Fue una de las más grandes. Una de las reinas de las mañanas televisivas, como antes lo fue de las ondas. Pero María Teresa Campos fue muchas cosas más. Hay voces, y personajes, que quedan asociados a un medio y a una época. No cabe duda de que la imagen de María Teresa, que acaba de dejarnos a los 82 años, tras una penosa enfermedad que en los últimos meses había dejado en ella un deterioro físico evidente, quedará impregnada para siempre, como la buena música, en la banda sonora de nuestras vidas.

Las grandes estrellas de la radio, o de la televisión, o de ambos medios, suelen repetir que, uno de sus mayores privilegios es el llegar a ese ‘Olimpo’ de los elegidos en el que, no ya es que todos te reconozcan o te concedan mesa preferente en los mejores restaurantes, o los políticos y empresarios, artistas y deportistas, te llamen para pedirte opinión, consejo o ayuda. Hay algo más: ‘El momento en el que mayor responsabilidad he sentido, por no decir algo de miedo, fue el primer día en el que un señor de cierta edad me paró por la calle y me dijo que, cada día, desayunaban conmigo en el salón de su casa, y que ya soy como uno más de la familia’. Esto me espetaba, hace ya algunos años, uno de los comunicadores más conocidos de este país. Le creo. Sin duda alguna. María Teresa Campos fue, tal vez, una de las cuatro o cinco personas en la historia de la comunicación en España durante este último siglo, que se lleva a la tumba tal privilegio y tamaña responsabilidad.

Lo expreso así porque todos cuantos la trataron, trabajaron a su lado, o la conocieron bien dentro de este mundillo, coincidían en que jamás fue una simple presentadora o una mera periodista, en la manera clásica de entenderlo, sino una tremenda comunicadora. Transparente, como pocas, conectaba con el espectador y le transmitía a diario sus emociones y sus sentimientos. Casi podríamos decir que era posible, viéndola y escuchándola, adivinar todo lo que le pasaba por la cabeza, tanto lo que verbalizaba como lo que no. Así era. Así hay que recordarla. 

Siempre valiente… siempre arriesgando. Desde el principio hasta el final.

María Teresa Campos se definía por su cercanía, por su complicidad, y por su seguridad. Sobre todo por esa seguridad, que sólo llegan a exhibir los más grandes, no exenta a pesar de todo de esa vulnerabilidad, que a veces muestran también quienes tienen por oficio dirigirse a millones de personas, sabiendo que están permanentemente en el alambre y que, por tanto, se la juegan cada día porque el público es siempre caprichoso; de igual forma que hoy te encumbra, mañana te da la espalda... y te deja caer. 

‘La Campos’ tenía la capacidad de parar el país, de que todos la escucharan y de no dejar a nadie indiferente

Me cuentan, yo aún no había llegado a España, que sus inicios en TVE fueron en 1978, en Aplauso. Ya por entonces tenía mucha radio a sus espaldas, desde su Málaga natal. Su gran mentor, como el de tantos, fue Jesús Hermida. Le contaba ella misma a Julia Otero hace algunos años, en una de sus últimas entrevistas, cómo empezó con él. Decía la genial comunicadora que por aquella época se encontraba haciendo pasillos en TVE, y no le parecía justo cobrar un sueldo sin trabajar. Un buen día, se plantó en el despacho del ‘Jefe’, como era conocido, y le dijo que quería participar con él en su programa. ¿Qué puedes hacer?, le respondió el siempre rápido y agudo periodista onubense; ‘Lo mismo que hacía en la radio’.‘Apueste por una’, que así se titulaba su último programa. Era un viernes y aquel mismo lunes comenzó a trabajar a su lado. Genio y figura durante toda su vida. 

Su leyenda, aunque es siempre arriesgado dar nombres porque inevitablemente alguno queda en el tintero, es sólo comparable a las de Jesús Hermida, Luis del Olmo, Encarna Sánchez, Jesús Quintero, Ana Rosa Quintana o José Luis Balbín. ‘La Campos’, como se la conocía cariñosamente en sus círculos más íntimos y en España entera, tenía la capacidad de parar el país, de que todos la escucharan, con mayor o menor sintonía en sus juicios, que iban desde lo político hasta las figuras del papel ‘couché’, y de no dejar a nadie indiferente. 

