Sucedió con Salvador Illa durante la campaña electoral lo mismo que con quien pega un cambio repentino, pero nadie se explica bien el motivo. No era el mismo, no. Estaba como... pálido y a la vez luminoso. Blancuzco, pero sonriente. Eran indicios que invitaban a sospechar que el candidato socialista había decidido alejarse de la grisura funcionarial para adoptar una imagen diferente, con un peinado retocado, otras gafas, una sonrisa más amplia. Todo apunta a que el responsable fue Iván Redondo. Así lo han revelado estos días dos de los periodistas con mejor información de Moncloa, como son Carlos E. Cué y Fernando Valls.

Quien todavía conserve cierta fe en la Humanidad y no se haya despeñado por el barranco de la misantropía -al que conducen las fuertes corrientes del día a día- podría llegar a pensar que los spin doctors y sus estrategias han perdido toda credibilidad con el paso del tiempo. Que los ciudadanos han aprendido a distinguir lo relevante de lo propagandístico y que su voto en unas elecciones no depende de la imagen o la belleza, sino de la solidez del candidato.

Lo que ocurre es que todo ese razonamiento se viene abajo cuando las campañas se utilizan para avivar miedos irracionales y debates identitarios. O cuando aparecen camisetas con el lema Perrosanxe lanzadas desde Ferraz; o líderes de la derecha -la más mellada y de meninge reseca- berreando el “que te vote Txapote” como quien lanza un eructo al viento. Entonces, parece claro que la inteligencia ha muerto y se vota al más ruidoso, y no al más apto.

Ese modus operandi tan patético fue -seguramente- el que llevó al PSOE a imprimir camisetas con el relieve de la cabellera y las gafas de Illa en la pasada campaña catalana. ¿De verdad eso funciona? Así parece ser; y no sólo es cosa de personas que sufren en su mente los rigores de la edad o los efectos de los nacionalismos como religiones de sustitución. Suena duro, pero estamos al albur de las decisiones de gente que es carne de cañón.

Un regreso redondo

Teniendo en cuenta esto, podría entrar dentro de lo normal que se rifen a Iván Redondo. Es un tipo listo. Experto en estrategia política, dicen, y en mimar los detalles de las campañas electorales para que los políticos imanten más con los ciudadanos. Seamos sinceros: Illa no es el típico representante que transmita o desprenda simpatía. Su forma de hablar es áspera, de funcionario de ventanilla, y su apariencia, más parecida a la de un contable de La Caixa que a la de un líder de masas. Quizás tuvo esto en cuenta Redondo para planificar su campaña. Desde luego, el cambio ha sido evidente.

No deja de resultar curioso, en cualquier caso, que Sánchez diera el visto bueno a su regreso, después de su compleja salida del Gobierno, que se produjo -por casualidad, aunque seguramente no- cuando las voces de Óscar López y de 'Los Migueles' comenzaron a sonar con más fuerza que la suya en Moncloa y advirtieron de que la etapa de compadrear con Podemos debía finalizar.

Un tiempo después, Redondo debutó como columnista de La Vanguardia y en su primer artículo analizó las encuestas electorales, que ilustraban sobre un descenso del PSOE y una mejora de los resultados de Vox. “Hay quien no acierta a darle a la tecla intro del ordenador”, escribió el asesor, como quien dirige un misil a su antiguo jefe para que lo digiera. No fue el único dardo que envió a sus sustitutos en Moncloa y en Ferraz. Tal es así que hasta en la pasada campaña de las elecciones autonómicas les advirtió del golpe que se iban a pegar.

Ahora dicen que el 'procés' ha muerto

Hay que reconocer que Redondo suele manejar claves que le sitúan algunos pasos por delante que a sus homólogos en Génova 13, donde las ideas y el brillo se esfumaron alguna vez, sin dejar claro cuándo volverían. Lo que ocurre es que sus planes a veces bordean los límites del decoro. Que le pregunten a los medios extremeños que no comulgaban con las ocurrencias del Gobierno de Monago. O a quien tuvo la ocurrencia de introducir en el discurso de Pedro Sánchez, en julio de 2020, que España había vencido a la covid-19, cuando ni siquiera se habían patentado las vacunas.

Digamos que Redondo suele pecar de excesivo y de un barroquismo que a la larga empalaga o cansa. A veces, obliga a disimular la realidad con unas dosis excesivas de maquillaje; o con brillos inexistentes, como ha ocurrido en el caso de Illa, un político al que, en mitad del caso de las mascarillas y de la tramitación de la 'Ley de amnistía', ha reaparecido en las fotografías con el rostro blanqueado y con dentadura de anuncio de seguros de vida. Ha ganado los comicios, así que eso ha funcionado, Redondo ha hecho su trabajo y algunos ciudadanos se preguntarán si es cierto aquello de que la política son estados de ánimo; y de ahí que estas paparruchas funcionen. Si es así, a lo mejor las elecciones de las democracias modernas son similares a las nominaciones de Gran Hermano. Procesos en los que las filias, las fobias y las braguetas cuentan más que los elementos racionales.

Lo que ha venido después de las elecciones no tengo claro que sea obra de Redondo, pero contiene la más pura esencia del PSOE. Me refiero a las alusiones a que el procés ha muerto y a que los independentistas no suman una mayoría absoluta por primera vez en 40 años. Nunca antes los socialistas se atrevieron a situar a Jordi Pujol en esa zona, como tampoco el PP. Y nunca antes se había anunciado la rendición de un enemigo sin que haya confirmado su capitulación.

¿Cuál es la verdad entonces? Que mienten. Ante eso, sólo caben dos cosas: atribuir las falacias a la oposición y blanquear todavía más la sonrisa del candidato. Pudiera parecer simplista el mensaje, pero estos estrategas se mueven muchas veces en ese terreno, el de lo superficial, el de las sensaciones, el sofismo y la demagogia. La gente quiere eso y se lo dan en bandeja.