también, así que la gran política había que buscarla en otro sitio. Lo que pasa, en realidad, es que Eurovisión ha sido política cuando ha habido necesidad política, como en el franquismo o ahora.

En el franquismo, igual que había necesidad de que los triunfos del Real Madrid fueran como triunfos de los Cien Mil Hijos de San Luis, había necesidad de que nuestras muñequitas cantantes y nuestros curas cantantes demostraran su superioridad, su santa inspiración y la grandeza de su misión, como guerreros o cantores de las óperas de Wagner. Ahora, son los nuevos países los que necesitan política simbólica y héroes trompeteros, y son ellos los que se han hecho con Eurovisión y lo han convertido en la discoteca de lentejuelas de su pueblo y en la cucaña de la plaza de su pueblo. Aparte de eso, lo que queda es un público fiel, sufridor, orgulloso, todo pasión y alipori, como el de las telenovelas turcas; marujas y marujos que hacen geopolítica con el guayominí en el corazón como el futbolero hace geopolítica con el paquete de pipas en la mano.

Si Eurovisión vuelve a ser importante es porque vuelve a ser políticamente importante, y no digo en Azerbaiyán sino aquí. La política acerca del perreo de Chanel, del culo de Chanel, de la letra de Chanel, que es simplemente poner los culazos por escrito, o sea las onomatopeyas del culo, de sus oleajes, de sus cachetadas y de sus alegrías y golpes de sangre propios o reflejados; toda la política acerca de Chanel, decía, empezó cuando algunos se empeñaron en que había que mandar al festival a la de la teta alegórica o a las del aquelarre silvano, igual que el franquismo mandaba a sus señores y señoritas con alegría y misión de cura o monja con guitarra.

Podemos llegó a llevar al Congreso la elección de Chanel, que por lo visto el jurado había hurtado al pueblo su democrático deseo de llevar al festival su cucaña o su Juana de Arco azerbaiyanas. El jurado, claro, pensó que un culo purísimo, explícito y verbalizado en sombra chinesca era más vendible en la Europa hortera y en el mundo reguetonizado que una teta de mármol o de queso y que una misa negra con gaita. Pero la protesta de Podemos no tenía que ver con el método, sino con el mensaje. Si el voto popular hubiera sido para la onomatopeya del culo en vez de para la política de la teta o de los espíritus de palo de los pueblos, el escándalo y la reivindicación de Podemos hubieran sido justo al revés. Eso sí, la cosa cambia una vez que ha triunfado el culo, o su eco, con una catedralidad que no han tenido los culos desde los ochenta (eran altares de taquilla y de taller).

A uno le parece una tontería hacer crítica musical o moral de estos festivales, que viendo y oyendo un culo bailón se nos caigan ahora el monóculo o la tapa del piano de cola

Chanel ha quedado tercera en Eurovisión moviendo el culo muy bien, tan bien que tapaba la música, la letra y las banderas como con un gran eclipse de culo. Yo no voy a entrar en si eso es música, espectáculo, gimnasia o “revista”, que es lo que me dijo una tía mía, ya octogenaria, graciosamente escandalizada con la actuación, como cuando la gente se escandalizaba con el cuplé o con la bombilla eléctrica. A uno le parece una tontería hacer crítica musical o moral de estos festivales, que viendo y oyendo un culo bailón se nos caigan ahora el monóculo o la tapa del piano de cola. Quiero decir que, de momento, la cultura y los académicos pueden sobrevivir, como se sobrevivió a Las Ketchup y al Enséñame a cantar. Además, a Eurovisión solemos mandar lo que somos o queremos ser, y ahora parece que queremos ser motomamis, que hasta Pedro Sánchez quiere ser motopapi, o sugar daddy del independentismo quizá.

Chanel ha quedado tercera en Eurovisión, o primera, porque el personal descuenta la geopolítica como hacía Uribarri, y así siempre se gana. Chanel ha quedado tercera, o primera en los corazones o en las carnes, y la gente aquí está contenta, con una alegría y un orgullo como azerbaiyanos. Con esto ya digo que sólo hace política el marujeo, que también hace política con el rancho turco de la telenovela. Y, claro, los que tienen verdadera necesidad política, que aquí son ésos que aprovechan Eurovisión o aprovechan los anuncios de compresas. Los de Podemos, que eran de mandar gente ensotanada a los festivales, ahora aplauden y elogian a Chanel, mujer de poderoso culo empoderado, heroína obrera de su culo colectivizado por la patria o algo así. El populismo seguramente es eso, más si ya anda desesperado. Si hace falta, se apuntan a una canción con onomatopeyas del culo como a una ley con onomatopeyas del menstruo.

A Eurovisión siempre hemos mandado lo que éramos o lo que queríamos ser. Cuando éramos una dictadura de catolicismo melódico e infantil y de señores de gafa gorda dirigiendo los ejércitos y las misas igual que una orquesta, mandábamos precisamente eso. Cuando no nos dejaban ser de la Europa moderna, nuestro orgullo de ser como el Egipto del continente mandó a Remedios Amaya con los pies mojados en aceite de ánfora y agua de barco de papiro. Cuando creíamos que habíamos conquistado la modernidad y el mundo otra vez con la Macarena o el Aserejé, mandamos a Las Ketchup, que en realidad eran como azafatas de una fiesta JB que sólo servían para fiestas JB. Ahora, en la Europa hortera queremos ser los más horteras, aunque eso es mejor que volver a ser una misa folclórica o política, o sea mejor Chanel que las Tanxugueiras, y mejor el culamen que el sermón.

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