Uvalde. Texas. Hasta pocos días nadie conocía esta perdida ciudad en el interior del Estados Unidos más profundo. Con un 80 por ciento de población latina, la mayor parte de ella de origen mexicano no era ni mucho menos un cruce de caminos. En esta población habían crecido ya varias generaciones que, sin perder ni su lengua original, ni sus costumbres ni su cultura, ya son tan norteamericanos como el que más. Hoy, el nombre de este municipio es conocido en el mundo entero por haber sido escenario de la mayor masacre en lo que va de año en los Estados Unidos: 21 muertos, 19 de ellos niños, abatidos por los disparos de un demente en plena locura criminal que acababa de adquirir dos rifles y no dudó en utilizarlos.

El protagonista en esta maldita historia, mil veces repetida, ha sido un joven llamado Salvador Ramos. Un muchacho ‘raro’, a decir de quienes le conocían, que en el mismo día en el que cumplía los dieciocho años entró en una tienda y se compró dos rifles semiautomáticos. Horas después colgó en su Facebook un primer mensaje: "Voy a disparar a mi abuela". Efectivamente, así lo hizo. Una hora más tarde posteó un segundo mensaje en el que ratificaba que había cumplido su amenaza y sin más cogió una furgoneta y llevando consigo el cuerpo malherido de su infortunada abuela se dirigió a la escuela…

A partir de ahí, los acontecimientos, como sucede siempre en estos casos, se desencadenaron a la velocidad del rayo. Entró en el pequeño recinto escolar, se dirigió a un aula y al estilo de un justiciero barato de película ‘serie B’ se parapetó y comenzó a disparar indiscriminadamente. Solo una hora después, una hora, una eternidad, un agente de una patrulla policial irrumpió en el aula y disparó certeramente contra el criminal abatiéndole en el acto. Fin de la historia y fin de la locura asesina de un joven iluminado que, eso sí, había acabado con la vida de diecinueve niños de entre diez y once años y de dos adultos. 

Ahora, en plena digestión de la tragedia, todo el mundo se rasga las vestiduras y se pregunta por qué… lo malo es que, cuando baje la marea informativa en torno a esta nueva barbarie y decrezca la conmoción social, nada habrá cambiado. Lo más terrible no es el que nos preguntemos si esto volverá a ocurrir, no… lo más tremendo es que la pregunta que nos hacemos muchos es cuándo volverá a ocurrir una nueva tragedia. No hacía ni dos semanas que un supremacista blanco había acabado a tiros en un supermercado con la vida de diez ancianos de raza negra solo por el mero hecho de que estaban en la misma tienda en la que él había entrado.

Hay que entender bien cómo funciona Estados Unidos en relación con este espinoso asunto de la libre disposición en muchos estados de las armas de fuego. Sé bien que la mayoría de la gente allí es contraria a ello y tiene una voluntad real de que se limite el derecho a su posesión. El problema, como casi siempre está en los políticos -en algunos políticos- y en los poderosísimos intereses económicos, vehiculados por influyentes ‘lobbys’, que hay detrás. Me refiero a, nada menos, que cincuenta senadores republicanos que de una u otra forma cobran o tienen relación con los fabricantes de armas y con la tristemente famosa Asociación Nacional del Rifle. Todo un grupo de presión organizado en el seno de uno de los dos partidos del sistema norteamericano, el de Trump que nadie lo olvide, que se oponen a que se cambie ni una coma de la célebre ley HR8. Aducen razones ‘históricas’ y otras zarandajas que nada tienen que ver con una terrible realidad que convierte a algunas ciudades de los Estados Unidos en territorios en los que impera la ley del salvaje oeste, más propios de una película de vaqueros que de un país civilizado que en pleno siglo XXI sigue considerándose el arquetipo del mundo en cuanto a derechos y libertades. La propia portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, ha declarado que esta NRA (por sus siglas en inglés) "contribuye al problema de la violencia armada". "Representan a los intereses de la industria de las armas, a los fabricantes de armas que comercializan armas de guerra entre adultos jóvenes, no a los propietarios de armas que saben que debemos tomar medidas", continuaba subrayando a su alocución esta portavoz oficial. Si está tan claro… ¿por qué el gobierno, con todo su poder, no toma medidas más drásticas?  

