Desde que a Ábalos lo sacaron en esa foto en su marisquería, como comiéndose sus propias manitas de ministro, las que se sirven ya deshuesadas, uno ha visto en el PSOE muchas menos lágrimas que escapes y piruetas. Hemos visto, por ejemplo, a Sánchez otra vez fuera, ahora en Roma, en una reunión de esos socialistas europeos un poco de capa caída y rosa flácida que lo tienen por héroe o quizá por tenista o motorista de moda; un viaje que a mí me parece como si la guapa en crisis o de bajón se fuera a pasear delante de las obras para levantarse el ánimo. Hemos visto, por ejemplo, al PSOE pidiendo explicaciones a Feijóo por la corrupción de sus propios ministerios y autonomías.

Y cómo todo el 11-M se movía en los medios adictos, mágica y pesadamente, igual que un gran puente de hierro, a una semana antes. Y hasta hemos visto a la Comisión de Venecia diciendo y avalando lo contrario de lo que dice y avala, que el PSOE traduce ya como un empresario de flamenco de Berlanga, entre el invento, la indigencia y la estafa. Pero todo eso se lo come Ábalos como si se comiera un codillo al volapié, con la servilleta como una capa de barbero taurino.

A Ábalos se le han ido secando las lágrimas, como salsa en la pechera, y después de las contradicciones y las evidencias ya piensa más en el aforamiento que en la redención. A Sánchez, por su parte, se le ha ido secando la baraka como si se le secara la yerbabuena, pero eso es algo que un guapo nunca va a aceptar, así que sigue haciendo sanchismo, lo único que sabe hacer. Eso sí, ya ha pasado esa etapa inicial de la legislatura, la etapa exuberante y chorrafuerista, cuando creía que lo podía todo, y ahora está en una especie de segunda etapa neoclásica en la que vuelve a confiar en su repertorio de toda la vida y en su soldadesca de toda la vida. Mientras Ábalos se cambia las servilletas rápida y vistosamente, como plumas de vedete, Sánchez vuelve a la seguridad y la eternidad de la derechona, que es como la seguridad y la eternidad de su bata de cola.

A Sánchez ya no le basta con reírse solo en la tribuna del Congreso como el malo del inspector Gadget, sino que, en el sotanillo de la Moncloa, sus soldados, umpalumpas o nibelungos vuelven a tener que trabajar en lo de siempre, en picar en esa cantera de cruces de piedra, aviadores de piedra, chisteras de piedra y periódicos de piedra que es la derechona. Yo creo que en eso han estado trabajando todo el fin de semana, que sólo hemos oído la ruidosa mudez de los enanitos de Sánchez picando piedra. Salvo por Óscar Puente, claro, que no puede dejar de dar dentelladas con esa cosa que tiene él de piraña del Pisuerga.

Digamos que después de las elecciones gallegas, después de Ábalos y después del Tribunal Supremo, Sánchez ya no confía en la magia de su persona

O de piraña del Twitter, al menos, que si te enfrentas a él cara a cara lo que hace es llamar enseguida al revisor, como una duquesa del Orient Express. Digamos que después de las elecciones gallegas, después de Ábalos y después del Tribunal Supremo, Sánchez ya no confía en la magia de su persona, en la magia de su melena, ni parece estar salvado, sin más, con la sencilla aritmética de calculadora de ultramarinos que usa en el Congreso. Tiene que volver a los clásicos de la ideología, como el guapo ya exguapo tiene que volver a los clásicos del guateque.

Con Ábalos siguen saliendo platos, siguen saliendo sociedades y chanchullos, siguen saliendo ministros y popes autonómicos, y hasta nos ha salido la primera dama, Begoña Gómez, de profesión sus negocios de infantita o de Evita, a la que Globalia subvencionaba y cortejaba a la vez que intentaba obtener el rescate del Gobierno para Air Europa. Ante esto, Sánchez se va a Roma a hablar de la ultraderecha, la ideología de su socio y protector Puigdemont, y además nos encontramos con que vuelven Aznar y hasta Bush, y no sé si volverán Tejero, y pronto Franco y Primo de Rivera, todos como momias recalentadas en el microondas de la Moncloa, ese búnker con elíptica, microondas y neuralizador.

No es que el PSOE esté triste o desolado (además ya he dicho que el PSOE no existe, sólo está la Moncloa y lo demás es campo), es que Sánchez vuelve a verse en el aire, vuelve a verse en campaña o vuelve a verse muerto. Así que recuerda lo que hizo cuando estaba muerto, que fue agarrarse a la derechona, que no es una lápida de iglesia sino una especie de flotador antiguo de piedra pómez.

Sánchez vuelve a la derechona mientras Ábalos sigue pidiendo como mondadientes para los ministros o para toda la legislatura. Es lo que le queda, la derechona y la soldadesca, esa soldadesca que lo mismo te puede salir en TVE explicando que la trama no manejó “comisiones ilegales sino beneficios” (Silvia Intxaurrondo), que te puede titular “la Comisión de Venecia avala la ley de Amnistía”, por tener un leve respiro fuera de esa marisquería que huele como a barbería. Sin duda lo lógico es pensar que no hay nada ilegal a pesar del desfile de gigantes, cabezudos y pechugas de pollo ante el juez, y sin duda avalar significa decir que una amnistía requeriría reforma constitucional, consenso con la oposición y que no se tratara de una autoamnistía, entre otros detallitos.

Pero es lo único que tiene ahora Sánchez, derechona y soldadesca, algo que suena no a enroque sino a pánico.

Sánchez ya no se ríe, ya no hace cuentas de la vieja con dedos y cántaras, ni siente que tiene todo el tiempo del mundo ahí en la Moncloa como un poeta en una góndola. Si no lo tumba el caso Ábalos, lo hará la imposible amnistía. Sánchez vuelve a la fragilidad, vuelve al vértigo ante el fin, vuelve a esperar el milagro y el rescate, a confiar en el miedo y la leyenda, en el olvido y la pereza, en el perfume y el baladón. No es muy buena defensa, pero Sánchez actúa por instinto o por fe. No quiere pensar demasiado en que tras Ábalos o Puigdemont irá él, y Ábalos y Puigdemont ya van como por el pacharán de la última cena.