Yolanda Díaz avanza poco a poco hacia lo que todo el mundo sabe que va a pasar, pero ella lo oculta, duda, tarda, coquetea, ahora se desdice ante el espejo, se deshace todo como se deshace una trenza, ahora da un paso pequeño, como una señorita de baño de cine mudo, con timidez de su pie desnudo ante el mar como ante todo el pecado del mundo, o escoge una palabra entre palabras, como una flor entre flores, no tanto por hacer un ramillete sino por presentarse ella como ramillete, el ramillete vivo que es ella y que ha ido formándose ni pronto ni tarde sino cuando la naturaleza llamó, allí entre el trabajo egipcio de las abejas y las nubes, ramillete que ha sido esperado por muchas primaveras y ha pasado por muchas manos de segador y ha sido escogido tallo a tallo y color a color por las izquierdas únicas y múltiples, como de mimbre trenzado, y por el pueblo paciente y recolector, hasta ser ese ramo de novia campesina o de princesa de paca que es ella. O sólo tiene mucho cuento, vamos.

Yolanda Díaz avanza poco a poco, un día nos mira, otro nos sonríe, otro nos olvida, otro se esconde bajo las grandes parras de la viña gubernamental, otro nos engancha por el brazo como una moza de fuente, y otro viene saltando con una palabra en la mano como una margarita de enamorada, con algo que no es el amor ni su promesa ni su seguridad ni su imposibilidad, sino el juego de la niña con el amor como con la política. Yolanda nos ha traído una palabra como toda una cosecha o quizá sólo como un cucharón lleno de miel, la palabra “sumar”, que puede que no parezca gran cosa pero ahí va haciendo ella su montoncito de palabras, ovillos, semillas, conchas, confituras, con el que un día nos hará una candidatura o quizá sólo una tarta de manzana, o una colcha, o una cabaña de ositos. Todavía no lo sabemos, porque esa palabra que trae como una piruleta en la mano no es todavía su partido ni su candidatura, es sólo una asociación, algo así como el taburetito en el que se va a subir para empezar no ya a hacer o a pensar, sino a oír a la gente, así como se oyen los sonidos del bosque.

Yolanda Díaz avanza poco a poco, porque antes de montar un partido parece que tiene que inventar el mundo entero desde la nada o desde el barro, como un dios azteca. Yolanda tiene que buscar los nombres antes que las ideas y tiene que poner la oreja antes que la cabeza, y yo creo que después de la mismísima palabra de la creación, este “sumar” que debe de ser como su versión del Verbo de san Juan (el Logos, en griego), todavía habrá que esperar a que nombre los animales, la botánica, las genealogías humanas y la jerarquía de querubines y demonios. Uno está tentado de pensar que alguien que necesita tanto preludio wagneriano, tanto pórtico florido, tanto bestiario, tanto ajuar, tanto requiebro, tanta mesa puesta por los pajarillos y, en fin, tanto cuento antes de hacer nada o incluso antes de decirnos si va a hacer algo, no puede ser nunca un buen político. Pero Yolanda nunca quiso ser política, según llegó a confesar entre convulsiones de modestia, o sea que a lo mejor estamos queriendo llegar más lejos de donde quiere llegar ella.

Yolanda nunca quiso ser política, según llegó a confesar entre convulsiones de modestia, o sea que a lo mejor estamos queriendo llegar más lejos de donde quiere llegar ella

Yolanda Díaz avanza poco a poco, tiene un proyecto o tiene sólo un nido de frágiles polluelos en el regazo o en el sombrero. No lo sabemos, no permite que lo sepamos, sólo nos deja destellos en sus ojos como canicas de sol o como ojos azules de pluma de ave, sólo nos deja el misterio de su paso, de su ausencia, de su silencio y de su custodia, como los ángeles, sólo nos deja una palabra que lo encierra todo, como un exótico glifo, o que no encierra nada, como una palabra mágica de institutriz mágica. Ahora sólo tenemos eso de “sumar”, que es más que nada una eufonía anhelante, como el nombre del amado que se escapa en suspiro o en desgarrón. Sumar gentes, sumar cosas (su montoncito de cosas, su buhardilla de cosas, sus ramilletes locos y hermosos y chulos de cosas), sumar siglas, sumar votos, sumar ideologías, sumar peras con manzanas en primavera, qué querrá sumar Yolanda. No lo sabemos, no lo sabe ni ella, que va coleccionando palabras, silbos, nueces, trinos, por si le sale un partido o por si le sale un reloj de cuco.

Yolanda Díaz avanza poco a poco, pero ha traído una palabra que después de sus mohínes, enclaustramientos y desmayitos parece un milagro de la primavera, como la primera flor del deshielo. La palabra “sumar” le gusta porque significa “ensanchar”, que es otra palabra elástica, cómoda y vulgar, como una batamanta. “Ensanchar la democracia”, dijo concretamente, cosa que uno no entiende del todo porque la democracia sólo se puede ensanchar hacia donde no es democracia, como el mar sólo se puede ensanchar hacia donde no es mar. Quizá sólo está uniendo palabras bonitas como flores bonitas, o quizá es otra manera de atraer al mismo monstruo de Frankenstein, poniéndole esta vez una niña con flores y un lago con nenúfares. Yolanda, que no quiere personalismos ni partidos, al menos tiene ya algo, tiene una palabra como los perfumes tienen un nombre, lo primero y lo único que necesitan para llegar al mayo de las madres, al junio de las novias o a la Navidad de los niños y los enfermos. O sólo tiene mucho cuento, vamos.

Yolanda Díaz avanza poco a poco hacia lo que todo el mundo sabe que va a pasar, pero ella lo oculta, duda, tarda, coquetea, ahora se desdice ante el espejo, se deshace todo como se deshace una trenza, ahora da un paso pequeño, como una señorita de baño de cine mudo, con timidez de su pie desnudo ante el mar como ante todo el pecado del mundo, o escoge una palabra entre palabras, como una flor entre flores, no tanto por hacer un ramillete sino por presentarse ella como ramillete, el ramillete vivo que es ella y que ha ido formándose ni pronto ni tarde sino cuando la naturaleza llamó, allí entre el trabajo egipcio de las abejas y las nubes, ramillete que ha sido esperado por muchas primaveras y ha pasado por muchas manos de segador y ha sido escogido tallo a tallo y color a color por las izquierdas únicas y múltiples, como de mimbre trenzado, y por el pueblo paciente y recolector, hasta ser ese ramo de novia campesina o de princesa de paca que es ella. O sólo tiene mucho cuento, vamos.

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