Una líder única. Con las cualidades de los mejores.

Sería imposible en esta sencilla pieza, en este humilde aunque sentido obituario, condensar todas las aportaciones que hizo a lo largo de décadas María teresa, ‘La Campos’, a este complejo mundo de la televisión. 

Si tuviera que definir, como profesional del liderazgo, las claves que llevaron a la malagueña a convertirse en una de las reinas de la televisión, diría que su sonrisa era transversal, como su popularidad. Llegaba a todos y amaba a la gente. 

Por lo pronto ella fue la artífice de la ‘nueva televisión’. Cambió con Día a día, las mañanas televisivas, mucho antes de que otros formatos televisivos como Espejo Público o El programa de Ana Rosa llegaran a esa franja. 

Eliminó los tradicionales y rancios compartimentos estancos: los informativos a un lado, los programas a otro, lo ‘serio’ a un lado, lo que hasta entonces se consideraba ‘frívolo’, al otro. Introdujo para ello la actualidad política en los ‘magacines’. Consiguió con ello acercar esta información a todos, incluyendo a quienes nunca antes habían sentido interés por esa vertiente de la actualidad. Lo hizo siempre con respeto hacia todas las fuerzas políticas, y con unas notables dosis de educación. 

En realidad, ya Jesús Hermida había puesto los cimientos de esa revolución, pero ella terminó de construir aquel nuevo edificio. Ya Luis del Olmo o Iñaki Gabilondo habían recorrido ese camino en las ondas, y ella, mujer también de radio, lo asfaltó en los formatos televisivos que ideó y dirigió. De igual forma, incluyó en sus debates a los protagonistas de Gran Hermano consiguiendo con ello, tal y como hizo también en su día Rafaella Carrá, una vía de conexión inigualable con su audiencia. La valentía con la que llevó a cabo todo esto y con la que afrontaba la actualidad, le hicieron enfrentarse en no pocas ocasiones son sus jefes, con los grandes ‘capos’ de la televisión en España. Nunca les tuvo miedo y siempre lideró. También con el ejemplo, porque era una apasionada de su trabajo y porque lo amaba. Solo así pueden construirse grandes equipos. Equipos de un éxito insuperable. 

Creó escuela, comenzando por los suyos.

‘La Campos’ tenía una fuerza arrolladora y un empuje, mezcla de coraje, genialidad e ilusión, con el que sólo nacen dotados los más grandes. A pesar de su dilatada carrera profesional era capaz de hablarte de su último proyecto como si fuera lo primero que acometía. Siempre deseosa de no perder el pulso de la vida y consciente de que todo evoluciona, tuvo como grandes referentes a sus hijas, siempre muy cerca, primero bajo la alargada sombra de su madre, luego como espejo en el que reflejarse cada día. 

Tenía una infinita capacidad de trabajo y un carácter, qué duda cabe, muy fuerte. Con las ventajas y los inconvenientes que esto tiene, pero cualquiera puede entender que sin este aditamento es imposible llegar a la cima. Tal vez porque los grandes dejan muchos amigos y aliados pero también una nutrida cantidad de enemigos en el camino, muchos trataron de ridiculizarla, sobre todo en los últimos años de su vida, mezclando su plano profesional con una controvertida vida personal y sentimental. Los rayos siempre caen sobre los árboles más altos y no es el momento de entrar en ello. María Teresa, como cualquier hijo de vecino, no era sólo una estrella, sino que era humana, y gozaba, sentía, disfrutaba, sufría y amaba como cualquier mortal. 

Descansa en paz, maestra. Nadie muere del todo mientras es recordado y somos millones los que te recordaremos siempre. Desde hoy, la televisión en la tierra tiene una estrella menos, pero el cielo tiene la suerte de contar con una estrella más.