Sánchez está más cerca de volver al Falcon con las espuelas puestas que de borrarse de la historia, y es más probable el bloqueo, o incluso la novia de Frankenstein, esa secuela de horror familiar, que un gobierno entre hogareño y bigotón de Feijóo y Abascal. Las derechas no han sumado, el PP se ha quedado en El Hormiguero toreando para hormigas, Vox se ha quedado en su capilla con las manitas de cera, y el PSOE, es decir Sánchez, ha resistido sin más que la cara impertérrita y los vídeos de bicicross que publicaba en las redes en la jornada de reflexión. Su manual de resistencia, con dos velitas puestas, sigue al lado del colchón de la Moncloa. Y es que las elecciones no son El Hormiguero, un ágora de reguetoneros, ni siquiera los artículos de los periódicos, con los textos llenos de volutas y metralla, como cuarteles de invierno, y tampoco son matemáticas, que de momento no pueden predecir el futuro, como en la psicohistoria que se inventó Asimov para sus novelas. Las elecciones, quizá, son una ficción que termina en un día imprevisible de fuego, caos, huida y retortijones. Había algo en España que daba más miedo que Sánchez, y ahora ya lo sabemos todos.

Había algo en España que daba más miedo que Sánchez, y ahora ya lo sabemos todos.

A Sánchez no termina de abandonarle la baraka, sigue teniendo el embrujo o la suerte, aún lo acompañan las estrellas de ese universo infinito de Zapatero, que absorbe incluso la tontería infinita. Aunque yo creo que Sánchez no hubiera resistido él solo bajo la realidad ciudadana y bajo las constelaciones que parece que ahora le lavan otra vez el pelo con sus cántaros mitológicos. Sánchez no es que estuviera en decadencia, es que estaba grogui, y no sólo por esas leyes catastróficas como las del “sólo sí es sí”, sino tras el total desenmascaramiento del sanchismo, que claro que existe y consiste en que cualquier cosa esté justificada si le sirve a Sánchez (Sánchez era superior a Dios, que ya decía santo Tomás que ni siquiera Dios podía hacer que una contradicción lógica no lo fuera). Sánchez, grogui en su traje berenjena o de mariachi, no es que haya remontado, que a mí me parecía imposible, al menos, por él mismo. A Sánchez, simplemente, lo han salvado. Lo ha salvado Vox, quiero decir.

Feijóo ha estado sorprendente y ha estado torpe, según en qué momento de la campaña lo pillemos. Pero yo creo que esto, en realidad, nunca dependió de Feijóo, que es un señor aneblinado, entre sensato y vulgar, con sus cuatro reglas y sus cuatro refranes, con su sentido común en la mano como la talega del pan. Feijóo era más un sobrino de Rajoy que el nuevo líder del PP, y no podía hacer mucho más de lo que ha hecho, o sea señalar todos los errores y horrores de Sánchez y sacar su libreta liberal como una lista del tendero de un bolsillo con migas. Tampoco Sánchez ha estado bien, que se le ha visto lastimero, casi penoso, como un guapo con gatillazo, y no creo que nadie haya tomado en serio eso de la conspiración del poder contra alguien que ya se había desnudado, que se había descubierto él solito en sus mentiras e intereses. El españolito parecía haber tomado nota de ello, lo reflejaban las encuestas y así salió en las elecciones locales y autonómicas, que sonaron a guillotina del sanchismo. Pero entonces estalló Vox, el mejor aliado de Sánchez desde el comienzo del Sanchismo, desde aquel Peugeot suyo como una tanqueta de Gila, y todo se dio la vuelta.

A Sánchez lo ha salvado Vox, con sus cojones meloneros y sus lonas repugnantes

A Sánchez lo ha salvado Vox, con sus cojones meloneros y sus lonas repugnantes, con su persecución de banderas arcoíris y sus censores y alguacilillos contra el teatro del Siglo de Oro, con sus gañanes negacionistas y sus cobardes boicots a simples minutos de silencio. Sí, a Vox ya lo conocíamos, pero en consejerías trashumantes o en vicepresidencias folclóricas que se quedan en el pueblo como un mal pregonero. Quizá es que los ayuntamientos, al fin y al cabo, se gobiernan con barrenderos, y hasta las comunidades autónomas parece que sólo manejan intendencia y grano. El caso es que el españolito no ve igual el balcón de su pueblo que el Gobierno, y si a lo mejor les daban repelús los bolivarianos, el independentismo y Bildu, más repelús parece que les da esta ultraderecha del ricino, el cilicio, el velo y el costurerito, haciendo leyes y quemando cosas en un infierno mesonero.

Vox siempre estuvo ahí para Sánchez, pero ahora, cerca del envite o embate definitivo, detonaron como en sus batidas de escopeteros con estampita y flecos. Yo creo que en el Yunque estaban creciditos, se veían ya con un ministerio para Cristo Rey, donde incluso poner a uno de sus curas de cuellecito frágil dando hisopazos, en el lugar donde antes estaba Pam con su satisfyer como un globo crucífero de su ideología. Ahora tienen más cerca Frankenstein II que un reino católico toledano, pero supongo que argumentarán que tenían que intentarlo. De todas formas, ya he dicho que Vox también tenía que cumplir el ciclo del populismo y yo creo que eso es justo lo que ha pasado: Vox se ha revelado para sus propios votantes no sólo inútil sino dañino, como los dioses en gloria de batallas y de policromía que ellos querían llevar al Consejo de Ministros.

Sánchez, que no podía remontar por él, sí podía intentarlo gracias a estos frikis con cerviz, barriga y mollera de fraile, que le regalaron la campaña. Feijóo podría haber sido más duro en sus pactos con Vox, pero yo no veo a Feijóo duro en nada, la verdad. Además, lo de Vox era un dilema casi imposible que fallaba por Vox, no por las cuentas de Feijóo ni el boli rojo de Sémper. El punto débil del PP era Vox y fue ahí donde Sánchez pulsó, insistió e hirió. Así que salieron los drags y los gais y las mujeres y los cómicos y la cultureta de política diletante y la izquierda de revolución de alfombrilla de tetería, movilizando a la peña. Y Sánchez lo consiguió. Ahora, habrá bloqueo o habrá un Frankenstein engordado, aumentado, más caro y más dañino, no para ninguna España joseantoniana sino para la propia democracia. Eso, si España sigue existiendo en unos años. Sánchez seguro que no se lo cree todavía. Ahora, en el altarcito del colchón monclovita, al lado del facistol con su manual de resistencia, me parece que Sánchez tiene una velita perenne para Abascal como para santa Rita.