La denuncia más valiente, la más descarnada, llegaba de la mano del entrenador de los Golden State Warriors, emblemático equipo de la NBA, Steve Kerr. Hijo de un profesor universitario asesinado a tiros en 1984 en una circunstancia similar, el carismático Kerr lanzaba una diatriba sin precedentes contra un sistema que permite que sigan ocurriendo estas salvajadas: "Estoy cansado y harto de comparecer en público para expresar condolencias y pésames a los familiares de los asesinados. Hay cincuenta senadores que tienen secuestrado cualquier cambio legislativo en torno a esto, solo para mantener su poder. Te lo pregunto a ti, Mitch McConnell (líder republicano en el Senado) y también a todos vosotros, senadores que rechazáis hacer algo para frenar esta violencia y los tiroteos en las escuelas o en los supermercados. ¿Vais a poner vuestro propio deseo de poder por delante de las vidas de nuestros hijos, ancianos o feligreses?". Sencillamente demoledor. 

El propio presidente Joe Biden, tras la matanza, alzaba la voz para gritar lo que una gran mayoría de norteamericanos piensa: "¿Cuándo, en el nombre de Dios, vamos a plantarnos frente al ‘lobby’ de las armas?". Esa es la cuestión, pero si ni el propio presidente tiene una respuesta, encuentro pocas razones que induzcan al optimismo.

La sociedad norteamericana vive a golpe de conmoción. En estos días se han cumplido dos años de la muerte de George Floyd, tras ser estrangulado durante diez eternos minutos por un embrutecido policía, Derek Chauvin. Nueve de cada diez estadounidenses apoyan cambios en las fuerzas de seguridad según un sondeo de Gallup conocido esta semana. El suceso no tiene que ver con la matanza que es objeto del artículo de hoy, pero es un síntoma más de la enfermedad que aqueja a una parte nada desdeñable de aquel gran país.

En la misma línea, me ha impresionado el discurso -que se ha hecho viral- de un alumno de Florida, al que las autoridades académicas le prohibieron hacer referencia en público a su homosexualidad, acerca de su ‘pelo rizado’. Zander Morick, de dieciocho años, alumno del instituto Pine View de Osprey, en Florida, aseguró en una intervención pública que ha dado la vuelta al mundo que está orgulloso "de ser como soy’" Pese a su juventud es uno de los demandantes más destacados de la Ley ‘Don’t Say Gay’, una polémica norma impulsada por el gobernador trumpista Ron DeSantis que prohíbe a los maestros hablar a sus alumnos más jóvenes sobre orientación sexual o identidad de género. Estamos, como digo, ante una sociedad enferma. 

El presidente, acompañado de su esposa, la primera dama Jill Biden, ha anunciado ya que visitará la localidad de Uvalde para dar consuelo a las familias y a una comunidad "conmocionada y traumatizada". Joe Biden ha hecho este anuncio tras presentar una orden ejecutiva para reformar los protocolos de las fuerzas de seguridad federales. Mucho me temo, desgraciadamente que, a pesar de estas buenas intenciones, nada va a cambiar, al menos por el momento. Lo peor es que mientras escribo este artículo hay alguien ya, en cualquier punto de la geografía de ese inmenso país, que planea cómo perpetrar la próxima carnicería.

Uvalde. Texas. Hasta pocos días nadie conocía esta perdida ciudad en el interior del Estados Unidos más profundo. Con un 80 por ciento de población latina, la mayor parte de ella de origen mexicano no era ni mucho menos un cruce de caminos. En esta población habían crecido ya varias generaciones que, sin perder ni su lengua original, ni sus costumbres ni su cultura, ya son tan norteamericanos como el que más. Hoy, el nombre de este municipio es conocido en el mundo entero por haber sido escenario de la mayor masacre en lo que va de año en los Estados Unidos: 21 muertos, 19 de ellos niños, abatidos por los disparos de un demente en plena locura criminal que acababa de adquirir dos rifles y no dudó en utilizarlos.

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