Un loco para un país enloquecido. Es la primera y apresurada explicación del sorprendente triunfo de Javier Milei, el candidato mas votado con el 30 por ciento del padrón en las elecciones primarias de Argentina (las PASO), ese ensayo general que define los candidatos para las presidenciales del 22 de octubre. Sin embargo, hay una gran racionalidad detrás del grito de furia del economista al que siguen mayoritariamente los jóvenes de todas las clases sociales en Argentina. La patología de la política, desacreditada, sin su savia fundamental, la confianza de los ciudadanos. Tal cual demostró la inédita abstención en un país en el que votar es una obligación. Furia y silencio. Dos actitudes que promueven el aventurerismo e inhiben el diálogo y los consensos que sustentan la democracia. 

Milei representa la frustración de una sociedad cuya juventud busca a sus ancestros para tener una puerta legal de entrada a Europa

Con su estilo de rock star, enfurecido, su promesa de “terminar con la casta”, cerrar el Banco Central y dolarizar la economía, Milei representa la frustración y el enojo de una sociedad que tiene a la mitad de su población en la pobreza, precios que corren como las agujas del reloj, una inflación del cien por ciento al año, jóvenes que buscan a sus ancestros para tener una puerta legal de entrada a Europa y desprecio a quienes responsabilizan por semejante descalabro, la dirigencia política a la que ven enfrascada en sus disputas de poder. 

Ese desprecio se dirige especialmente hacia el oficialismo, el kirchnerismo, la última versión del peronismo que por primera vez en su historia electoral quedó relegado al tercer lugar. Por su prepotencia política, los adversarios tratados como enemigos, el personalismo, el gobierno de parientes y el Estado coptado y copado como un bien propio, manejado como una agencia de empleo para los militantes partidarios. Nada que no se conozca, ni que hayamos dejado de advertir y denunciar a lo largo de todos estos años de hegemonía de Cristina Kirchner

La novedad ahora es Javier Milei, temido menos por sus ideas libertarias que por su biografía. Todavía joven, a los 53 años, con una infancia dolorosa, de padre violento al que llama “progenitor”, una hermana que es El Jefe de su incipiente partido, economista de verbo encendido, por momentos brillante, siempre y cuando no lo contradigan. Habituado a que le digan “loco”, un apodo con el que carga desde niño, se define ideológicamente como un “anarcocapitalista” que propone demoler el Banco Central y dolarizar la economía, la moneda tótem de Argentina, el resguardo ante una peso que se devalúa premanentemente. Pero también por estirar tanto la idea de su partido, La Libertad Avanza, que propone la libertad para vender órganos, portar armas, eliminar la salud gratuita y cobrar un seguro sanitario de 30.000 dólares para los extranjeros que ingresen a Argentina, un sistema de cheques educativos para dispensar al Ministerio de Educación y la eliminación de la educación sexual obligatoria. Son ideas que la mayoría de sus seguidores ignoran, seducidos más por su verbo encendido y su grito de guerra contra el Estado y la casta política, a la que se le endosan todos los males del país. 

Milei es un outsider sin partido que estrenó su ingreso en el Parlamento rifando su dieta de diputado, con lo que se armó una inmensa base de datos. Un típico fenómeno de los medios y las redes sociales con los que construyó su imagen pública, atractiva para los índices de audiencia por su estética y su decir. Sin que hayan hecho mella las denuncias de que vendía los lugares en las listas de candidatos de su partido, o que entre esos postulantes haya figuras asociadas a la última dictadura. 

Una vez más, los argentinos aparecemos como nuestros principales enemigos

En términos de crónica periodística es fácil caer en la tentación de las anécdotas. Sus cuatro perros, a los que llama sus hijos, con los que habla, y llegó a clonar. La hermana tarotista, el jefe de su campaña. O los 120 kilos que llegó a pesar en sus tiempos de pobreza. Una biografía literaria. Sin embargo, el triunfo de Milei reconfigura totalmente el mapa político de Argentina y una vez más, los argentinos aparecemos como nuestros principales enemigos. Por eso, menos incómodo que compararnos con nosotros mismos y nuestra historia de fracasos, es más fácil apelar a otras comparaciones. Entre los que ven en Milei a un Bolsonaro o a un Trump, o los que como el analista de  mayor influencia y prestigio de Argentina, Carlos Pagni, equiparan la sensación de descomposición la Argentina de hoy con aquella que vivió España tras el colapso financiero de 2008 y así recuerda el ensayo de Antonio Muñoz Molina Todo lo que era sólido, en alusión a “todo lo que era sólido se desvanece en el aire” del Manifiesto comunista. 

El mismo analista interpreta en La Nación el triunfo de Milei como un levantamiento de la sociedad contra el Estado. Si se me permite el cinismo, aquel otro grito de guerra “que se vayan todos” del inicio del siglo, con muertes y saqueos que se llevó al gobierno del presidente Fernando De la Rúa, fue remplazado por la furia electoral. No por eso, menos dañina. En este año en el que Argentina conmemora los cuarenta años de continuidad electoral, un triunfo sobre los siete golpes militares que interrumpieron los procesos democráticos en el siglo pasado, el sistema de las libertades está puesto a prueba no solo en los que son sus dramas de pobreza, inseguridad, sino en la capacidad de gobernar semejante crisis. Ya sin el bipartidismo de la polarización, peronismo y oposición, sino con los cuatro partidos que dejaron estas primarias: La Libertad Avanza, de Milei, Juntos por el Cambio con Patricia Bullrich, casi pegado al peronismo oficialista de Unión por la Patria con su ministro de Economía, candidato a presidente, Sergio Massa, y el cuarto grupo de silenciosos que no fueron a votar y serán fundamentales para modificar en las presidenciales de octubre los resultados que pusieron a Milei en la carrera presidencial. 

Quedan dos meses de incertidumbre hasta las elecciones de octubre, con la única certeza que padecen los argentinos todos los días: la inflación, el aumento del dólar, el temor al futuro que le dan la razón a Einstein: la política es más difícil que las matemáticas. 


Norma Morandini es periodista y escritora. Fue diputada y senadora en el Congreso argentino y dirigió el Observatorio de Derechos Humanos del Senado entre 2015 y 2019. Su último libro es Silencios. Memoria ruidosa sobre lo acallado (Penguin).