Sánchez se ha ido de vacaciones a Marruecos, que de todos los lugares del mundo, recordando a Bogart en aquella Casablanca de cartón y cuerda, tenía que aparecer precisamente allí, para posar con el piano entre la melancolía, el apuro, el poderío, la venganza y el recochineo. Sánchez es un romántico o es un cachondo, y no duda en convertir el Marruecos de Pegasus, del Sáhara regalado, del vasallaje al rey niño y de la política exterior destrozada sin sentido, en el lugar perfecto para el amor con luz de gasa y para el whisky del canalla con corazón tiernoduro y pajarita siempre medio deshecha por el pasado. Claro que Sánchez no se ha ido a Marruecos huyendo del pasado, sino alardeando de él, abrazando su destino como se abrazan los recuerdos o la botella. A Sánchez lo hemos visto por Marrakech con gorra y gafas oscuras, como un fichaje del Real Madrid o Tom Cruise de incógnito, pero si Sánchez se va a Marruecos es porque, al contrario, siente que ya no tiene nada que ocultar ni hay nada de lo que esconderse. Sánchez viene burlón y con recadito, doblemente orgulloso y provocador en su decisión y hasta en su vestimenta, como Martirio con gafas de ciclista.

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